La campaña electoral de Estados Unidos ha comenzado. La mesa está servida para la mayor parodia democrática del planeta. La puesta en escena que conmueve la mass mediática como “lucecitas montadas para escena” en palabras de Silvio Rodríguez se ha puesto en funcionamiento, sin embargo, en su punto cúlmine: las elecciones del próximo mes de noviembre dejará de participar más de la mitad del electorado estadounidense a quien no le interesa qué hagan o no hagan sus gobernantes hasta que le tocan el bolsillo, único lugar sensible del cuerpo de una gran cantidad de ciudadanos del país del norte.
Contrario a lo que se pueda suponer, el sistema político estadounidense es monopartidista. Existen dos corrientes del mismo partido político: el de las transnacionales, el de las grandes empresas, el del complejo militar industrial, es decir el que finalmente a través del financiamiento de las campañas electorales ha decidido hasta ahora quién puede y quien no puede ser presidente de los Estados Unidos de América. Estas dos corrientes: demócratas y republicanos han sufrido un corrimiento más a la derecha en los últimos años que asemeja su carrera comicial a las del hijo dilecto, Israel, donde compiten partidos de derecha, extrema derecha y ultra derecha según las clasificaciones de los analistas de la propia entidad sionista.
Al respecto Noam Chomsky afirma que los republicanos modernos se hacen llamar demócratas, “mientras la antigua organización republicana quedó fuera del espectro, porque ambas partes se desplazaron a la derecha durante el periodo neoliberal, igual que sucedió en Europa. El resultado es que los nuevos demócratas de Hillary Clinton han adoptado el programa de los viejos republicanos, mientras éstos fueron completamente desplazados por los neoconservadores. Si usted mira los espectáculos televisivos donde dicen debatir, sólo se gritan unos a los otros y las pocas políticas que presentan son aterradoras”. Tal vez sea difícil encontrar una expresión tan gráfica de lo que está ocurriendo. La interna republicana es una confrontación entre distintas derechas que no tienen diferencias conceptuales, sino ciertas discrepancias ideológicas relacionadas con divergencias de tipo religioso o, en cuanto a la profundidad con que se deben aplicar las políticas imperialistas agresivas.
Finalmente, el único debate que marca una diferencia en la política de Estados Unidos, es el de cómo se producen los ingresos que van a soportar el presupuesto de Estados Unidos en el que el gasto militar ocupa de lejos el espacio más importante: los demócratas son más proclives a incrementarlos para aquellos que ocupan los sectores más altos de la sociedad y los republicanos creen que se deben obtener reduciendo el gasto social, de manera que sean los marginados, los que paguen las aventuras militares del país en todo el mundo. No hay grandes diferencias entre unos y otros a la hora de decidir intervenciones militares, agresiones a otros países, organización de golpes de Estado contra líderes “indeseables”, o apoyo para la interrupción de la democracia en cualquier lugar del globo donde lo consideren necesario para sus intereses.
En este contexto, la realidad internacional y el papel que Estados Unidos a través de su política exterior pueda jugar en ella, adquieren una relevancia que no ha tenido parangón desde el fin de la guerra fría. Será inevitable que las opiniones sobre el tema ocupen parte importante de los debates y la propaganda que busca atraer votos en las elecciones primarias de los partidos políticos, sobre todo, cuando una vez que los candidatos hayan sido definidos entren en la contienda real para obtener la máxima magistratura de la primera potencia mundial.
Chomsky advierte del peligro que significa la obcecada negación de la existencia del calentamiento global por parte de los republicanos o, incluso del hecho de que algunos sean escépticos respecto de tal situación, por lo cual según ellos, los gobiernos no deben hacer nada al respecto. El científico social estadounidense opina que estamos ante el peor desastre que la humanidad haya enfrentado jamás. De ahí su preocupación, porque los republicanos “quieren aumentar el uso de combustibles fósiles”. Igual inquietud genera el tema de la migración, que indudablemente ocupará un lugar especial en el debate electoral, en lo que es junto al narcotráfico la expresión más alta de la hipocresía estadounidense. Obvian que son, los conflictos y la destrucción que generan en todo el mundo, la causa fundamental de las migraciones que pretenden evitar mediante la represión. Igualmente, mientras consumen crecientes cantidades de drogas para mantener estupidizada a su juventud, se asumen como los adalides de la lucha contra el narcotráfico.
