La hecatombe política que vivimos actualmente arroja nuevas víctimas todos los días. Sin embargo, es la cabeza del Gobierno la que recibe los peores embates. Y no es solo por los errores propios que ello ocurre. A menudo, aliados y enemigos intentan salvar su imagen mirando hacia La Moneda o, directamente, culpando a la presidenta Michelle Bachelet por mantener una especie de inmovilismo político que favorece la persistencia de la crisis. Es evidente que encontrar un chivo expiatorio con las dimensiones de una líder constituye una instancia afortunada. Pero aparte de ser una mezquindad, no ayuda a superar la crisis, ni menos entrega derroteros que permitan encontrar salidas valóricas.
Creo que el momento que vive Chile impone la necesidad de desmitificar. De poner a cada cual en su lugar, para que la ciudadanía pueda sacar sus conclusiones sobre bases más o menos reales. Es difícil pensar que de otra manera se pueda fortalecer el sistema democrático en que vivimos. Y si ello no ocurre, la persistencia de la crisis solo aportará nuevos daños.
Hoy parece claro que la presidenta demoró en asumir el liderazgo que le correspondía cuando se desató la crisis. Sobre todo, en el momento en que fue involucrada directamente por la presencia protagónica de su hijo en el caso Caval. Pero todo indica que tomó conciencia de ello y hoy trata de conducir a su gobierno por la senda que le parece la más adecuada. Puede que su proceder no guste a algunos, pero tomar las decisiones es el privilegio que acompaña al líder. Lo interesante es analizar cuáles son las razones que esgrimen quienes la critican y tratan de trasladar a ella la mayor parte de las responsabilidades en el origen y permanencia de la situación actual.
Hoy se habla con insistencia de la necesidad de un cambio profundo de gabinete. Edmundo Pérez Yoma llega a decir que es “absurdo seguirlo postergando”. O sea, el absurdo lo comete la presidenta, pues es ella la que tiene que tomar la decisión. Y atribuye a tal cambio una especie de condición mágica que traerá de vuelta la confianza y la fe de la ciudadanía en el esquema político que nos rige. Nadie duda de la capacidad política que acompaña a esta figura demócrata cristiana, que fue ministro del Interior en el anterior gobierno de Bachelet. Pero tampoco nadie puede engañarse respecto de cuál es la línea política que representa Pérez Yoma. Y, menos, desconocer que es uno de los heridos que dejó la mirada política que acompaña a la Nueva Mayoría. Él insiste en que ésta es la Concertación más el Partido Comunista. Y, en términos relativos, tiene razón. Sin embargo, el programa que presentó Bachelet en su campaña, va mucho más allá de la antigua Concertación. Para decirlo con claridad, la mayoría de las Reformas que prometió al país fueron deudas que no canceló la Concertación en sus veinte años de ejercicio del poder. Intentar saldar esa deuda no puede atribuirse exclusivamente a la presencia del Partido Comunista.
Junto a este dirigente político, otros ostentan una mirada similar y cargan, solapada o claramente, gran parte de la responsabilidad de la crisis sobre los hombros de Bachelet. Entre ellos, ex presidentes como Lagos o Frei, o figuras trascedentes como José Miguel Insulza. Los ex mandatarios olvidan que el manejo turbio de la política se fortaleció durante sus mandatos y que no se haya descubierto entonces no los exculpa de la lenidad con que trataron tales manipulaciones y delitos. En cuanto a Insulza, ocupó cargos que posibilitaban una visión privilegiada de lo que estaba ocurriendo con la democracia chilena. Es, más o menos, lo que ocurre con el ex contralor Ramiro Mendoza. Cuando se aleja de esa función pública, después de ocho años de ejercerla, denuncia que ha llegado la corrupción a Chile. ¿Y no era él el encargado de velar porque tal cosa no ocurriera?
Hoy es inocultable que en la Nueva Mayoría hay más tensiones que unidad. Y para cualquiera es claro que una coalición no puede sobrevivir soportando la desconfianza que generan las acciones de unos, destinadas a lograr ventajas menores sobre los otros aliados. Ese es un tema que también tiene que abordar la presidenta. Forma parte de su liderazgo. Pero para hacerlo en un conglomerado de partidos, es necesario que tales organizaciones acepten sus responsabilidades.
Cuando se analiza con calma el momento político que vive Chile, es fácil comprender que la crisis no es solo política. Y quien crea que de ella se sale con un cambio de gabinete, no solo está equivocado, se encuentra desfasado en el tiempo. Es posible que más razón tenga Bachelet, al intentar dar tranquilidad insistiendo en la cercanía con la gente al tratar los problemas. Y lo hace en un período en que su vida -incluso la personal- se encuentra soportando fuertes presiones.
Tal vez el cambio de gabinete sea una medida que se deba tomar. Pero es un mero ajuste administrativo que puede generar efectos comunicacionales positivos. Y eso no es suficiente para superar una crisis valórica que desemboza la falta de ética de la clase política nacional.