Señor Director:
A fines de los 60 no éramos pocos los que entreveíamos la amenaza que se cernía sobre Chile a muy corto plazo. La amenaza que nuestro país se convirtiese en la pista de aterrizaje de todo lo peor que el capitalismo puede ofrecer: expoliación salvaje de los recursos y envilecimiento o descomposición de las poblaciones.
En esa época, el desarrollo de un pujante movimiento progresista que comprendía las clases trabajadoras del campo y de la ciudad, incorporando importantes sectores medios, hacía presagiar que la pesadilla podía ser evitada. Así, en ese entonces, pensamos que la victoria de Allende era parte de ese presagio pues las transformaciones que su gobierno impulsó estuvieron dirigidas a abrir nuevas alamedas para nuestro pueblo y a desterrar para siempre, creíamos, el escenario de esa catástrofe anunciada.
Sin embargo, como se sabe, fue la catástrofe y la pesadilla que ganaron, es decir el escenario urdido por los oligarcas locales, avalado por los patrones del imperio y ejecutado por unos uniformados felones.
Nos encontramos pues hoy en día en pleno marasmo, en medio de una situación en la que quienes provocaron el desastre actual, asesinando al Presidente y a la institucionalidad, son los únicos que sacan las castañas del fuego con la mano del gato, esta última siendo la mano de los chilenos.
¡Y de qué manera las sacan! Cuando se sabe que solo tres fortunas, entre tantas otras, representaban hasta hace poco, ellas solas, el 15 por ciento quizás del PIB nacional: las de Anacleto Angelini, Andrónico Luksic y Eliodoro Matte.
Para una buena parte de chilenas y chilenos, en cambio, es la pesadilla: esperas de un año y más para una operación en hospital, de semanas para una hora en consultorio, salario mínimo indecente, condiciones laborales dignas de siervos de la gleba, educación municipal al borde del desastre, universitarios casi desesperados, mapuche discriminados y perseguidos, etc, etc. Mientras tanto, como si los daños humanos directos no bastaran, el modelo contamina nuestras ciudades, envenena nuestros ríos, entrega nuestros campos así como nuestro océano y nuestras montañas a los depredadores.
La pesadilla ha estado acompañada también de otros estragos y, en especial, de uno muy importante en un país como el nuestro en que la vida política hasta los setenta había logrado incorporar a un número creciente de compatriotas, nos referimos al desprestigio de la política. En efecto, hoy la política se ha convertido en Chile en un oficio para charlatanes o rufianes y entre ellos figuran en un lugar destacado muchos de los que en el 70/73 habían simulado estar al lado de la esperanza. Los tráficos de todo tipo con los herederos de la dictadura por parte de ex-allendistas notorios se han convertido en el tiro de gracia de todo anhelo de recuperación nacional.
Se dice a menudo que cuando algo o alguien se está hundiendo, siempre llega el momento de un rebote cuando toca el fondo. Mecánicamente ello puede ser verdad, pero en el movimiento de las sociedades el rebote no es posible sin un agente que lo impulse y le dé una dirección. Ese agente hoy en día apenas se vislumbra en el movimiento de los jóvenes y de sectores de trabajadores, pero nuestro país tiene todo por ganar con el fortalecimiento y la extensión de ese movimiento.
Santiago Arcos
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