Nuestro amigo VíCTOR PEY*

  • 01-09-2015

Más importante que los cien años que cumple Víctor Pey es el ejemplo que nos deja una larga y encomiable vida en el compromiso y la consecuencia. Cuando lo que observamos corrientemente es que el paso del tiempo va degradando la fortaleza moral de tanta gente, en este caso lo que hoy descubrimos y tributamos es cómo él continúa siendo el mismo joven republicano del siglo pasado que no quiso consentir con la dictadura y los horrores del franquismo; el mismo amigo de Chile que se comprometió con la lucha y los cambios que encarnara, por ejemplo,  su amigo Salvador Allende, y quien en su centenario continua cotidianamente luchando por la justicia social. Alguien que, por todo ello, se ha convertido en uno de los sólidos pedernales de nuestra historia.  En una existencia cuyo mejor sentido ha sido la búsqueda de un nuevo orden que nos corresponde hacer posible en el afán de que todos los seres humanos alcancemos  el derecho a comprender el mundo, transformarlo y dignificar nuestra existencia individual y colectiva en esta misión que tiene asignada nuestra especie humana.

Emociona comprobar en Víctor Pey el amor a Chile y el privilegio que nos ha brindado de vivir aquí, con nosotros: en un país que ha sido particularmente injusto con él, con los jóvenes sueños que ya traía en el Winnipeg,  y que, sin embargo,  recibió el más implacable desaire oficial,  pese a los enormes servicios prestados por él a nuestra patria y los derechos que finalmente terminó reconociéndole un tribunal internacional. Como regalo de cumpleaños, cuánto quisiéramos que nuestro festejado sienta en plenitud el cariño y el reconocimiento que le tributamos quienes hemos llegado al Salón de Honor de la principal Universidad de Chile admirados de su trayectoria y valor.

¡Qué honrado me siento en la tarea que se me asigna de representar a los amigos y compañeros de Víctor Pey en este solemne, pero íntimo acto de fraternidad!  Ser parte de un homenaje en el que, por supuesto, tenemos muy presentes a los que también hubiesen querido estar aquí y que, antes de nosotros, lo conocieron y valoraron. Dilectos amigos suyos cuyas vidas segó el odio y la traición, pero que en su lealtad a Chile y sacrificio se han constituido en nuestros héroes y mártires.  Ideólogos y luchadores ejemplares que, en los más relevantes momentos de nuestra República, de seguro estuvieron algún día aquí, en este espacio universitario que hoy lo acoge a usted, querido amigo,  para hacerle entrega de una Medalla Rectoral e inscribir su nombre en el cuadro de honor de nuestro Plantel. Donde siempre se han cimentado y asilado, por lo demás,  las ideas libertarias en un Chile todavía oprimido por el autoritarismo, la discriminación social y la insolvencia ética de tantas autoridades.

Nuestra Casa de Estudios, desde su nacimiento, supo valorar a los extranjeros que decidieron avecindarse en nuestro país y acoger sus ideas y hacerlos partícipes de nuestro quehacer. Reconocerlos entre nuestros fundadores, y  testimoniarles nuestra gratitud, como corresponde a una universidad que realmente tiene vocación por la diversidad intelectual, la tolerancia, la experiencia humana universal, el compromiso con el progreso, como con la redención de todos los oprimidos. En este sentido, ciertamente que un homenaje como éste no puede disimular la vergüenza que sentimos por el maltrato asentado a Víctor Pey de parte de quienes se arrogan ser propietarios o representantes de nuestros derechos. Mancillando, con ello, el espíritu republicano sembrado por los genuinos líderes de nuestra historia política; entre los que se cuentan no pocos extranjeros que derivaron en chilenos ilustres en el campo de la política, las ciencias y la cultura. Y que incluso como militares combatieron en favor de las ideas emancipadoras  que hicieron posible nuestra Independencia. En una actitud tan distinta a la de aquellos uniformados serviles a los intereses foráneos y fratricidas, que siguen atentando contra nuestra nación y dignidad soberana.

¡Cómo disimular el rubor por aquellos que le arrebataron el diario El Clarín para enmudecer a los chilenos y conculcar sus derechos! Apenas habían acometido, por supuesto, el acto terrorista más extremo, cobarde y abyecto de nuestra historia, como fue el  atentado a nuestra sede de gobierno y un magnicidio programado desde el extranjero para proponerse, enseguida, la violación sistemática de nuestros derechos individuales políticos y sociales fundamentales. Es decir, el primigenio acto de la más cruenta dictadura dentro de una historia nacional que da cuenta de una secuencia de masacres y deserciones históricas. Un crimen que, como tantos otros, se mantiene también impune en esta extensa, pusilánime y desvergonzada posdictadura, que se ha prolongado más años, incluso, que el fatídico régimen castrense.

¡Cómo no disculparnos con usted, querido amigo, por el horror que siguió a su exilio en Chile, del cinismo de los gobiernos que lo siguieron como integrantes u operadores de una clase o casta política renuente a devolverle al país lo que los militares y sus cómplices civiles le robaron. Con la aviesa intención, en este caso, de seguir transgrediendo la libertad de prensa y  encubrir los despropósitos de antes, como los que consumaron después,  en esta transición que aún no arriba a verdadero puerto democrático.

