Estas tres acepciones clasistas están omnipresentes en el Chile actual. Son la masa dominada por una minoría ínfima y verdaderamente poderosa que los maneja al mejor estilo de “divide et impera”, pues hasta ahora el único vínculo que destaca entre “cuicos”, “aspiracionales” y “flaites” es la “falta o escasez de respeto”, ya que todos viven del trabajo asalariado, pero para respetarse a sí mismos necesitan denostar al otro.
El “respeto” es un hecho social que ha sido objeto de reflexión desde la filosofía griega antigua por Aristóteles, Sócrates y Platón pues era considerada la base de la moral y de la libertad. Kant y Schopenhauer asociaban el “respeto” a la responsabilidad por sí mismo, la honestidad, la dignidad, la reciprocidad y la racionalidad de las leyes. Para autores modernos como Habermas y Honneth el “respeto” tiene que ver con el reconocimiento del otro en toda su dimensión humana en el marco de la tolerancia. De hecho, las humillaciones y la denegación de reconocimiento que operan a través del “nepotismo” o el “tráfico de influencias” hieren o quitan la dignidad a las personas.
En la convivencia humana el “respeto” es una relación social cohesionadora que consiste en reconocer los logros del otro, retribuyéndolos adecuadamente, de tal manera que ese otro pueda construir la base del respeto a sí mismo y conquiste un grado de autonomía tal que le permita ser autosuficiente y libre por fuerza propia. La “escasez de respeto”, término acuñado por el sociólogo norteamericano Richard Sennett, por el contrario, es una señal de un proceso social corrosivo y desintegrador que dificulta la libre construcción de la identidad individual y por ende de la sociedad en general.
La “falta de respeto” es una situación de descalificación de todos contra todos. No existe una convivencia tal que permita a las personas conocerse más allá de los prejuicios. Nadie reconoce nada a nadie y la relación entre dar y recibir está desequilibrada. En el caso chileno esto se expresa en que una minoría poderosa se dedica a amasar grandes fortunas en detrimento de todos los demás. Para hablar con la jerga cotidiana: los “cuicos” se arriman como empleados de alto rango a la minoría pudiente viviendo la ficción de ser parte de ese mundo, los ”aspiracionales” se autoexplotan y viven endeudados, mientras los “flaites” están condenados a ser mal pagados y/o a depender de la ayuda estatal.
Este estilo de vida es directamente funcional a las relaciones económicas abusivas de nuestro país, abre las puertas de par en par a la “escasez o falta de respeto” y contagia todos los escalafones de la pirámide social generando las condiciones subjetivas perfectas para la auto-reproducción permanente del sistema.
En teoría, se dice que la sociedad moderna occidental modela el carácter principalmente a través de la laboriosidad, la autosuficiencia, el autocontrol, la capacidad innovadora, la flexibilidad y la capacidad de relacionarse con la comunidad sobre la base de un intercambio entre rendimiento personal y retribución social. Se da por descontado que en este marco cada cual puede fortalecer el carácter alcanzando la autosuficiencia y autonomía por su propio esfuerzo y la valoración de su persona por sí misma.
En nuestro país, estas condiciones son difíciles de encontrar. Por eso la probabilidad de formar sujetos más bien faltos de carácter aumenta y el temor a perder lo que han obtenido, los lleva a vivir definiéndose a sí mismos contra los otros. Es así como el “cuico” desarrolla una verdadera compulsividad por diferenciarse de los “aspiracionales” mediante la burla y la descalificación de sus costumbres. Por otro lado, los “aspiracionales” sufren el pavor de ser asociados con los “flaites” imitando a los “cuicos”, pues en su horizonte cultural éstos representan lo máximo de la escala social, mientras que el “flaite” rechaza a los “aspiracionales” por arribistas y a los “cuicos” por prepotentes y “apitutados”.
Interesante resulta observar que este mismo cuadro de “relacionamiento irrespetuoso” se repite a nivel del aparataje de las “asociaciones partidarias” mediante la figura del “operador”. No todos los “operadores” son iguales, pues entre ellos hay “cuicos” y “aspiracionales”, y dentro de estas dos categorías existe también una variada paleta de escalafones que están definidos por la importancia de los “jefes” que los emplean y su grado de cercanía a los centros del poder. Los “aspiracionales” son más frágiles y deben fortalecer su servidumbre voluntaria a todo evento a no ser que se trate de algunos intocables por parentescos incombustibles. Los “cuicos”, gozan, por su parte, de mayores franquicias, ya que generalmente se trata de hijos o parientes de los políticos principales, amigos de colegios de elite públicos o privados o de las universidades consideradas top. Lo común a estos “operadores” es la dificultad de “inspirar respeto”, pues en el fondo todo el mundo sabe que su “ascenso” no es de cosecha propia y que los ideales políticos han sido reemplazados por intereses de poder particulares en un proceso de auténtico vaciamiento espiritual de la política.
