Perplejidad y compromiso en un Nobel de Literatura

  • 11-10-2015

De la misma manera, esto es una llamada telefónica viviendo en un país que no es el natal, tanto Gabriela Mistral como Svetlana Alexiévich, supieron la noticia. La poeta chilena estaba en 1945, en Brasil, desempeñando labores diplomáticas, en tanto la escritora bielorrusa estaba Alemania, en uno de los tantos destinos en que ha tenido que vivir alejada de su país por su trabajo crítico a los recientes gobiernos. Ambas han sido consideradas incómodas y ambas pertenecen al discretísimo y selecto grupo de esas 14 mujeres que han recibido el máximo galardón de las letras que cada año concede la Academia Sueca de la Lengua: el Premio Nobel de Literatura.

La sorpresa del galardón a la poeta y maestra sorprendió a los chilenos de entonces, hace 70 años, y su lectura sigue siendo una tarea pendiente. En el caso de la bielorrusa, la reacción fue la de la perplejidad, esa mirada vacua y vacilante que produce la ignorancia más completa frente a su obra. Pero nadie se culpe respecto del desconocimiento de la trayectoria literaria de la nueva Premio Nobel de Literatura Svetlana Alexiévich, cuando recién hace un año uno de sus libros fue traducido al castellano, lo que no quiere decir que haya poblado las librerías chilenas. Y menos, cuando el titubeo que produjo su nombre fue la reacción en casi todo el mundo, ya que no era considerada una escritora de tomo y lomo, cuando su trabajo escritural es producto de su formación periodística. Por eso es que los titulares no se han cansado de repetir que este premio que incomoda a la política de su país y de la región, y en general, a las conciencias del mundo, está a medio camino entre la escritura y el periodismo. Lo llaman novela colectiva o novela evidencia porque lo que ha hecho esta escritora y periodista de 67 años es reportear, como diríamos en jerga periodística, y a partir de ese trabajo de campo que puede llegar a más de 600 entrevistas, para esos escasos títulos que integran su obra. Solo un puñado, si se le compara con quienes eran los favoritos para el Nobel de este año que acumulan decenas, una más extensa y más publicitada que la otra.

Pero la Academia sueca sorprendió, con este galardón que ha sido considerado como político, como si la escritura en sí no lo fuera, en los momentos en que su país está en medio de elecciones y su visión ha sido muy crítica.

La Academia sueca dijo que su trabajo consiste en “escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”, porque lo que en ellos se concentra es la voz de las víctimas, el coro humano del sufrimiento que ella ha investigado, como el de las madres cuyos hijos no regresaron en su primer libro, La guerra no tiene rostro de mujer. Un libro escrito en el año 1985 y que recién llega a nuestro país en pocos meses, y que es producto del diálogo de la escritora bielorrusa con todas esas mujeres que no olvidan a esos muchachos que vieron partir para no regresar. La tinta de Svetlana Alexiévich está hundida en el propio sufrimiento de haber nacido en 1948, y haber mamado la leche amarga de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. Una ávida lectora de los clásicos rusos y que es criticada en su país por no hacerlo en su propia lengua y, en cambio, en la de los dominadores, en la de aquellos cuya sombra alimenta el nacionalismo bielorruso ella combate.

El Premio Nobel de Literatura para Svetlana Alexiévich es un reconocimiento al periodismo comprometido con su tiempo y que ha sabido tomar las herramientas de la escritura para transmitirlo. El Premio por la Paz de los libreros alemanes, que tanto celebramos quienes estamos convencidos con que los premios literarios deben pasar por la responsabilidad en la construcción de un mundo mejor, le fue concedido hace varios años, y fue uno de los muchos otros reconocimientos que la tenían en el panorama literario mundial que sin embargo, está fuera del mapa del castellano. Esto es algo que no podemos olvidar, que la nuestra lengua a pesar de tener 550 millones de hablantes en todo el mundo es una invitada muy discreta a la mesa de la lectura y la escritura universal. Que un libro, como el de esta Premio Nobel que fue editado a fines de la década del ochenta y que recién fue traducido hace un año y a Chile llega a fines de este, nos señala la fragilidad en la nos encontramos todos, escritores y periodistas de habla castellana, que queremos cambiar y sensibilizar al mundo con nuestro trabajo.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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