Venezuela


Martes 8 de diciembre 2015 11:45 hrs.


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Curiosamente, los venezolanos han derrotado electoralmente al chavismo después de 17 años, lo mismo que se extendió en Chile la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet.

Las elecciones legislativas en Venezuela son un buen ejemplo de lo inadecuado, forzado y antidemocrático que puede resultar nuestro presidencialismo sudamericano, “una mala copia de Estados Unidos”, al decir de Andrés Bello.

En efecto, aunque, al parecer, la oposición al chavismo liderado por el presidente Nicolás Maduro, habría superado los dos tercios de la representación parlamentaria, el gobierno, no obstante, seguirá en manos del chavismo, el que habrá de gobernar con una aplastante mayoría opositora en la Asamblea Nacional.

Lo sano sería que la mayoría parlamentaria determinase el rumbo del gobierno, como ocurre en todas las democracias en que existe un sistema de gobierno parlamentario, el más antiguo, probado y extendido en el mundo. En el sistema parlamentario, existe un jefe de Estado y un jefe de gobierno o primer ministro, el que gobierna con un gabinete, ambos integrantes y responsables ante el Parlamento.

En consecuencia, cuando cambian las mayorías en el Parlamento, ello repercute en el gobierno, el que, para seguir siendo tal, tiene que conservar el respaldo de la mayoría de los representantes de la ciudadanía. Por tanto, el gobierno termina cuando pierde en las elecciones generales de renovación de la legislatura cada cuatro años o cuando pierde un voto de censura o un voto de confianza en mitad de una legislatura, produciéndose siempre una renovación inmediata del gobierno, determinada por la nueva mayoría que se forme en el Parlamento.

Así, sólo gobierna aquella fuerza que goza del respaldo de la mayoría de los representantes de la ciudadanía, lo que permite una administración más fluida y dinámica, que contrasta con el conflicto permanente entre ejecutivo y legislativo a que nos tiene acostumbrados el fracasado presidencialismo sudamericano, el que sólo resulta funcional a caudillos populistas y mesiánicos, de los que debiésemos alejarnos de una buena vez.

Rafael Enrique Cárdenas Ortega

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