El relativo mejoramiento material que se observa en nuestro país desde hace algunos años ha multiplicado el número de los pretenciosos que lo izan sobre un pedestal que no tiene nada que ver con la realidad. Se podría ver en esta mentalidad una vieja tradición de nuestras clases medias, compartida por ciertas capas populares, que sistemáticamente han tenido tendencia a sobrevalorar lo que nuestro país representa por sí mismo y por comparación a nuestros vecinos.
Sin aventurarnos a confrontaciones estadísticas, que nos hacen aparecer siempre tan brillantes, tratemos de poner los puntos sobre ciertas íes que esos chilenos olvidan con mucha facilidad.
Recordemos, en primer lugar, que en la corta lista de las sociedades pre-hispánicas que generaron unas civilizaciones excelsas no figura ninguna de las etnias que ocupaban nuestro territorio original, es decir sin contar la enorme extensión usurpada a Perú y a Bolivia donde habían en efecto entre otras unas comunidades aymarás .
Nuestros araucanos tenían muchas cualidades, entre ellas políticas y guerreras, pero en materia cultural se encontraban en un estado tan primitivo que los incas, decepcionados, retornaron a su casa cuando entraron en contacto con ellos.
Por su parte, debieron pasar 44 años después del descubrimiento de América para que los españoles comenzaran a interesarse en nuestro país (expedición de Almagro) y aún algunos años más para que Valdivia se propusiese conquistarlo. Lo que ilustra el poco de interés que esta franja estrecha y mezquina de territorio podía representar.
Además, en la estructura del Imperio español Chile no fue nunca más que una Capitanía General , es decir uno de los tantos distritos de un virreynato, el del Perú, que fue una de las sedes mayores, con el de México, de la red de poderes hispánicos.
Por otra parte, cuando se crearon dos nuevos virreynatos, el de Granada y el de Plata, no se pensó en ningún momento elevar a esta dignidad a una entidad espacial tan poco relevante como la nuestra.
Por fin, para no multiplicar los ejemplos, evoquemos los nombres de algunos americanos de excepción que han contribuido a mejorar el modesto destino que se prometía a nuestra tierra.
Así gracias a un argentino, José de San Martín, nos pudimos liberar de la monarquía española, y gracias a un venezolano, Andrés Bello, fundador de la Universidad de Chile, pudimos comenzar a salir de la ignorancia y del primitivismo en que nos había dejado aquélla.
Así, nada justifica que los éxitos económicos, más o menos ciertos, que estaríamos logrando, nos hagan perder un mínimo sentido de la ponderación y de la prudencia.
Ricardo Gossens
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