En suma, se produce una situación funcional entre el juego de “ofensas y contra-ofensas” que define a las relaciones sociales “irrespetuosas”, y la lógica de la “intriga y contra intriga” que se practica en el mundo de la política. Su confluencia es la convivencia “irrespetuosa”, cuya agresividad se camufla a través de chistes, tallas, telenovelas, farándula y humor clasista, mientras tanto los verdaderos centros del poder económico permanecen intactos y/o son aún más potentes gracias a la fusión político-empresarial desde el fin de la dictadura, como ha sido la experiencia en nuestro país.
Lo preocupante de este estado de cosas consiste en que los numerosos fenómenos de delincuencia, muertes, pederastia, corrupción, aprovechamiento de información privilegiada, tráfico de influencia y/o de fraude al fisco se procesan a través de esta particular forma de relacionarse fomentando la impunidad y el servilismo. Si los involucrados son “cuicos”, “aspiracionales” o “flaites”, se gatillarán diversas formas de manejo de conflictos que retroalimentan una y otra vez la “falta de respeto” de todos contra todos, siendo generalmente los “flaites”, los más perjudicados. Los “cuicos” o “aspiracionales” usualmente podrán contar con la posibilidad de una “negociación”, “condenas amistosas”, o bien la absolución de los acusados por “falta de pruebas” en los tribunales de justicia y todo queda en lo mismo.
El impacto de la frecuencia de estos hechos en nuestro país, está por verse. Pero lo que sí preocupa, es el “hartazgo” de la población, que actualmente no tiene ventiles políticos por donde salir. La “falta de respeto” de la clase política-empresarial ha sobrepasado los límites de lo que la sociedad puede tolerar, porque a los cobros abusivos por todo tipo de servicios que estrangulan a la población común, se agregan los fraudes al estado y la desconfianza definitiva frente a un sistema judicial clasista. Tanto en la prensa como en las redes sociales, se podrá constatar que ya nadie está dispuesto a justificar estos atropellos y que en esta circunstancia la calidad de “cuicos”, “aspiracionales”, o “flaites” no tiene ninguna cabida. Los casos emblemáticos de este hartazgo son últimamente el “nuera-gate” por evidente enriquecimiento personal en base a información privilegiada del hijo y la nuera de la presidenta socialista por varios millones de dólares y el caso por financiamiento ilegal de la política conocido como “Penta” que ha puesto en evidencia la disposición a mentir públicamente y de cara a la ciudadanía por parte de diversos senadores y parlamentarios de la derecha.
La urgencia por sentar el fundamento de una convivencia basada en el reconocimiento mutuo de virtudes y méritos comprobadamente ciertos, en suma en el “respeto”, se hace cada vez más patente. El abierto desequilibrio entre dar y recibir ya no aguanta la prueba de la sostenibilidad y queda claro que el bien del “respeto” es clave para la convivencia política y social en cualquier país, institución o actividad humana. Cuestiones como el honor, el prestigio, la honestidad y la dignidad aparecen por sobre la posición que se ocupa en la jerarquía social, y la importancia del “respeto mutuo” se cristaliza como una necesidad transversal. Cuando una sociedad es “respetuosa” las calificaciones de “cuico, aspiracional o flaite” suenan como ecos lejanos de un tipo de relacionamiento de reducido nivel civilizatorio.
Para inspirar respeto y respetarse a sí mismo solo hace falta reconocerle al otro sus logros legítimamente obtenidos, honrar lo que uno ha realizado autónomamente sin descalificar ni engañar al otro y agradecer lo que le corresponde que le den retribuyendo a los demás y viceversa sin perjudicar a terceros. En este sentido la clase política tiene que hacer sus deberes, ya que la actual pérdida de respetabilidad los está transformando en meras caricaturas grotescas y peligrosas para todos.
Eda Cleary
Socióloga, doctorada en ciencias políticas y económicas en la Universidad de Aachen de Alemania Federal. Ha sido consultora internacional en materias de desarrollo social, gestión pública y es especialista en sociología de la intriga.
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