Para quien un ascensor podía ser un espacio de impunidad para la violencia y el abuso, el caso del oftalmólogo que insultó a una asesora del hogar y luego arrojó al perro de ésta fuera de cubículo, terminó de forma brutal con esa idea y con muchas más. Como que una empleada debía comerse la humillación de ser tratada como ciudadana de segunda clase por quien se sintiera de un estatus o rango superior. Esa mujer hoy puede ir a un Tribunal y junto a un abogado interponer una querella invocando la Ley Zamudio, como lo hizo Patricia Valdebenito, la asesora del hogar víctima de una de las situaciones que más repudio público ha despertado en el último tiempo.
Jamás pensó el médico oftalmólogo Carlos Schiapacasse que su irracional ataque de ira en contra de la empleada y el perro lazarillo que encontró en el ascensor al que se subía con sus pequeñas hijas, podía ser visto una y otra vez por millones de personas. La grabación de la cámara que luego se subió a las redes sociales permitió que la brutal escena fuera vista, compartida y comentada como uno de los hechos más importantes de la actualidad nacional. Una situación que, de seguro el médico pensó nunca saldría de la intimidad que un ascensor puede entregar, se convirtió en una escena icónica sobre la que la opinión pública hizo un juicio social con una sentencia condenatoria inmediata e implacable. Lo que sucedió a partir de entonces sorprende al oftalmólogo y a cualquier observador sobre las insospechadas dimensiones que ha adquirido este caso que ha sido incluso, destacado por la prensa internacional.
La cámara oculta de un ascensor permitió el registro de un acto “cobarde y déspota”, como el mismo médico lo ha definido a la hora de dar explicaciones y disculpas. La viralización del video a través de las redes sociales convirtió al médico en uno de los personajes más vilipendiados por los internautas y sobre el cual se descargó una ira virtual, parecida a la que él mismo encegueció y que en pocos días le cambió la vida.
Nadie podría haber sospechado las dimensiones a las que ha llegado este caso, porque se desarrolla fuera del ámbito del control de los poderes tradicionales, sean las autoridades o los medios de comunicación. Nadie podría haber vaticinado que una persona respetada por su estatus social y su condición de médico quedara de tal manera expuesta que en pocos días vio disminuida su lista de pacientes, ha asegurado que se pondrá en manos de especialistas para tratar sus ataques de ira, como también que atenderá de manera gratuita a asesoras del hogar en su consulta…le faltó ponerse en cuatro patas y lamer al perro agredido. La paliza social que ha recibido el victimario podría producir lástima, porque el rechazo ha sido categórico a tal punto que perturba la reacción respecto de este caso y lo que está se está incubando. Algo parecido a un monstruo incontrolable que crece en cada twitt o click en Facebook y que no necesariamente permite se desarrolle una discusión a nivel de sociedad sobre el abuso de poder y sus diferentes como también la impunidad en que quedan este tipo de actos. Lo que se produce, en cambio, es una descarga de rabia, un animal virtual que vocifera y escupe odio sin parar. Un espectro que se pasea rubicundo por nuestros computadores y celulares, babeando animadversión, ensuciándolo todo, alimentando a esos animales verdes que llevamos dentro y que se solazan con la desgracia ajena…
¿Por qué no sale este ser repugnante a denunciar y enrostrarle a este país su inequidad? ¿Dónde se esconde cuando otra mujer es asesinada por su pareja o un niño violentado por un adulto? ¿Por qué se emborracha frente al televisor y permite se muestre un país lleno de maldad en cada noticiario dejando a la teleaudiencia desolada? O, ¿es que solo anda buscando a un nuevo agresor para mostrarle su garras? Si así fuera, que mejor acumulen miedo.