Quizás porque la primera imprenta llegó a Chile solo en los albores de nuestra independencia y porque la relación entre cultura y desarrollo económico sigue siendo una ecuación sin resolverse en el Chile del año 2014, es que vivamos la paradoja de ser un país de ricos-pobres: una población que tiene uno de los PIB más importantes de la región, con graves distorsiones incluidas, y sin embargo, con un acotado consumo cultural.
Los alemanes se jactan con la que es hoy la feria del libro más importante del mundo. La Feria del Libro de Frankfurt tiene en sus raíces el comercio que se desarrollaba en el río que cruza la ciudad, el Meinz, y que le daban la calidad, aún hoy, de uno de los principales puertos fluviales de esa parte de Europa. Durante la Edad Media, flotaban barcazas con alimentos y otros bienes, entre los que también se contaban los libros. O mejor dicho, sobre todo, puesto que la industria editorial moderna nació ahí mismo de manos de Gutenberg en 1450. Y aunque su nacimiento tuvo un marcado sentido religioso, muy luego el libro se convirtió en el objeto cultural, en el portador y transmisor de conocimiento más eficaz que haya creado el hombre, hasta hoy.
El libro junto con la pintura se constituyeron en la base cultural de una sociedad que reconocía en ellos los elementos básicos del poder. La burguesía prontamente los distinguió y se convirtió en un agente dinámico que los requería, tanto para ilustrarse como presumir con ellos.
En la medieval Amsterdam de Rembrandt, la pintura era el espejo de la sociedad, así como hoy lo son los medios de comunicación. Conocida como la Nueva Jerusalén por la comunidad judía de 1647, la ciudad de los canales, veía fluir la producción pictórica y también considerables sumas de dinero que se pagaban por retratos y bodegones cargados de símbolos de poder.
De todo eso, a Chile llegaron leves corrientes de aire que permitieron oxigenar a una sociedad muy rústica. Los libros en Chile no tienen más de 200 años de vida y su reciente ingreso en la sociedad es aún patente. Nuestra burguesía, no muy distinta de otras latinoamericanas, no distingue ni en ellos ni en el acto de la lectura, un sello de prestigio ni de poder. Como dice la filósofa Carla Cordua: “Hemos inventado en América, sin quererlo, una especie inusitada de clase social: la burguesía radicalmente inculta”.
Por todo esto es que FILSA 2014 no será lo que muchos esperamos de ella: la principal fiesta cultural de la Región Metropolitana y de Chile. No porque no se haya trabajado para ello, sino porque el mundo del libro y las ideas que contiene, poco importan a una sociedad más preocupada de otros afanes. El libro no es objeto de conversación ni menos de discusión de café ni de sobremesa dominguera. Las ideas de algunos de ellos, de los que se elevan a la calidad de superventas, son recogidas y sintetizadas, a modo de titular, por los medios de comunicación masiva y con ello, distorsionadas y consumidas como comida rápida.
En nuestra sociedad de ricos-pobres, hay dinero para comprarlo todo, menos libros. Por eso no hay librerías, quién las necesita, ni libreros especializados, quién sabe para qué sirven ellos. Nuestra riqueza de pobres alcanza para todo menos para cultivarnos. Nos permite llenarnos de bienes que sin embargo, no nos hacen tan felices, a juzgar por algunas mediciones internacionales. Solo nos permiten llenar el espacio concreto y de tiempo donde se desarrollan nuestras vidas. Espacios tremendamente saturados por cosas y ruidos que violentan el solitario y hasta revolucionario ejercicio de la lectura.
En esta difícil atmósfera se desarrolla la Feria Internacional del Libro de Santiago por trigésima cuarta vez…una verdadera quijotada.