No hay contradicciones importantes en los grandes temas de la política exterior. Las diferencias se manifiestan en solo dos ámbitos que tiene más que ver con aspectos de política interna que internacional, la existencia de sendos lobbies cubano y sionista, ha transformado esos temas en puntos álgidos de debates electorales, en el primero de los cuales pareciera que el presidente Obama va ganado posiciones con el apoyo de un importante sector bipartidista. Me parece que serán esos los cuatro temas los que copen la agenda internacional de la campaña: cambio climático, migraciones, Cuba y Medio Oriente.
Más allá de eso, no parecía haber nada interesante en esta repetición del show cuatrienal de la “democracia” estadounidense. Sin embargo, la irrupción de los outsiders ha marcado el rumbo del proceso eleccionario. En lo que el analista colombiano Antonio Caballero llama ”choque de extremos” la irrupción tanto de Donald Trump entre los republicanos y de Bernie Sanders entre los demócratas ha establecido una novedad respecto del pasado.
Todos aquellos que al comienzo de la carrera electoral supusieron y afirmaron que Trump era un “bufón” que no tenía cabida en el sistema político estadounidense, han debido aceptar que es el candidato de las corporaciones que ostentan el poder tras bambalinas en el país, así mismo es el presidente que desearía la aún mayoría WASP (blancos, anglosajones y protestantes), expresión de la tradición más rancia del sentir nacional. En el más reciente sondeo de CBS sigue conservando un potente 35% contra 18% del senador Ted Cruz, su contendiente más cercano dentro del partido republicano.
La monotonía ultra derechista de la campaña electoral que conglomera un amplio espectro que va desde Donald Trump hasta Hillary Clinton ha sido rota por la aparición refrescante de Sanders quien ha tenido la virtud de movilizar a los jóvenes y a las minorías en acciones multitudinarias que nos hacen parafrasear a Galileo Galilei, para decir que sin embargo, en Estados Unidos, algo se mueve. Clinton no se diferencia en nada de cualquier candidato republicano. Es responsable de transformar el Departamento de Estado, en el aparato político de la máquina de guerra imperial. Sus poco transparentes manejos de la diplomacia y sus vínculos con Wall Street la condenan. Las encuestas indican que los electores demócratas cada vez le creen menos. Lo que aparentaba ser un fácil camino al olimpo se ha transformado en una espinosa ruta descendente que no se sabe a dónde la llevará.
Sanders que se auto describe como social demócrata a la usanza de los antiguos líderes escandinavos de esa corriente, ha rechazado públicamente la acumulación de riqueza en el 1% de los estadounidenses, mientras se han desmejorado las condiciones de vida de la mayoría de la población incluyendo a sectores muy importantes de la numerosa clase media. Su particular uso de las redes sociales y su irrevocable impugnación a los aportes millonarios a su campaña, a fin de evitar condicionamientos previos de corporaciones y empresas transnacionales, ha significado una verdadera revolución política que está conmocionando la sociedad en particular a los jóvenes que sobre todo en las universidades se están plegando de manera entusiasta a su campaña. Ello lo ha llevado, de ser considerado un candidato advenedizo y marginado en los números electorales, a un impresionante 40% de apoyo entre los electores demócratas a nivel nacional, rezagado todavía 10 puntos de Clinton.
La campaña apenas ha comenzado. Todavía queda mucho camino por recorrer. Las cartas están echadas. El show ha comenzado y los actores están en el escenario. El 48% de los votantes que regularmente acuden a los comicios tendrán tiempo de decidir. ¿Podrá Sanders movilizar a la juventud adormilada por los medios de comunicación? Me parece que en la resolución positiva de ese dilema podría generar una posibilidad que conduzca a un resultado distinto que haga a este mundo un lugar más agradable para vivir.