El whisky de Shakleton y dos orejas de Van Gogh

Las onas eran bien coquetas y que las hijas de los caciques tenían doncellas a su servicio solo para el peinado. Los colores no los usaban únicamente para mimetizarse con la naturaleza sino que con fines de seducción. Son investigaciones de un aficionado a la historia llamado Pedro Martinic Glusovic, que suele relatarlas en forma amena por radio y en charlas por la Patagonia.

Las onas eran bien coquetas y que las hijas de los caciques tenían doncellas a su servicio solo para el peinado. Los colores no los usaban únicamente para mimetizarse con la naturaleza sino que con fines de seducción. Son investigaciones de un aficionado a la historia llamado Pedro Martinic Glusovic, que suele relatarlas en forma amena por radio y en charlas por la Patagonia.

Que el padre de Vincent van Gogh estuviese enterrado en Puerto Williams constituye una sorpresa. Ocurre que a raíz del golpe de estado que derrocó a Napoleón III en 1852, la familia del pintor impresionista viaja a Lima donde permanecen dos años. El deceso ocurre mientras cruzan el Estrecho de Magallanes y en vez de arrojar el cadáver por la borda, como hubiese ocurrido en alta mar, le dan sepultura en este sitio, tan diferente a la Provence francesa de calores abrumadores y vientos que enloquecen como el Mistral, donde residió casi hasta sus últimos días el talentoso y demente artista muerto en Oise, con una oreja. Al papá lo sepultaron con las dos en el fin del mundo.

Pero eso no es todo, el periodista francés Clovis Gauguin, padre del famoso pintor Paul,  muere el 30 de octubre de 1849, cuando viajaba a bordo de la fragata francesa “ Albert”, en el tránsito al puerto del Callao en Perú y es enterrado en Puerto de Hambre. Gauguin también amaba los parajes tropicales y se radica en la Polinesia.

Coincidencia, que los padres de dos eximios exponentes del arte mundial, fallecieran en estos parajes.

Son investigaciones de un aficionado a la historia llamado Pedro Martinic Glusovic, que suele relatarlas en forma amena por radio y en charlas por la Patagonia.

Otro relato simpático alude a las once botellas de whisky malteado que no pudo consumir Ernest Henry Shakleton, lo cual no impide que la gente beba el scotch en un bar que lleva su nombre en Punta Arenas. Además encontraron debajo de su cabaña en el Polo Sur, dos de brandy.

La gran duda es por qué no las consumió considerando el aislamiento y el frío. Nadie le hubiese reprochado calentar el cuerpo con este licor fabricado por la destilería Mac Kinley & Co.

Dicen que  dejó los botellones  abandonados para aliviar la carga del barco. Ignoramos si los descubridores neozelandeses del hallazgo cataron este whisky casi centenario, pero sí lo hizo don José Retamal director ejecutivo del Instituto Antártico cuando visitó ese país. Le dieron solo un dedito. La destilería rescató parte del líquido para copiar ahora, la fórmula perdida.

Por lo que se refiere a la Antártica, es importante la utilización que de ella hicieron los navíos de la marina alemana. Durante la Segunda Guerra Mundial el personal bajo el mando del Almirante Dönitz sabía de la existencia de las grutas antárticas donde un navío se podía cobijar sin ningún problema, llevar a cabo reparaciones,  dar descanso a la tripulación y ajenos al riesgo de ser localizados.

Pero los planes del Tercer Reich  respecto del territorio antártico iban mucho más lejos: los alemanes reclamaron la soberanía sobre un enorme territorio antártico al que denominaron “Neuschwabenland” (Nueva Suabia). En éste territorio construyeron varias bases permanentes, siendo la principal la denominada como “Neuberlin” (Nuevo Berlín).

No por casualidad el Almirante Dönitz, al mando de la flota de submarinos de los alemanes, había declarado durante la guerra lleno de orgullo: “La flota alemana de submarinos está orgullosa de haber construido para el Führer, en otra parte del mundo, un Shangri-La, una fortaleza inexpugnable”.

Por algo, el escritor y diplomático hitlleriano Miguel Serrano, escribió en múltiples oportunidades que el führer estaba vivo en la Antártica. Claro que hoy tendría la friolera de 125 años, conservado en hielo.

Cuenta Martinic que las  onas eran bien coquetas y que las hijas de los caciques tenían doncellas a su servicio solo para el peinado. Los colores no los usaban únicamente para mimetizarse con la naturaleza sino que con fines de seducción.

Asimismo que llegaron 300 communards de Francia y que el gobernador Diego Dublé Almeyda los mandó a otra parte pues apenas tenía alimentación para sus ciudadanos y menos iba a dispensarla en “revoltosos”, según la derecha de entonces.

En tiempos de Santos Mardones hubo personas que fueron enviadas al norte: dos mujeres, también calificadas de revoltosas por sus propios maridos y un par de sujetos, por haraganes. En otras palabras en tiempos de don Santos, el que no daba jugo laboral, era un inútil. Ya regía la economía social de mercado.

Tres veces vino el abogado y marino Arturo Prat Chacón. En 1979, en uno de sus viajes, asiste al funeral de un amigo en el antiguo cementerio de Plaza Lautaro y dio monedas al sacerdote por el responso.

El investigador histórico nos invita a buscar Las Malvinas chilenas frente a las costas de Aysén. Un simple alcance de nombre que no significó conflicto bélico.

Hay mucho tema con Martinic, pero cierro con uno bastante peculiar: el busto de don José Meléndez. Hoy desluce casi oculto entre árboles frente a la Plaza, y fue encontrado en una letrina de una de las estancias de la familia. En ese lugar lo depositaron, según  el historiador autodidacta,  los ovejeros en tiempos de la Reforma Agraria.  Hoy el sujeto despierta controversia porque bajo su férula se cometieron masacres étnicas y obreras.





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