La guerra está asociada a causas que tienen que ver con intereses económicos y que a lo largo de la historia se repiten, la búsqueda de nuevos territorios para expandir el dominio, la exploración y conquista de zonas donde conseguir materias primas, energéticas abundantes y baratas. El control de espacios donde establecer mercados que aseguren en régimen de monopolio, la colocación de los productos industriales y la utilización de una mano de obra no cualificada pero barata y dócil para reducir los costos de extracción de las materias primas entre otros.
Señalado lo anterior y si se analiza con un poco de profundidad el momento cuando Estados Unidos ataca Libia en el año 2011, alguno de los factores antes señalados coincide, esto sucedió en medio de su crisis económico-financiera, con un endeudamiento interno que superaba con mucho el PIB del país. Cuyo impacto en la sociedad norteamericana era fuerte, con cifras tales como 40 millones de ciudadanos viviendo en estado de pobreza absoluta, con la clase media incluida y con una reducción drástica del gasto público y social, congelándose por parte del estado los salarios, las jubilaciones y la atención médica para los más vulnerables, todo un mega esfuerzo para aumentar el presupuesto de defensa, destinado a la guerra de conquista iniciada en el siglo XXI, el que según analistas de diversos países pronosticaron, después de la caída del muro, que sería de paz y entendimiento.
Claro está que hoy se habla de otro tipo de guerras, que difieren de las ya conocidas, en la cual los blancos están demasiado lejos como para esperar contraataques directos de los países atacados, si represalias como al parecer estamos conociendo. Son guerras fabricadas por la CIA, el M16 británico, como lo hicieron en Irak inventando que de Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva, truculencia en la que participaron entre otros, Bush, Aznar y el entonces primer ministro británico Tony Blair, quien advirtió acerca de la amenaza de las armas de destrucción masiva, publicando incluso un informe, todo un montaje mentiroso que se justificó en derrocar a supuestos dictadores violadores de los derechos humanos de sus pueblos.
Pero lo que nunca se informó es que los rebeldes libios, que capturaron a Gaddafi y lo ejecutaron en la calle, supuestamente combatientes de la libertad y que su objetivo consistía en establecer una democracia liberal en Libia, provenían en su mayoría de Al-Qaeda, los cuales hoy están presentes en SIRIA. Tampoco se habla de las evidencias que señalan que los arsenales libios fueron saqueados y que grandes cantidades de armas fueron enviadas por los rebeldes libios a Siria.
Entre muchas investigaciones una publicación del periodista Seymour Hersh, llamo la atención sobre un acuerdo clasificado entre la CIA, Turquía y los rebeldes sirios, para crear una red secreta, utilizada para canalizar armas y municiones procedentes de Libia a través del sur de Turquía y a lo largo de la frontera con Siria, con financiamiento proporcionado por Turquía, Arabia Saudita y Qatar.
Así es como se fabrican y ejecutan estas guerras modernas, basadas en la doctrina de “la guerra preventiva, con carácter global y permanente”, con escenarios de conflicto múltiple y simultáneo, aplicando una superioridad tecnológica abrumadora frente a países medianos, pequeños y débiles pero sumamente estratégicos.
Una guerra que se construye con medios de prensa, los que antes de su inicio se encargan de descalificar al enemigo, señalándoles como terroristas, arropándola con un manto de legalidad y honorabilidad, el que se concreta con el permiso que el o los países atacantes le piden al Consejo de Seguridad de la ONU. No para iniciar la guerra, sino que para “aplicar una zona de exclusión aérea”, destinada a “proteger la población civil” de los ataques de la aviación, es un permiso para llevar a cabo una “intervención humanitaria” destinada a salvar vidas de civiles inocentes o no-beligerantes.
En la práctica se despliega todo un cuento magistral, cuyo objetivo no es otro que la perspectiva de lograr un jugoso botín de guerra, petróleo y gas, Irak es el vivo ejemplo de ello, como lo es hoy Siria.
