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La Orestíada islámica


Sábado 21 de noviembre 2015 14:33 hrs.


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Con el correr de los días y de los hechos, se han decantado los enfoques sobre la horrenda matanza de París del viernes 13. Primero, la reacción general fue, ante algo que podría suceder en cualquier ciudad del mundo y como aquí se trataba de un punto tan saliente de Occidente, el estremecimiento inundó el planeta.

Por supuesto que los 129 masacrados y las victimas, conjurados y sospechosos que cayeron después terminaron por armar una situación que tendrá muchas implicancias. Afortunadamente, los análisis y previsiones se hicieron crecientes y nos sacaron de la emocionalidad unilateral. Franceses, belgas y otros europeos y también los estadounidenses duermen con el enemigo, en la medida que en sus países alternan con inmigrantes acogidos con renuencia y que no han logrado integrarse realmente en sus sociedades, pero también con muchos de segunda generación que han tenido éxito laboral y económico.

Esto explica la doble faz de las relaciones entre las potencias occidentales y los territorios del cercano oriente y los países africanos. El salvaje colonialismo a que los primeros sometieron a los segundos, dejaron una impronta ancestral que no se borra fácilmente con la recepción en las metrópolis del primer mundo. Es claro que muchos islámicos escasamente integrados rumian rencores que los lleva al extremo del nihilismo terrorista, pero que también en la otra punta subsisten fundamentalistas que se afincan en la historia o simplemente en una mentalidad anti sistema. Esto último ha ocurrido en otras latitudes: Lenin y Fidel Castro provenían de familias acomodadas, pero sus pensamientos los llevaron a oponerse al sistema capitalista u oligárquico en que se criaron.

En el caso actual, la relación se ha agravado por los zigzagueos occidentales de tomar aliados que después dejan y hasta combaten según van cambiando sus necesidades. En un pasado no tan lejano se asociaron en Irak con el tirano Hussein, para luego George Bush hijo invadir el país y derrocar y ejecutar a su líder. Algo parecido hizo E.E.U.U. en Afganistán, Libia y Siria, guiado por sus intereses petrolíferos y estratégicos, al punto que en algunos casos no ha podido terminar con las guerras allí emprendidas.

Los bombardeos aéreos a los nuevos enemigos los llevan a una solución de desquite por los ataques sufridos en Londres, Madrid, Nueva York y ahora París. Claro, la única manera de terminar, por ejemplo, del califato Isis es con ataque de infantería a poblaciones con mujeres con bombas en sus cuerpos y niños que ya empuñan armas, dispuestos a inmolarse ante los “infieles” ¿soportaría la conciencia mundial más acciones de este tipo, que ya se han llevado a ejecución en la icónica Franja de Gaza, aunque sea en respuesta a masacres en baluartes como París?

En el seno de estos se ha producido una Orestíada predecible desde las masacres de los franceses en Argelia. Mientras esto sucedía, en las primeras décadas del siglo XX la capital francesa era el centro de atracción de intelectuales y artistas. Ahora dejó de serlo definitivamente y las palabras de entonces de escritores como Hemingway se transforman en la paráfrasis: “Paris ya no es una fiesta”