Es el llamado constante que hacen desde el poder -o la ingenuidad, que también existe- a quienes cuestionan la realidad actual y la atribuyen al sistema neoliberal, que se ha apropiado de la democracia y todos los valores que ésta enarbolaba, distorsionándolos. Tal vez tienen razón, para vivir contentos hay que ser positivos. El problema es que esta es una discusión entre intelectuales. Entre personajes que, de una u otra manera, lograron escalar en la pirámide social y hoy hasta se deleitan buscando explicaciones para los males que afectan a la sociedad. U optan por lo que tienen más cercano, la paz, la seguridad de lo conocido, que les ha servido para mantener una vida tranquila y se inclinan por una cómoda espera de que las cosas mejoren.
Desgraciadamente, esa no es la realidad de la mayoría de los chilenos. Y tan es así, que quienes se aferran a lo establecido utilizan tal estado de cosas para una vasta gama de objetivos. Hoy, uno de ellos es impedir que una nueva Constitución Política sea discutida por todos. No, dicen, eso deben hacerlo solo los y las (incorporarlas está bien visto, aunque sea no más de palabra) que son capaces de comprender lo que es una Constitución Política.
Por si no se han dado cuenta, Chile está mucho más mal desde que se despachó la Reforma Tributaria. Peor aún, cuando se les ocurrió hacer una Reforma a la Educación, que pretende entregar ésta en forma gratuita. Y mejor ni siquiera mencionar iniciativas para darle reconocimiento real a derechos femeninos. No, el aborto tiene que ser discutido por los hombres. Ojalá por aquellos que tienen investiduras que los presentan como intermediarios entre lo terreno y lo divino. La Reforma Laboral, otro anatema. Incluso los dictámenes de la Corte Suprema sobre huelga fuera de la negociación colectiva o acerca del reemplazo de trabajadores, son cuestionados.
El ser positivos pareciera que involucra, necesariamente, aceptar el orden establecido. Eso queda claro al revisar la argumentación de quienes sostienen tal necesidad y fijarse en sus representatividad. Se trata de personajes que se desenvuelven en los campos económico o político, generalmente en ambos. Cuando hablan no lo hacen defendiendo sus intereses, sino los de Chile. Por eso es que claman por las dificultades que crea, para el desarrollo, reformar la tributación o la legislación laboral.
Periódicamente, tal tarea la cumplen senadores y diputados de diferentes partidos políticos o adalides del sector económico. En este último caso, raramente hacen escuchar su voz los más poderosos. Por lo general, esa tarea es asumida por mandos medios o profesionales que han hecho fortuna prestando sus servicios independientes a grandes conglomerados. Recientemente, El Mercurio incluyó una entrevista al abogado Jorge Carey, uno de los más laureado jurisconsultos del país. En su nutrida cartera de clientes se encuentran los principales miembros de la Confederación de la Producción y del Comercio (CMPC) y de la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa). En la entrevista se pronunció contra las reformas, especialmente la tributaria. Explicó que era partidario de bajar los impuestos a las empresas y no a las personas. En cuanto a la reforma laboral, sostuvo el mismo argumento de la CMPC y de la Sofofa. “Es -dijo, descalificándola- más bien una reforma sindical y no laboral”. En cuanto a los fallos de la Corte Suprema, su respuesta es digna de encomio: “Uno tiene que estar dispuesto -sostuvo- a acatar con respeto y tranquilidad los fallos de un poder del Estado probo y bien intencionado, aunque discrepe. Creo que muchos de esos fallos están afectando o podrían afectar la productividad chilena”.
Es evidente la intencionalidad de estas aseveraciones. ¿Por qué hay que ser positivo, aceptándolas, con la segregación que produce la riqueza en manos de unos pocos? ¿Por qué no ser positivos ante cambios que pretenden nivelar -solo en una mínima parte- el estado de la cancha? Pareciera que lo positivo o negativo se mide en función de la tranquilidad de unos pocos, muy pocos.
En el mundo en que vivimos los valores se han transformado en banderas de lucha política, económica, religiosa. Tomando Coca Cola se alcanza la felicidad. Imagínese lo que puede lograr si ayuda a su Iglesia. O lo bien que podría estar el país si colabora -con plata- en los esfuerzos de fulano para ser presidente, diputado, senador, alcalde o simple edil.
Es posible que muy pronto seamos parte de campañas que llamen a ser positivos y que nos entreguen un decálogo con formas de acción. Por ejemplo: 1. No reclame; 2. No vote; 3. Convénzase, las instituciones funcionan; 4. Las Leyes que despacha el Parlamento no representan a las empresas; 5. La Justicia es ciega; 6. La Educación es un negocio, no un derecho; 7. La salud es problema suyo; 8. Aunque no lo crea, las AFP son un negocio para Usted; 9. ¿Para qué nueva Constitución? Las leyes supremas son las del mercado; 10. Los viejos pobres son una carga insoportable para el país.
Chile quiere que seamos positivos.