Como era previsible y de acuerdo a los antecedentes entregados la semana anterior, el viernes pasado el holding Espirito Santo International (ESI), propietario del banco portugués del mismo nombre y otras compañías, solicitó en Luxemburgo adherir al “régimen de gestión controlada”, informando que no puede hacer frente al pago de sus obligaciones que vencen este mes.
De esta forma, el grupo se ha declarado oficialmente en bancarrota, decisión adoptada un viernes en la tarde, de manera de esperar el cierre de los mercados y evitar así una debacle bursátil. Pocos días antes, los directivos del banco habían asegurado que la entidad estaba sólida, al tiempo que las autoridades europeas destacaban un sistema financiero con las primas de riesgo más bajas de la historia, no obstante que dirigentes políticos en Lisboa anunciaran desde ya que no acudirían nuevamente en ayuda de un banco privado, con recursos públicos.
Con la quiebra del Espirito Santo (BES), regresan, pues, con fuerza, los fantasmas del desorden al sistema en su conjunto, dado el rápido escalamiento que han tenido los problemas de la entidad portuguesa y las experiencias de entidades fallidas relacionadas en ocasiones anteriores. Baste para ello recordar el efecto de la quiebra deLehman Brothers, aunque, por cierto, el Banco Espirito Santo (BES) no tiene las dimensiones del norteamericano.
Los analistas de la agencia Moody’s ya había rebajado la nota del Espírito Santo Financial Group de “Caa2” a “Ca”, una calificación para inversiones “con pocas posibilidades de evitar el incumplimiento”, reflejando el aumento del riesgo de impagos para el Grupo y las “significativas pérdidas potenciales” para sus acreedores. La rebaja se produjo ocho días después de que Moody’s cortara su nota en tres niveles, lo que provocó turbulencias al día siguiente en los mercados tanto portugués como europeo, debido al efecto contagio.
Del mismo modo, los técnicos de la agencia recordaron la “elevada exposición directa” de Espírito Financial Group a empresas del mismo grupo que atraviesan por problemas financieros. De hecho, el miércoles de la semana pasada, Portugal Telecom (PT) informó de que una subsidiaria de este grupo no le reembolsó los 847 millones de euros en deuda que había invertido el día en que ésta vencía.
El Espírito Santo Financial Group se cotizaba en la Bolsa de Lisboa, donde no se venden sus títulos desde la semana pasada, a petición propia. El régimen de “gestión controlada” es un modelo de “quiebra ordenada” destinado a enfrentar problemas financieros de un holding con 145 años de historia. Con tan larga tradición, los nexos entre el BES y otros bancos europeos, así como con el Nomura japonés, pueden provocar a contar de esta semana un efecto dominó que servirá como test de estrés para medir la fortaleza del sistema financiero mundial, el que pese a las billonarias inyecciones de liquidez realizadas por los bancos centrales, aún parece mantenerse de pie al modo de un boxeador después de un fuerte golpe en la quijada.
Y como se desconocen aún los volúmenes de contratos de derivados que pudieran aparecen en los libros del BES, el desenrolle de la madeja provocará más de una nueva agitación en las finanzas relacionadas. Como se indicó la semana pasada, el banco ha perdido más de un 70% de su valor en los últimos dos meses, y desde el 2008 acumula una pérdida neta de más del 95%.
El BES había prestado más de mil millones de euros a las empresas ligadas al holding madre, lo que hacía prever que cualquier impago de alguna de las firmas podía hundir a todo el grupo. Las previsiones se hicieron realidad el viernes y seguramente durante la presente semana asistiremos a los coletazos de la caída en el resto del sistema financiero vinculado a sus operaciones. Es de esperar, como señaláramos, que esta no sea la punta de un iceberg que reviva olas de maremoto en el sistema bancario internacional.