El Club de Toby o la falta de mano femenina

  • 02-08-2015

Como bien lo señala la antropóloga y Premio Nacional de Humanidades Sonia Montecino la sociedad chilena está constituida desde sus raíces por Madres y huachos, que es también el título del libro donde concentra esta investigación. Y es que el “roto”, ese trashumante que partía para donde estuviera parado, mejor si se prometía buena paga, iba dejando a su paso a mujeres cargadas de hijos a los que difícilmente volvería a ver. Esas mujeres han sido desde tiempos inmemoriales, que podemos situar en la Colonia, si le place al lector, las forjadoras de esos hombres y mujeres que han ido constituyendo con el paso del tiempo lo que denominamos hoy como “raza chilena”.

La imagen de esas mujeres solas convertidas en jefas de hogar que sacan adelante a todos sus chiquillos, incluyendo a muchos ajenos que se van allegando a un espacio familiar donde hay “mano femenina”, es decir, hogares donde la falta de bienes no indica falta de empeño ni de limpieza, no es solo parte de nuestro imaginario. Es nuestra realidad. Muchas de las características que las identifica son herencia de aquellas otras mujeres, las primeras madres de la Patria. Es decir, las cautivas, esas mujeres del pueblo mapuche que eran tomadas prisioneras y que de inmediato pasaban a ser parte de la casa del Conquistador, como trabajadoras de todo tipo, incluyendo el de madres de sus hijos. Los testimonios de los primeros cronistas como un Jerónimo de Vivar o Alonso de Ovalle cuentan de la profunda impresión que les producían la limpieza de estas mujeres y también hombres, que se bañaban a diario fuera invierno o verano, y el duro trabajo que realizaban ellas, tan fuertes como ellos.

Las estadísticas señalan que hay más jefas que jefes de hogar en Chile, sin embargo, la influencia femenina es puertas adentro. Allí se decide la crianza en los hábitos, la enseñanza del idioma, que no sin razón llamamos materno, y se aprende a través del ejemplo la organización de la empresa llamada familia. Y aunque cada vez más hombres están tomando este rol en las nuevas generaciones, en el pueblo persiste el modelo de la jefa de hogar cuya voz es la que decide desde lo que se come hasta cómo se viste y qué va a ser de cada uno de los integrantes del clan, que también incluye a abuelos y abuelas.

Las pobladoras y sus ollas comunes en los campamentos durante la dictadura o las presas políticas con una rutina de educación, orden y limpieza autoimpuesto que los compañeros revolucionarios no imitaron, son ejemplos de esta mano femenina que tanto se extraña hoy. Más aún cuando en La Moneda es una mujer la que viste la banda tricolor. Hay quienes han dicho que a Michelle Bachelet le falta “ponerse los pantalones” pero es precisamente, todo lo contrario. Lo que se le reclama es que se afirme bien la polleras y asuma este legado de mujeres fuertes y corajudas que son la base de nuestra sociedad.

Su ejemplo de hija de un general Bachelet, de luchadora política durante la dictadura y de madre soltera la avalan. Aquí radica gran parte de la simpatía que el pueblo le ha profesado, y que hoy, no le perdona que no haya tenido la firmeza sin perder la ternura de madre para asumir públicamente el gran error de su hijo y de su nuera. Como tampoco el que haya cedido a las presiones de la clase política y deje que sus reformas empiecen a ser un sueño más que una realidad. Pero, sobre todo, que no resuene su voz de dueña de casa, de una casa llamada Palacio de la Moneda diciendo fuerte: aquí mando yo y el silencio cómplice de las FFAA se acabó.

Recién esta semana una periodista de reconocidísima trayectoria como Mónica González se hace parte de un programa de conversación política que ha soportado más de una década sin mujeres en su conducción. Las féminas solo habían tenido el rol de invitadas y por lo mismo, la periodista bien motejó como el Club de Toby. Un pequeño cambio que puede ser una diferencia en el trato a la hora de entrevistar a ciertas mujeres, sea una Camila Vallejo o una Carmen Gloria Quintana, ambas víctimas de la falta de respeto de uno de sus integrantes.

Con todo, son señales débiles de un país que tiene una gran deuda con el rol que a las mujeres les toca desempeñar en el ámbito de lo público. La mano femenina de una Fresia o de una Inés de Suárez es lo que se extraña en un país cuya política es masculina y cuya voz resuena en los estadios con voz fuerte y masculina, “o el asilo contra la opresión”. Una voz que nos les da para salir a gritar a las calles en contra de la opresión del sistema de salud, la opresión del sistema educacional ni la opresión del sistema de pensiones, entre otras opresiones.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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