Cuando pensamos en el 12 de octubre vienen a nuestras mentes las carabelas desembarcando ante la vista de unos pueblos -supuestamente- primitivos atónitos. Pasamos rápidamente por el período colonial y nuestra independencia como el evento que nos liberó de la opresión extranjera, entonces ya tenemos la visión de una sociedad muy distinta de la que recibió a los conquistadores, quizás más descendientes de ellos, más blanca, criolla.
Sin embargo, los problemas de la relación colonial subsisten luego de más de 500 años de esa imagen casi mítica de Colón pisando las Indias. El sometimiento de los otros “atrasados” y un proyecto de sociedad que no reconoce la riqueza de la diversidad y los derechos de los pueblos y naciones aun son parte de nosotros. El modelo occidental europeo del Estado-nación lo hemos tomado sin críticas ni cuestionamientos aparentes. Este modelo se basa en una idea homogeneizadora de la cultura, en tanto constituye la base del pueblo uno y da cuerpo a la ficción de una nación. Es así como se sostiene que a un Estado le corresponde una única nación, lo cual se encuentra muy lejos de nuestra realidad.
Sin embargo, este modelo de la relación Estado-nación-sociedad homogénea importado a nuestras tierras ha debido ser modificado en varios países de Europa y América del norte. En éstos se ha debido reconocer la multiculturalidad de la sociedad o bien la existencia de un Estado Plurinacional: el reconocimiento constitucional de pluralidad culturas y/o de pueblos y naciones al interior de un Estado.
Mientras tanto Chile continúa utilizando la jerarquización y dominación de las culturas de los pueblos indígenas, tanto a través de sus cuerpos y territorios como en sus saberes, lo que es una forma de sometimiento y explotación a fin de cuentas, y de exterminio cuando se ha considerado necesario (“Pacificación de la Araucanía”). En este sentido, es que como sociedad estamos sosteniendo un Estado que engloba una comunidad política supuestamente homogénea, como si no existiesen diferencias en su interior, fomentando la discriminación, la violencia represiva y simbólica hacia los sujetos otros: pueblos indígenas y sus culturas.
Sin embargo, y muy a pesar de la historia oficial, los pueblos tienen memoria y el pasado es lo único que realmente podemos ver como una experiencia vivida, algo cierto como sostiene la socióloga Silvia Rivera Cusicanqui. Por ello no es posible mirar hacia un futuro que aun no existe, menos resignadamente a un futuro que no promete más que una continuidad de lo existente si se da la espalda al pasado. De este modo, ha surgido el malestar que implica la imposición de la homogeneidad y de la muerte de lo diferente.
Este malestar ha sido el pilar desde donde emergen los movimientos nacionalistas independentistas que cuestionan la idea del Estado-nación uno y reclaman sus derechos, el más claro ejemplo es la misma España, el reino al que pertenecimos durante más de 300 años desde ese 12 octubre. En España el modelo de las comunidades autónomas no ha satisfecho la necesidad de reconocer la existencia de naciones diversas al interior del Estado. En Cataluña recientemente se ha realizado un plebiscito por su independencia y las elecciones autonómicas las han ganado los independentistas, en Galicia y País Vasco resultan evidentes las fuerzas de las ideas que reivindican su autonomía no como comunidad sino como pueblo y nación distinta a España.
Al igual que en Chile con los pueblos indígenas -no solo el pueblo Mapuche- esto indica un déficit respecto a la resolución democrática de los problemas de la diversidad de pueblos y de la distribución del poder en la comunidad política dentro de lo que constituye el proyecto discursivo emancipador de la modernidad. La democracia moderna se basa en los valores de libertad e igualdad, en la que la actualización de la igualdad (Rancière) y el ejercicio del poder soberano de los pueblos (es decir un poder sin sujeto preciso, un poder vacío dirá Lefort) es parte de sus sustentos teóricos y prácticos.
En este sentido el 12 de Octubre no sólo debe llevarnos a pensar en lo que subsiste de la colonización, sino cómo desprendernos de sus peores herencias en busca de un proyecto de modernidad. Esto significa construir un proyecto emancipatorio propio, que reconozca las diferencias que hemos sometido Estado-nación. Sin duda un buen ejemplo lo tenemos en nuestros vilipendiados vecinos bolivianos que han avanzado más rápido que ningún otro país en los últimos 9 años en el reconocimiento del Estado Plurinacional y en la Democracia Comunitaria, como uno de los tres niveles del ejercicio de la práctica democrática que su Constitución establece.