La distancia entre el virus de altura y la coherencia

  • 15-07-2014

Dice Andrés Zaldívar: “ciertos acuerdos no pueden hacerse de cara a la opinión pública”. No pude dejar de recordar al Kiko, personaje de la serie El Chavo del Ocho cuando saltando repetía  “Chusma, chusma, no te juntes con la chusma”.

En nada difieren las palabras del senador y las del Kiko. Uno chillón, el otro con un tono solemne, profundo y pausado propio de los salones que frecuenta, sienten exactamente lo mismo: desprecio por los demás.

Luego del impacto inicial ante tal desprecio por la democracia de quien se define como “demócrata” y cristiano, me pregunto, ¿Se referirá el senador al acuerdo de la DC y los golpistas del 73 con Estados Unidos para derrocar a Allende y destruir la democracia en Chile? ¿O tal vez se refiere a los acuerdos secretos de algunos con Pinochet para asegurarse que “todo cambie” solo para que todo siguiera igual? ¿Estará hablando del acuerdo para no recuperar el cobre, para mantener las AFP, para privatizar el agua? ¿Se referirá tal vez a los acuerdos, también secretos, para no investigar los cientos de casos de corrupción de los últimos 24 años y dejarlos sin sanción? ¿Quizás se refiere a los acuerdos de hace unos años para aprobar la Ley de Pesca que favorecía directamente los intereses de sus familiares y amigos?

¿En que habrá estado pensando? Seguramente en todo eso y en mucho más.

Al escuchar al senador vienen a mi memoria las palabras de Laura Rodríguez, quien fuera la primera diputada Humanista en 1990 y de quien conmemoramos este viernes 22 años de su prematura muerte. Laura escribió un brillante ensayo llamado “El virus de altura”, que forma parte de su libro “a quien quiera escuchar” y que será presentado este viernes 18 en el ex congreso nacional. De ese texto recojo solo unas pocas líneas que parecerán escritas hoy:

“…He podido comprobar una y otra vez cómo las personas frente al poder se transforman. Quien ya no tiene problemas de estacionamiento, ni tiene necesidad de ir al supermercado, quien recibe trato especial en todo momento, no es la misma persona que cuando no contaba con todos estos privilegios. Los cambios externos producen modificaciones internas.

Este cambio de la personalidad que se produce con el poder es el llamado “virus de altura”. Tiene las características de virus porque es esencialmente contagioso.

Su contagio acecha en las esferas de poder, en los caminos para alcanzarlo, en el contacto con poderosos. No solamente amenaza con su contagio en los ámbitos políticos, sino en cualquier actividad humana en donde se genere cierto grado de concentración de poder en alguna persona.

Los síntomas del “virus de altura” son de distinta especie. Por una parte se lo experimenta en el pecho como una suerte de escozor que da la sensación de amplitud y de dominio. Por otra parte se produce una amnesia brutal, convenciéndose que todos los logros que uno ha tenido han sido única y exclusivamente gracias a las propias aptitudes, olvidando el camino recorrido y cuantos colaboraron en él. Es de altura porque la sensación generalizada es de estar por encima de todo, especialmente por sobre las pequeñeces cotidianas de los seres humanos vacilantes y sufrientes. Se está y se existe solamente para lo importante, para lo elevado, lo “divino”. Se está en el Olimpo….”. Y luego continúa con su descripción.

Escucho al senador explicando desde lo alto que no se pueden discutir las cosas a la vista de todos. Y no me cabe duda que mientras se acomodaba en uno de los mullidos sofás de la casa de algún dirigente de la Sofofa y sorbía lentamente su whisky, pensaba en lo importante que era ÉL (así con mayúsculas) para salvar a la patria de tanta chusma enardecida que pretendía opinar y participar de los cambios.

Y como un eco escucho ahora al ministro Eyzaguirre explicando desde su propio altar que no se puede legislar con la calle. Es que tal como decía Laura, una de las principales características del virus de altura es que es altamente contagioso.

Algunos le llaman a lo sucedido el retorno de la política de los consensos. Más allá del nombre que se le dé, el tema de fondo aquí es que una vez más se privilegian los acuerdos de cúpula a espaldas de la ciudadanía. Una vez más se desprecia de las aspiraciones de la mayoría para privilegiar los deseos e intereses de un muy poderoso lobby empresarial que consigue de esta manera imponer su voluntad. Todo termina en un nuevo abrazo cupular, en el que solo por pudor no levantaron las manitas, para evitar repetir el patético espectáculo de la Ley General de Educación LGE.

Reviso el libro de Laura próximo a ver la luz y no puedo dejar de impactarme por lo actual de sus demandas y propuestas. Los derechos de los pueblos originarios, de las trabajadoras de casa particular, de los portadores del VIH, de las minorías sexuales, de los trabajadores de la salud son todos proyectos de ley que presentó hace más de 20 años y que siguen como aspiración. La educación como un derecho, la anulación de la Ley de amnistía, la ley de responsabilidad política, la igualación de sueldos entre diputados y el normal de los trabajadores del país, son propuestas por las que luchó inagotablemente. Y sobre todo, sobre todo, habló y luchó por abrir las puertas de la participación, de la paridad, entendiendo tempranamente que Chile somos todos y no solo unos pocos privilegiados habitantes de los salones imperiales.

¡Qué distancia entre la incoherencia de quien se ufana orgulloso de negociar con los dueños de este país, escondido de la gente, y la coherencia de quien legisló de cara a la gente y de espaldas a los poderosos!

 

Tomás Hirsch

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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