Los resultados parciales divulgados por el Tribunal Supremo Electoral (TSE) de Guatemala, con el 80 por ciento de los votos escrutados, confirman que Jimmy Morales, abanderado del Partido Frente de Convergencia Nacional, lidera la carrera por la presidencia de ese país con 25,41% de los votos, en unos comicios marcados por la reciente dimisión del mandatario Otto Pérez Molina, quien tras su primera audiencia en tribunales recibió la privativa de libertad provisional por parte del Ministerio Público.
A Morales le sigue el líder de la oposición, Manuel Baldizón, de Libertad Democrática Renovada (Lider), con 18,87% y casi junto a él, Sandra Torres de Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), con 18,23%. Con esta estrecha disputa por el segundo lugar, se mantiene la duda sobre quien competirá con Morales en la segunda vuelta.
El magistrado del Tribunal Supremo Electoral de Guatemala, Julio Solórzano, había informado este sábado que las Juntas Receptoras de Votos estaban habilitadas en los 338 municipios del país, con lo que había quedado todo listo para las elecciones generales a las que han sido convocados más de 7,5 millones de guatemaltecos, de los cuales este domingo apenas concurrió a votar algo más del 50 por ciento.
Pero esta elección no era cualquiera. En países donde la democracia ha sido frágil, como los de América Latina y especialmente los de Centroamérica, la renuncia de un presidente siempre aviva fantasmas de inestabilidad y quiebre. Más aún cuando, como en el ejemplo de Guatemala y Otto Pérez Molina, los hechos se precipitaron a días de la elección presidencial de este domingo.
En un clima de poca euforia, un total de 14 candidatos se postularon para convertirse en el nuevo mandatario, y para lograrlo se necesitaba obtener una mayoría absoluta (el 50 % más uno). Como no se consiguió, habrá una segunda vuelta entre Morales y Baldizón o Torres, a celebrarse el próximo 25 de octubre.
A la hora de analizar esta elección marcada por la desesperanza y la corrupción, en todo caso, deben verse los problemas en perspectiva regional. Junto a Honduras y El Salvador, Guatemala constituye el llamado triángulo norte de Centroamérica. Son países que comparten destinos y problemas, naciones con índices de pobreza de las peores del continente, condiciones de violencia de los peores del mundo, golpeados por la corrupción, el narcotráfico y por una falta de futuro tal que ha dado lugar a uno de los grandes dramas de nuestro tiempo: la fuga de niños y adolescentes a Estados Unidos, con un destino incierto que no pocas veces es la muerte. Estas dramáticas circunstancias han acumulado el hastío que sirvió de abono para las protestas mientras, al lado, en Honduras (el mismo país donde fue derrocado el presidente Manuel Zelaya en 2009 y donde su esposa, Xiomara Castro, acusó fraude en las elecciones presidenciales de 2013) el presidente Juan Osvaldo Hernández es también objeto de masivas movilizaciones al implicársele en un caso de corrupción por 200 millones de dólares.
Por eso, ahora que ya se sabe que los guatemaltecos han preferido a un actor cómico que a un político tradicional, cabe preguntarse si basta cambiar a un presidente de ese tipo para modificar los problemas firmemente enraizados que afectan a Guatemala. Especialmente porque las movilizaciones callejeras no alcanzaron a transformarse en alternativa política: hicieron posible la caída de Pérez Molina pero no impidieron que la competencia, en esta elección, se circunscribiera a representantes de los partidos de la misma clase política desprestigiada por corrupta.
Ya se decía en una multitudinaria protesta de este sábado. Miles de guatemaltecos hartos de la corrupción exigieron en las calles la limpieza de un sistema político que consideran muerto, dejando un elocuente rayado en el Palacio de Gobierno: “RIP. Aquí yace el sistema, los símbolos y los personajes políticos traicioneros, sucios y perversos de Guatemala”. Además, un ataúd de madera fue cargado por manifestantes por las callejuelas del centro histórico de la capital, en un simbólico “sepelio electoral” ante elecciones que “nacieron muertas”, precisamente, por no augurar cambios de fondo en el país.
Además, se debe hacer mención a la fuerte presión imperial que Estados Unidos ejerce sobre esa región, lo que se traduce, más o menos, en que solo sucede lo que ese país quiere. Son esas condiciones las que respaldaron la breve pero sanguinaria dictadura de Efraín Ríos Montt, de la que Otto Pérez Molina participó como general y comandante de campo en la zona ixildonde se llevaron a cabo las masacres contra la población indígena maya. Pérez Molina también estuvo en la nómina de la CIA cuando se desempeñó como jefe de inteligencia para el G2 y su gobierno fue respaldado por Estados Unidos, hasta que la adhesión de la poderosa cúpula empresarial aglutinada en el Comité de Asociaciones Comerciales, Industriales y Financieras (Cacif) a las protestas, de reconocida cercanía a Estados Unidos, fue interpretada como una señal inequívoca de quitada de piso o, al menos, de querer ocupar el vacío de poder que empezaba a producirse.Además, en una situación que se explica por sí sola, la cadena de comida rápida McDonald´s cerró sus sucursales, en apoyo, durante las últimas jornadas de protesta contra el Gobierno.
Aunque las elecciones suelen cerrar ciclos políticos y descomprimir los ambientes, éste es un raro caso donde los comicios podrían agravar la situación. Ninguna euforia en las calles y, más bien, las sospecha de que al que viene también habrá que botarlo. Habrá que esperar un mes y medio más para saber si la comedia de Jimmy Morales es el inicio de una nueva tragedia en Guatemala.