Pero el tipo de guerra a la distancia y preventiva iniciada por EE.UU. y ahora los países de la OTAN es costosa y por lo tanto, es una inversión elevada que requiere de una retribución también honerosa para su recuperación en el corto o mediano plazo. Analicemos los gastos, se estima que el costo de un misil tomahauk, empleado en estos conflictos, fluctúa entre los US$450,000 y 700,000. Que su costo de lanzamiento es de US$100 millones diarios, agregando que y si tomamos en cuenta que el programa de lanzamientos en Libia, fue de 500 misiles durante tres semanas, el gasto total llega a los US$ 5,000 millones. A esto habrá que agregar el costo de despegue de un avión de combate F-16 o un Tornado británico, que es de US$50,000 dólares (sin incluir el salario-hora de un piloto).
Para recuperar todo este dinero invertido, la agenda imperial prevé la toma, el control absoluto y la propiedad legal de no menos del 60% de los recursos energéticos existentes en el Golfo pérsico, Asia central ex soviética, Asia del sur y meridional, África y América latina entre otros. El Plan maestro del complejo militar-industrial estadounidense anticipa que, además de las reservas energéticas en el Tercer y Cuarto mundo, los EE.UU. deberán controlar la inmensa mayoría de los oleoductos y gasoductos, lo que hará indispensable el total dominio a escala planetaria de los pasos y estrechos marítimos que gobiernan las rutas de transportación y distribución de energía a Occidente.
Fuimos testigos de cómo toda esta patraña funcionó en Irak, país en el cual después de solicitar el permiso a la ONU para sus ataques humanitarios, se reservaron “el derecho” de desatar un ataque unilateral e inconsulto, pasando por encima de la ley internacional. Además en una arquitectura internacional basada en Secretarios Generales con carácter débil y pusilánime, usualmente escogidos e impuestos por la Casa Blanca y sus aliados para servir sus intereses.
Ayer sacudieron Afganistán, luego Irak, después Libia y hoy es Siria, pero la guerra humanitaria de USA-OTAN lo que busca es adueñarse de las enormes reservas de petróleo, gas y agua existentes en esos países. Así como reposicionar enclaves militares, a lo mejor quieren para si la histórica base británica de TOBRUK, famosa porque cayó en manos de los ingleses luego de la histórica batalla de EL-ALAMEIN donde el general ingles Montgomery venció al ÁFRICA KORPS del Mariscal alemán Rommel.
Para terminar es razonable preguntarse qué quieren obtener de Siria, una pregunta que se responde por si sola, si vemos con un mínimo de detalle que fue lo que obtuvieron de Libia.
Libia es la primera economía petrolera de África (por encima de Argelia y Nigeria) y la novena del mundo. Representa el 3,5 % de las reservas mundiales, con una reserva probada de 60,000 millones de barriles, en tanto que la reserva de gas ascendería a unos 1,600 millones de metros cúbicos. Pues bien, tras la captura de tan enorme riqueza energética, las tasas gananciales de las multinacionales petroleras angloamericanas y francesas son cuantiosas. Si se toma en cuenta que el crudo llega a US$108,00 el barril y que el costo de producción del barril libio es sumamente barato y competitivo- US$1.00 (un dólar aproximadamente), saque Ud. la cuanta de lo que las corporaciones extranjeras aspiran en utilidades.
Agreguemos a lo anterior lo que todos ya sabemos, que las grandes guerras del siglo XXI se libraran prioritariamente por el control del agua, la que también está por esos lados en conflicto. El desierto del Sahara (particularmente en libia) alberga grandes acuíferos fosilizados a solo 500 metros de profundidad, agua subterránea fresca y pura aprisionada allí desde hace millones de años, desde la era de la glaciación (posee entre 10,000 y 12,000 km cúbicos en solo uno de los sitios).
Un dato más, respecto de la brutalidad de los ataques aéreos, que de manera dirigida y orientada nos muestra a diario la televisión, poniendo el acento en la guerra contra el terrorismo. En la teoría como en la práctica de la ciencia militar, una guerra ha de ganarse en el corto plazo o no se ganara nunca, la prolongación de la misma es el peor de los escenarios, por esta razón, son miles los cohetes que caen sobre la cabeza de millones de seres inocentes, quienes no pueden defenderse y que el mundo castiga, sumándose al calificarlos a todos de terroristas, es decir, justificando el horror que antecede la ocupación militar y económica de sus países.
Enrique Villanueva M.
Vicepresidente CEEFA
Centro de Estudios exonerados Fuerza Aérea – 73
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