En un breve repaso por la literatura de las últimas décadas, la obra de muchos escritores parece haberse fraguado bajo la estela del padre, de esa figura tutelar que lleva a explorar el mundo y a iniciar ese viaje emocional que – con aciertos y desastres – va fraguando ese vínculo capital. Así, buena parte de la obra de Gabriel García Márquez, por ejemplo, se puede entender como la mitificación de la imagen de su progenitor. La lista es larga: desde el siempre referido Franz Kafka a Philip Roth, pasando por Paul Auster, Mario Vargas Llosa, Jean-Marie Le Clézio, Hanif Kureishi, Jamaica Kincaid o el turco Orhan Pamuk, quien en la ceremonia que lo galardonaba con el premio Nobel de Literatura en 2006 leyó un texto conmovedor que luego daría título de un futuro libro: La maleta de mi padre.
Un necesario y atemporal volumen que no es propiamente un libro de relatos, sino una recopilación de los escritos leídos a partir de la entrega de tres importante premios: el ya mencionado Nobel de Literatura; el Puterbaugh 2006 (El autor implícito), y el premio de la Paz de la Unión de Libreros Alemanes, 2005 (En Kars y en Frankfurt).
Las hebras discursivas de estos tres textos van tejiendo una reflexión sobre el propio proceso de escritura y la vinculación del autor de Me llamo rojo (1998) al género de la novela, a la vez que da cuenta del porqué de su oficio de escritor; no obstante, va más allá de la esfera personal y cada texto es un aporte a la reflexión sobre la creación literaria, sus agujeros negros, sus laberintos y misterios.
Abre los fuegos La maleta de mi padre, un emotivo discurso en el que Pamuk homenajea a su progenitor, ese que supo transmitirle a temprana edad la pasión literaria. Dos años antes de morir, su padre le da la maleta que siempre lo había acompañado en sus viajes y que guardaba en su interior el testimonio de una vocación frustrada: la escritura. La entrega es con una condición: Pamuk Jr. no podía abrirla hasta después de la muerte del padre. Así, La maleta… sirve para que el autor exponga metafóricamente sobre el “peso” – emocional– de esa valija vinculándolo con su personal significado de la escritura.
A partir de este suceso que forma parte su intimidad, Pamuk reflexiona sobre la importancia que ha tenido en él la elección de ese oficio en dos sentidos: ganarse la vida, pero también confrontarse a un espejo que refleja sus vivencias y sentimientos. La Literatura (con mayúscula) para Pamuk es más que un trabajo, es un estilo de vida basado en una soledad que permite experimentar la libertad frente a la página en blanco, pero al mismo tiempo, un encuentro con una “alteridad” en ocasiones difícil de cotejar. Y ese encuentro le presenta dos caminos: por un lado, el descubrimiento de un otro, más allá de uno mismo; y por el otro, un encuentro con la posibilidad de habitar otro mundo, el de la tradición literaria que de manera explícita se encuentra sumamente vinculada a la Cultura Occidental:
“Una biblioteca de mil quinientos ejemplares que prácticamente tenía leída a los 22 años, adentra a este escritor en un mundo diferente al de su propia realidad vivida en la capital turca, Estambul. Es como lector y como escritor que puede situarnos sobre el centro desde el que escribe, el que le impulsa escribir… la escritura y la literatura se relacionan íntimamente con una carencia en el centro de nuestras vidas, con los sentimientos de felicidad y culpa”.
El texto concluye con la emotiva añoranza a la persona que supo introducirlo en semejante aventura, pero también logra transmitirnos no sólo el placer por la lectura, por la escritura, sino también el amor a la palabra escrita, a la música de las frases, algo que definitivamente Pamuk vincula a la figura de su padre.
El siguiente texto, El autor implícito, es el discurso pronunciado en la entrega del premio Puterbaugh, otorgado por la revista norteamericana World Literature, y ahí Pamuk discurre alrededor del siguiente argumento:
“…cada libro por escribir pero planeado e imaginado (o sea, como ese libro mío a medias) tiene también un autor implícito. Sólo podía acabar la novela si conseguía ser el autor que implicaba…. No es tan fácil imaginar un libro. Lo hago a menudo, como imaginar que soy otro. Lo difícil es ser el autor que implica tu libro”.
Para Pamuk es el libro el que produce al autor, y no al revés. De ahí que este discurso dialogue con el anterior, a la vez que añada y ayude a la comprensión de ese encuentro con la otredad que La maleta de mi padre expone.
Curiosamente, esta particular experiencia que supone el acto de escribir, para el autor de El museo de la inocencia (2009) es casi un vital elemento. Para él la escritura como medicina y como consuelo son el resultado de que al escribir, uno se encuentra con el placer de estar haciendo una confesión, y a la vez, se enfrenta al miedo de decir la verdad sobre sí mismo:
“El texto supone una reflexión seria y contundente sobre alguien que no solo se dedica, sino que también “se experimenta” al escribir. De ahí que resulte imprescindible para aquellos interesados en la escritura de ficción, el autor, alguien que más que escribir es escrito en cada obra”.
El tercer y último texto de esta recopilación, En Kars y en Frankfurt, es un discurso que por cronología es anterior a los dos que le anteceden en el índice. Aunque aparezca en último lugar, fue pronunciado en el año 2005 en la entrega del Premio de la Paz de la Unión de Escritores Alemanes. El título, tal como nos recuerda Pamuk, evoca al protagonista de su novela Nieve (2005), el cual vive entre ambas ciudades, justamente en la conflictiva bipolaridad de Oriente y Occidente, tan presente en la bibliografía de este autor. Y es por esa evocación que Pamuk formula la pregunta sobre la que girará su discurso: “¿Quién es ese “otro” que debemos imaginar?”… “El novelista siente que, gracias a las normas literarias que maneja, el identificarse con ese “otro” le dará buen resultado”.
Nuevamente nos hallamos ante una reflexión sobre la creación literaria y su protagonista, el “autor”, también llamado por Pamuk “el novelista”. Pamuk también apunta a la gestación del vínculo entre el autor y el protagonista de la novela. Una vez más y ya desde los primeros párrafos, encontramos alusiones a esa otredad tan presente en los tres textos que conforman La maleta de mi padre, solo que en esta ocasión esa línea que separa a Oriente de Occidente le sirve a Pamuk para sostener una de las funciones que para él tiene la novela: “Las novelas nos permiten reflexionar sobre el mundo”, ya que tal como desarrolla más adelante “las novelas no son del todo fantasía ni del todo realidad”. Es así como viajamos por este camino discursivo por el que nos conduce Pamuk, por el que llegamos, una vez más, a su particular universo, a su declaración de principios: “La mayor parte de las veces, la razón de nuestra felicidad o nuestra infelicidad es, más que la vida que llevamos, el significado que le damos. He dedicado mi vida a estudiar este significado… Y creo que eso es algo que sólo puede hacerse por la novela…”.