Arribismo histórico de cierta intelectualidad de izquierda  

  • 17-08-2014

Ya a comienzos del siglo pasado, esa mujer nada de tonta, sin ser de izquierda, supo conjugar cultura y capital y apeló a la política social de mercado para obtener recursos.

Cuando Gabriela Mistral llegó a Punta Arenas en 1918, lo más selecto de la ciudad la recibió en el Hotel Kosmos. Pese a la recepción, sus recuerdos se plasman en un libro cuyo título expresa de todo menos alegría:” Desolación”.

Las actividades  intelectuales de la futura  Premio Nobel fueron con sus pares,  pero se amigó con la millonaria Sara Braun para acogerse a su mecenazgo. La judía originaria de Odessa, Rusia, era alta y gruesa, como la Mistral; solo el color de piel delataba distintos orígenes.

Años después, Francisco Coloane seguiría sus pasos y Braun le dio trabajo en una de sus estancias, donde corrió sangre y fuego contra  trabajadores rebeldes, por algo la historia de la Patagonia Indómita.

Nicanor Parra tampoco le hizo asco a tomar el té con Richard y Patricia Nixon en la Casa Blanca. Cuando lo criticaron, aludió a Mao Zedong que estuvo sentado en la misma mesa. Sin ir más lejos, este mismo año, encontró un amigo mecenas en Leonardo Farkas para traducir su tesoro centenario, Hamlet. Sin embargo rechazó finalmente la oferta de millonario. Su frase reciente para el bronce: Violeta era abajista, yo soy arribista.

Sus mujeres fueron suecas en dos ocasiones, Sun Axxelson, causante según el antipoeta, que nunca le concedieran el Nobel aunque ella lo desmintiera hasta su muerte hace tres años y medio. La otra fue Inge Palme.

Desde que es famoso, al hombre de los artefactos no se le conoce ninguna pareja proletaria. A Salvador Allende tampoco nadie le conoció una y hoy pertenecería bien ubicado a la whiskierda a mucha honra.

Ni los más contemporáneos como Armando Uribe o Raúl Zurita mostraron ánimos de proletarizarse. Al contario, uno vivió largos años unimismado con sus tintitos en el Hotel de Mines de Paris y el segundo con guiños hacia el cura Ignacio Valente y con paseos sobre las nubes; de izquierda posterior, poco y nada. Valga que haber sido enemigos de Pinochet no convertía a los vates en marxistas.

Jorge Edwards, al contrario, optó por el abajismo social al frecuentar la casa de Neruda en Los Guindos. El vate temucano, disfrutaba de la presencia de este momio recalcitrante, enemigo del comunismo  que le perdona incluso su Oda a Stalin a cambio de mantener su amistad. Esa condescendencia es retribuida, cuando ya Embajador en Francia, Neruda recibe como Ministro Consejero a Edwards pese a su “Persona non gata”, consecuencia de su abrupta salida de Cuba por criticar al régimen de Fidel Castro. El remanente de su amistad con el vate es una frase dicha al azar que Edwards acoge como epitafio: “La filosofía del pobre es tener un par de buenos zapatos y un bistec contundente”.

Enrique Lafourcade en una visita a Biarritz nunca quiso ser sorprendido frente a un taller de reparación de bicicletas perteneciente a la familia “Lafourcade et fils”, en cambio flirteó con la creme de la creme chilena, pese a su niñez angolina y humilde y de una juventud que con crueldad describe Edwards

“Partimos con Jodorowsky pasando quizás por mi caserón de la Alameda de las Delicias (mansión pituca) hasta una residencia de adobe y tablas mal ajustadas de tablones que crujían, probablemente llena de gatos y algún perro asesinado. No se si ya había adquirido su fama  de articulista provocador y deslenguado pero  insolente hasta la chabacanería, pero estaba en vías de adquirirla. Jodorowsky dice que el sonrosado Lafourcade se colocaba las manos encima del cuello de la chaqueta para que la sangre le fluyera hacia abajo y se vieran pálidas.  En esa posición si no se veían pálidas, perdían por lo menos  la calidad de manotas toscas, parecidas a empanadas mal hechas, que tenían cuando reposaban en posiciones normales

Nos invitó a compartir su cena. En ese comedor flotaban los olores rancios de la cocina, de la dueña de la pensión, de las cortinas viejas, de los mismos pensionistas. Uno de los platos que compartimos fue una tortilla de zanahoria tan escuálida, tan delgada, que parecía un pedazo de papel secante en forma de circunferencia. El otro, una manzana agujerada

Se había hecho amigo del grupo de Lucho Oyarzun, Carlos y Roberto Humeres, de Chico Molina. Se sabía que estos solían viajar a una pequeña caleta de la costa al norte de Quinteros, que se llamaba Horcón y que allí se producían encuentros ambiguos con jóvenes pescadores, manoseos extraños, carreras nocturnas, grandes borracheras alrededor de fogatas a la orilla del mar.

O sea no le basta con dejar en evidencia la pobreza de su contrincante sino que siembra la duda sobre su heterosexualidad.

Para nadie era un misterio que desde que un millonario, Claude llegó con pijes a la caleta en los años cuarenta, los pescadores  satisfacían a los gays de Santiago ante la vista y paciencia de sus esposas que con tal de no pasar hambre hacían vista gruesa ante a estos caprichos de los jutres  En “Pena de muerte”, Lafourcade  hace un retrato de este ambiente de Horcón. Edwards desliza que Lafourcade participaba en estos encuentros de tercer tipo. Benjamin Subercaseaux, homosexual asumido, aclaraba un poco después: “Lafourcade es de mirada huidiza, reservado, pero no es homosexual”.

Curioso, si de hablar de trata, también a nosotros nos llegaron cuentos en París de ciertas aventuras poco santas del Nacional y Cervantes con el marqués de Cuevas, pero esto no era ser gay, era una choreza, producto de una borrachera, que no convierte en ambigua a la  persona.

Lo de Edwards, consciente que Lafourcade esta fuera de combate y de circulación por vejez y enfermedad, nada menos que en Coquimbo, es, ya que estamos en esto, una mariconada.

Tan horrible como de Neruda hacia Pablo de Rokha, cuando sus improperios persiguieron al poeta de Talca y La Reina cuando  yacía  varios metros bajo el suelo.

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