Para impedir, asimismo,  que renaciera el vespertino que todavía registra la más alta circulación de toda nuestra historia periodística, a la vez que exterminar desde La Moneda -mediante “gastos reservados”,  partidos políticos y jueces dúctiles y maleables- a  cada una de las expresiones libres e independientes surgidas con tanto riesgo y esfuerzo a fin de quebrar la censura impuesta por la Dictadura. Operaciones políticas que tuvieron como propósito ocultar y posibilitar los arreglos cupulares, los pactos de silencio y la plena consolidación del capitalismo más salvaje. Para que se hiciera “justicia en la medida de lo posible” y para que los testimonios arrancados a las víctimas con falsas promesas de verdad y reparación se dejaran expresamente archivados, a objeto de que los asesinos pudieran morir en sus propias casas o, a lo sumo, en aquellos resort carcelarios construidos especialmente para nuestros más espeluznantes homicidas y torturadores.

Para pavimentarle el camino a la corrupción que hoy nos ha dejado pasmados en su extensa y profunda transversalidad política e institucional. Cuando los más poderosos empresarios y otros grupos fácticos han logrado desvanecer a  gobernantes, legisladores  e instituciones públicas, además de asegurarse por largos años sus propias impunidades. Confiados en que el paso del tiempo prescriba u olvide sus delitos.

¡Cómo no pedirle perdón a tan agudo observador de nuestra realidad que ha tenido la impresionante entereza de enfrentar (nada más que con la colosal fuerza de su razón) aquellos ingentes recursos económicos, como las artimañas judiciales que, incluso, practicaron el desfalco fiscal para oponerse a su propósito de reeditar El Clarín! En el insobornable propósito de un Víctor Pey de servir a uno de  los pilares fundamentales  de cualquier democracia genuina, cual es el pluralismo informativo.  Demostrando una tenacidad que, de seguro, es la que le ha dado más aliento a su existencia.

¡Cómo no disculparnos ante Víctor Pey por la inconsecuencia de aquellos vociferantes activistas del pasado que él conociera muy bien y que hoy son los que practican o consienten con los abusos de los sucesores de Pinochet! Nombres y apellidos de quienes en aquellos años demandaban “poder popular” en las calles, pero una vez que llegaron a apoltronarse en la Moneda o en el parlamento binominal  no se han avenido siquiera a la posibilidad de que el pueblo pueda elegir una asamblea constituyente.  Que después de declarar la ilegitimidad de origen y contenido de la Constitución de 1980, hoy la sacralizan como texto fundamental y se disponen a darle más tiempo de vigencia, todavía, que la que alcanzaron todas nuestras constituciones anteriores.

En su rigor de ingeniero, hombre de convicciones y exigencias éticas, a Víctor Pey no le conocemos tiempo de fatiga o descanso. Y es así como a sus cien años uno puede sentirlo a diario en el computador, tal como ayer en sus rotativas secuestradas, denunciando lo que sucede, proclamando la esperanza, iniciando y culminando cada jornada en su férreo e insobornable compromiso con la justicia. Sin la más mínima intención, como nos consta,  de ser reconocido o reclamar ventajas o lisonjas. Sólo con la satisfacción, estamos ciertos, de mantenerse fiel a sus ideas y valores de siempre, con esa gran misión que lleva asignada su prístina mirada; en la amistad que nos ha prodigado tan constante y consistentemente, así como en sus actitudes ejemplares, y por doquier anónimas, que algunos le conocemos y que tanto también lo engrandecen.

¡Vaya que gran ejemplo para nosotros, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos que han tenido, gracias a su bendita y longeva vida, la gran ocasión de conocerlo y ser interpelados siempre por su lucidez y coherencia ética que, sin duda, son sus mayores atributos entre todas las cualidades que le conocemos!

Víctor Pey, querido amigo, esperamos que siga regalándonos su existencia y ejemplar perseverancia. Porque gracias a ello es que ahora, después de dos largas noches ininterrumpidas , los chilenos parece que volviéramos a amanecer, sacudirnos de los despropósitos y engaños programados por aquellos pactos o “consensos” cívico militares para los cuales el periodismo digno resulta siempre muy incómodo.

En la constatación, por lo demás, de que antes de cada aurora son necesarios y saludables los profetas como usted, aunque ya sabemos que el rescate histórico sólo podrá llegarnos si nos demostramos capaces de oponer al error y a la apatía nuestra más resuelta voluntad y fuerza. Estrechando nuestras manos en la movilización social, que en toda la historia universal ha resultado ser el más sólido ariete de los cambios. Sobre todo cuando éste se erige desde abajo, desde el “dolor diseminado” de los pueblos, como lo revelara su gran poeta y amigo Pablo Neruda. Sin más intermediación que las ideas emancipadoras inspiradas en el temple que demuestran guías tan señeros como usted.

*Discurso de homenaje a Victor Pey en ceremonia en que la Universidad de Chile le confirió la medalla rectoral

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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