Quisiera empezar esta columna atendiendo un tipo de comentario que de vez en cuando me hacen los lectores. No uno en particular ya que el tema aparece con regularidad: algunos lectores me sugieren temas para abordar. Temas que para ellos son más urgentes que los que trato.
A lo mejor esto se debe a mi formación, a lo mejor a otras consideraciones, el hecho es que no me parece que haya temas que se imponen en sí como “buenos temas”, como tampoco me parece que los haya “malos”, sino que todo depende del tratamiento que les dé el/la columnista y del pacto que éste/a tenga con sus lectores. Ese pacto existe. Tiene que ver con lo que un lector sabe que puede esperar de un autor. Siendo responsabilidad del autor aclararlo, no necesariamente de manera explícita como lo hago acá, sino más bien en la coherencia y perseverancia de sus escritos. Ese trabajo hecho a lo largo del tiempo permite también que los lectores, ya prevenidos, puedan elegir leer o no leer a tal o cual autor del que conocen la línea.
Retomo. Algunos lectores piensan, por ejemplo, que las columnas de opinión deben seguir la agenda de noticias y, en ocasiones, dan por sentado que esa agenda de noticias es “lo que interesa a los lectores”. Como si hubiera un solo tipo de lector. Como si los lectores-de-Chile-unidos tuvieran esos puntos de interés y listo. Me parece osado. Al respecto tengo algunas acotaciones.
Primero. Para informarse sobre noticias están las noticias y para profundizar están los análisis de periodistas especializados cada uno en sus rubros.
Segundo. En materia de columnas de opinión, si bien es deseable que los temas tengan que ver con “actualidad” (pero se puede discutir bastante sobre lo que es o no es actual) no existe, hasta donde sé, un patrón que obligue al columnista a plegarse a nada. Tanto en nuestro país como en otros, este espacio “de opinión” es precisamente el que más libertad otorga y esa libertad, en ocasiones, ha dado lugar a innovadoras propuestas periodísticas.
En Argentina, donde resido, existe hoy un caso digno de interés. Se trata de las columnas de Juan Forn publicadas los viernes en Página/12. Hace poco se reunieron en un libro. Copio la presentación que hace el autor y que refiere al cómo se gestaron:
“Monterroso aspiraba a un género que tuviera algo de ensayo y algo de cuento, algo de poema y algo de confesión, más o menos breve y muy libre, en tono aparentemente melancólico pero envuelto en ligero humor, recurriendo a citas de conocidos y desconocidos que existieron en la realidad o no, con un estilo perfecto pero que no se note, o incluso que parezca descuidado, como redactado por alguien que lo hiciera para cumplir un requisito que no puede eludir”.
Recuerdo haber leído un texto de Forn sobre la compañera de Orwell y más recientemente otro sobre Truman Capote. En el volumen dos de ese libro (“Los viernes” de Juan Forn) hay también un texto que hace trágicas revelaciones sobre la muerte de Pushkin. Pero Forn es capaz de escribir sobre temas mucho menos convencionales como puede ser los luchadores mexicanos y los “huevos de Pinochet” (sic) –la gracia, al parecer, se la debemos a Rafael Gumucio y, sobre todo, a su abuela, pero sigamos.
Su columna “Cassandro de América” debe haber revelado a no pocos lectores un mundo insospechado. Empieza así: “El hombre que se está maquillando dice que la lucha libre es para los mexicanos lo que supo ser la Commedia dell’Arte para los italianos: un espejo colectivo donde reconocerse”. El día en que se publicó esta columna (5 de septiembre de 2014) los titulares tenían que ver con: Muerte de Cerati / Fondos buitres / Situación de los bancos relacionada con tenencia de dólares. Conste sin embargo que, en la portada, un cuadradito no dejaba de anunciar la columna de Forn, porque las columnas de Forn son noticia en Argentina, así como hace años lo fueron las de Roberto Arlt.
Quisiera aprovechar esta ocasión para subrayar que de ninguna manera el hecho de que yo escriba prioritariamente sobre algunos temas implica un desinterés por otros. Al respecto, dos acotaciones más.
La primera es que ante el desolador paisaje que ofrece hoy la agenda de noticias en Chile, en Argentina y en Francia (que son los países con los que más me relaciono y sobre los que puedo llegar a escribir), me inclino a pensar que la palabra debe ser particularmente oportuna porque está claro que los especialistas están haciendo lo humanamente posible desde sus propias trincheras. O sea, no se trata de sumar por sumar.
Luego, uno de los temas que más me interesa y que atraviesa estas columnas tiene que ver con la formación política a la que podemos aspirar los ciudadanos en función de contrarrestar los desastres cometidos por los irresponsables que nos gobiernan y apoderarnos de una mínima capacidad transformadora. Dentro de esa inquietud o búsqueda, me importa plantear este tipo de preguntas: ¿de quién podríamos aprender? ¿Quién podría hoy indicar otro(s) camino(s)? ¿No tiene grietas este sistema? ¿No habrá otra manera de relacionarse y de trabajar en conjunto? ¿Nuestro destino estará para siempre en la denuncia? ¿No recuperaremos nunca la capacidad de proponer? ¿De crear? ¿De hacer? ¿De convencer? (No encuentro respuestas en la agenda de noticias, seguiré buscando).
Confieso, aunque el lector familiarizado con estos escritos ya se había dado cuenta, que me interesan las pequeñas experiencias. Lo micro. La anécdota cuando es reveladora. Escenas poco visibles. Por ejemplo, cuando hablan de algo que se puede desechar, que no aporta. Pero mucho más cuando hablan de la capacidad que tienen las personas para trabajar en la adversidad. O sea, para sobreponerse. Para seguir adelante “a pesar de todo”. Esas personas también son actuales y, sobre todo, urgentes (lo que hacen lo es). Sólo que sus temas de intervención no han sido patentados como cruciales por quienes tienen el poder de decidir en la materia. Y esta es la otra parte que a veces incomoda, la parte Principito, si se quiere, y cada cual es libre de llamarla como guste. Yo no me ofendo –o no mucho– pero tampoco escribo para estar a tono, ya que para estar a tono, hay otras elecciones más fáciles quizás, en todo caso más evidentes.
Se acaba el espacio, diría Arlt, mil cien caracteres es mucho. Conste que hoy me había preparado para hablar de un buen tema, relacionado con el próximo aniversario del golpe de Estado en Argentina y su evocación en colegios primarios. No deja de ser llamativo que se pueda poner en contacto a niños pequeños con grandes interrogantes como: ¿qué es una democracia? Una palabra que está en boca de muchos en estos días, ya que todo indica que eso que dábamos por conquistado, vuelve a ser lo que hay que repensar y defender.
Queda para la próxima. Y sirva esta columna para seguir pensando juntos qué se puede esperar y cómo no desesperar (de todo pero también de los dichos y escritos).