Partidos políticos para partir de cero

  • 20-04-2015

En la base de todas las aberraciones de la política que hoy el país lamenta está el sistema vigente de partidos y el que éstos se hayan convertido en meras agencias de empleo para sus militantes como en el caldo de cultivo de los más siniestros operadores políticos. En la misma legalización de estas colectividades se cometieron en su momento todo tipo de irregularidades para reclutar militantes mediante el soborno y la inscripción de firmas falsas que fueron hasta autentificadas por ciertos notarios públicos. En esto de recolectar nombres, el dinero jugó también un papel fundamental y partidos que luego mostraron muy poca raigambre ciudadana fueron capaces de hacerse de muchísimos más adherentes que aquellas expresiones consolidadas en el pasado.

Después de todos los vicios de inscripción, al sistema electoral binominal se le debe la continuidad de algunas expresiones que debieron haber desaparecido hace mucho tiempo, si no fuera porque ambas listas del duopolio político les cedieron cupos y recursos para mantenerse en carrera y sumar los votos de los más incautos. Aunque de todas maneras ha habido organizaciones que nacieron intempestivamente así como rápidamente se les dejó morir, varias otras todavía deben su existencia a los arreglos cupulares o al hecho de que las coaliciones quieren retener cautivo el voto de uno dos diputados en el Parlamento. Ya se ha probado, además, que las cajas electorales han recaudado recursos que, bien repartidos, le permite a algunos partidos ser más hegemónicos dentro de los pactos y subpactos, al mismo tiempo que mantenerse en connivencia con los más pequeños o , más precisamente, en puro estado de ficción.

El carácter ideológico de los partidos se desvaneció muy prontamente. En la Concertación, tanto socialistas, demócrata cristianos y pepedés derivaron en neoliberales y hasta lograron encantarse con el sistema institucional y económico social legado por la Dictadura. Otros cambiaron su denominación de izquierda cristiana a izquierda ciudadana, conformándose con algunos cupos parlamentarios y una o dos embajadas, dejando de lado su inspiraciones doctrinarias del pasado para mantenerse bajo el buen abrigo de quienes detentan el poder en la democracia interdicta que todavía padecemos.

En la Derecha, asimismo, el partido fundado por Jaime Guzmán fue finalmente subyugado por el soborno empresarial y prácticamente no quedó rasgo en él de su antiguo acerbo gremialista y católico. Así como su aliado, Renovación Nacional, ha sido un verdadero “bolsillo de payaso” de las más distintas especies políticas: pinochetistas y ex pinochetistas; conservadores y liberales, como de un cuanto hay en el espectro de los intereses, más que de las convicciones. Por lo mismo, que la decisión de los más jóvenes y mejor inspirados han buscado agrupaciones propias pero que todavía no tienen chance de probarse electoralmente.

Particularmente triste ha sido la suerte de los que rompieron con las coaliciones y los partidos consolidados por el sistema excluyente en su pertinaz empeño de participar de cada evento electoral, suponer que sin dinero se puede obtener un triunfo y atomizarse hasta el máximo a fin de mantener una denominación, poder lucrar de invitaciones al extranjero y procurarse de algunos pesos foráneos que más bien satisfacen su propia subsistencia y reconocimiento social.

En la crisis institucional que vivimos, las posiciones y soluciones difieren muchísimo y no se ajustan a perfiles ideológicos. No hay, por cierto, partidos líderes y posturas que se avengan con tal o cual colectividad o pacto electoral. Podríamos decir que cada militante es una voz disímil en el caos derivado del conocimiento que de pronto los chilenos tuvieron de la corrupción entronizada en la vida pública desde hace mucho tiempo, como algunos personajes ya retirados del ruedo electoral se avienen en reconocer. Por más que algunos actores de empeñen que desde el propio ámbito cupular pueden obtenerse la soluciones para una crisis que insisten en calificar solamente de política, la verdad que uno de los signos más expresivos de la descomposición de toda nuestra institucionalidad es lo que sucede con los partidos, el Parlamento, la intencionada debilidad del Servicio Electoral y el sistema concebido para hacer de cada elección una oportunidad para golpear las puertas del gran empresariado, como prometerles fidelidad al ser elegidos por su aporte en dinero, ideológicamente espurio. A pesar de que la abstención ciudadana, más allá de los dineros mal habidos, hace rato le quitó ya representatividad y legitimidad a los moradores del Congreso y del propio Gobierno.

Ciertamente que entre las soluciones que podrían reencantarnos con la política podría estar la posibilidad de que se eliminen los registros partidarios actuales y cada colectividad sea obligada a una nueva inscripción, pero esta vez regulada, transparente y fiscalizada. Así como que, ojalá, más temprano que tarde, se disuelva el actual Parlamento y se elija otro bajo los límites de un gasto electoral discreto y un sistema de información libre, competitivo y bien informado que nos lleve a determinar quiénes son quienes realmente en la política y los partidos. Por cierto que reiterándonos en que la única salida democrática a una crisis institucional es la posibilidad de una Asamblea Constituyente y una Nueva Carta Fundamental.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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