La voz política de los niños

  • 24-07-2015

En el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos hay un sector donde se puede consultar un valioso documento del PIDEE que consigna dibujos y deseos expresados por niños entre los años 1982 y 1985. La selección recibe el título de “Queremos ser felices hoy” y la carpeta está catalogada como “Arte infantil en Estado de Emergencia”. Se puede celebrar que este documento esté accesible al público en el Museo pero, a su vez, es un material tan relevante que dan ganas de completar su difusión usando otros medios como puede ser su edición en libro y/o en DVD. ¿Para qué? Eso es lo que quisiera examinar.

Dicho material es mucho más que la “foto” de un sentir de cierta infancia en un momento dado. En esas páginas coloridas y en esos textos se lee también toda una visión de la coyuntura política que se estaba viviendo y es sumamente sorprendente la introducción, en el Museo, de una voz política que es la voz de los niños.

Lo que sorprende, sobre todo, es el contraste. Por un lado, la voz oficial, la voz del Museo que se expresa en cantidad de textos dispuestos de sala en sala, ya sea en los muros y/o mediante audiovisuales, y en la selección de imágenes y objetos puestos a disposición del público: esta voz hace una lectura política cuyo fin principal es promover la defensa de los derechos humanos y dar a conocer ese período de Chile en el que estos derechos fueron avasallados. Por esto, o por otras razones, no se le da un lugar destacado a otras lecturas como puede ser la que subraya que los militares no tuvieron como objetivo primero matar; que matar, perseguir, encarcelar, hacer desaparecer, condenar al exilio, fomentar el miedo y el aislamiento, no fueron fines en sí sino medios para hacer otras cosas. Por ejemplo, para hacer negocios, para fortalecer ciertos sectores de la sociedad en detrimento de otros, para privatizar recursos, para transformar la economía del país. De ahí la sorpresa, porque si bien esta lectura que hace hincapié en lo económico, en lo social, no es la que se pone de relieve en el Museo, sí es, en cambio, la que sobresale en varios de los relatos de esos niños.

La carpeta del PIDEE consigna deseos. Acá van dos:

“Mi deseo es que se fuera Pinochet y que hubiera trabajo”.

“El deseo que yo quiero. Que el Pinocho salga de gobierno porque estamos pasando hambre y no hay trabajo como él dice, bueno, si se me cumple quiero también tengan trabajo todos los pobres, bueno, que yo también soy pobre”.

¿Quiénes son? ¿Qué edad tenían cuando escribieron eso? ¿En qué barrio vivían? ¿Fueron testigos o no de la reorganización del pueblo chileno en los sectores más humildes? ¿Fueron partícipes? ¿Vivieron? ¿Siguen vivos?

Si hoy está más claro que nunca que la condición de niño no protegió, que no fue suficiente para suspender ninguno de los peligros que corría el resto de los ciudadanos chilenos perseguidos por motivos políticos durante la dictadura, no es evidente que se les reconozca a esos mismos niños, que compartieron la suerte o la falta de suerte de sus mayores, la importancia de su voz. Una voz que no puede ser ajena a la política porque la política no se detiene –nunca– en el umbral de la infancia. Por el contrario, arrasa con ella, en dictadura y en democracia. Porque en dictadura y en democracia cabe que un niño, muchos niños, miles de niños, digan: “que yo también soy pobre”. Y que vivan y mueran en esa pobreza.

En el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos se llevan a cabo interesantes experiencias para abordar con niños el pasado reciente. Una de ellas fue “Aquí están”, experiencia codirigida por Claudia Di Girólamo y Rodrigo Pérez, en la explanada del Museo, en septiembre de 2013. Como dijo en su momento Claudia Di Girólamo: “A cuarenta años del Golpe Militar, queremos invitarlos a visitar, a través de la mirada de los niños, la ausencia de sus familiares que fueron víctimas de la violencia de Estado, donde el relato hablado le da presencia al desaparecido”. En este caso, la apuesta fue hacer dialogar las generaciones mediante el testimonio de los mayores y atentos a su recepción y elaboración por los miembros más jóvenes de la familia. El encuentro estuvo abierto a todo tipo de público y no solamente a las familias involucradas. Participaron también actores. Quienes tuvieron la suerte de asistir y quienes han podido reflexionar sobre esta experiencia (como es el caso de la psicóloga Ximena Faúndez) la valoran y no es para menos. No es tan frecuente que se les otorgue a los familiares de las víctimas la legitimidad de ser portavoces de su propia experiencia para una comunidad que excede lo familiar. No es tan frecuente que se generen espacios de encuentro, abiertamente concebidos como espacios de transmisión, donde sea posible que dos extraños puedan compartir en torno a historias de vida de un período tan doloroso. Pero tampoco es frecuente que los niños sean convocados para narrar su propia visión de hechos que son a la vez íntimos y políticos y que, como tales, nos involucran a todos en tanto miembros de una sola y misma comunidad.

Ahora bien, ¿qué pasaría si uno pudiera poner en contacto a estos niños y a otros niños de hoy con los muchos niños de ayer? ¿Qué pasaría si uno se diera los medios de hacer dialogar las infancias de ayer y de hoy, por ejemplo, usando esos valiosos documentos que los trabajadores del PIDEE reunieron y preservaron? ¿Qué pasaría si la clave de ese encuentro entre infancias estuviera dada por la misma palabra que se usó en la experiencia de los años 80: deseos? ¿No sería importante que los niños chilenos de hoy pudieran conocer los deseos de los niños de ayer y reflexionar sobre sus propios deseos? Porque no es lo mismo que la intervención del adulto pase por tomar a cargo la narración de la historia que construir conjuntamente ese relato, poniendo directamente en contacto a los niños de hoy con sus pares de ayer. De ahí la idea de seguir difundiendo algunos materiales de los que dispone el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos en otros formatos (libros, DVD por ejemplo) y en otros ámbitos. ¿Para qué? Para contar con la visión de los niños. Para darle a esa visión el rango que se merece. Para celebrar que dispongamos hoy de un registro de esas voces. Pero también para pensar nuevos recursos, nuevos encuentros que fortalezcan eso que algunos osados vienen desarrollando desde hace varios años en algunos de nuestros países: ¿una pedagogía de la memoria?

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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