Margot y Lucía


Lunes 9 de mayo 2016 16:30 hrs.


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Señor Director:

La clase política y la prensa de Chile han virtualmente celebrado el fallecimiento esta semana en Santiago de Margot Honecker, ex ministra de Educación de la República Democrática Alemana (RDA) y viuda del ex Presidente y líder comunista alemán, Erich Honecker.

Como muchos otros, el ex militante PC -y ahora extremista de derecha- escritor Roberto Ampuero, quien residió en Cuba y la RDA, suele comparar al régimen de Honecker con el de Pinochet, contribuyendo así a una matriz de opinión -lugares comunes- que quedan establecidos como verdades universales: ambos regímenes coartaron libertades y violaron derechos humanos, ergo, eran lo mismo, con distinta propaganda.

Pero, Ampuero insinúa además, en El Mercurio, que fueron peores los comunistas alemanes que los fascistas chilenos, pues según argumenta, desde 1961 (cuando se erigió el Muro de Berlín) y hasta 1989, todos los 17 millones de alemanes orientales estaban presos dentro de su país (mientras -se entiende- bajo Pinochet, centenares de miles de chilenos pudieron libremente escapar de la miseria y la persecución a otros países).

En esa lógica, Margot Honecker es equivalente a, o peor que, Lucía Hiriart, la viuda de Pinochet, cuya muerte también se avecina.

Fue en los años 60 del siglo pasado que el cine norteamericano sistematizó el uso de los lugares comunes como herramienta ideológica: repetir ciertas frases y esquemas estéticos, situaciones, paisajes, luces, etc., en todas las producciones, sobre cualquier tema, y no solamente en aquellas dedicadas abiertamente a la propaganda, para moldear percepciones de la realidad. No sólo en el cine, por cierto, sino también en la televisión y el periodismo.

El sistema es tan eficaz, que por ejemplo ahora estamos todos convencidos de que Nicolás Maduro es un imbécil, que el ecuatoriano Correa persigue a la prensa, que Evo Morales está acorralado, que Dilma y Lula roban a manos llenas, o que Macri está saneando la economía argentina saqueada por los Kirchner.

Presentar las cosas de otro modo -en un contexto, como procesos- es “ideología”, como señala el diputado Nicolás Monckeberg (RN) por la muerte de Margot Honecker, para quien la RDA fue un episodio trágico del triunfo de la ideología por sobre el “sentido común”, o sea, el capitalismo y su sistema político “democrático”.

Para estos sujetos, la ideología no es una representación de la realidad, sino un afán absurdo de reemplazarla según parámetros arbitrarios. Y la realidad no es otra cosa que el capitalismo: mientras más salvaje, más real. Defender el capitalismo no es ideología, combatirlo sí.

Tan implantados están los lugares comunes, que el propio Partido Comunista de Chile se inhibió de rendir honores a Margot Honecker, más allá de una declaración formal de condolencias, y la vocería del más apagado y tal vez menos comunista de su dirección: el ex MAPU Juan Andrés Lagos.

La carta de condolencias del PC se limitó a destacar la consecuencia política de Margot, pero tuvo mucho cuidado de no identificarse con el régimen que ella defendió hasta el último día. El partido orientó a sus militantes a no asistir al funeral, argumentando que era una “ceremonia privada”, por disposición familiar.

¿Piensan acaso ahora los dirigentes comunistas chilenos que la RDA fue una dictadura similar a la de Pinochet? ¿O no quieren tener que salir en cámara respondiendo las preguntas simplonas sobre dictadura y democracia?

Cuando en 1989 cayó el muro de Berlín -y el gobierno de Honecker- tras una ola de protestas y una inmensa maquinaria de propaganda, se multiplicaron las denuncias de inmensos privilegios y lujos de los dirigentes de la RDA, quienes -como buenos dictadores- no sólo vivían como reyes a costa de la miseria del pueblo, sino que habían saqueado las arcas nacionales para abrir cuentas secretas en Suiza y otros paraísos fiscales.

La mayoría de esas denuncias se disiparon rápidamente, y a la muerte de Margot Honecker nadie se ha molestado en destacar la austeridad en que vivieron y murieron ella y su familia.

El lugar común nos dice que en 1989 la RDA era un país miserable, un régimen que espiaba a su propia población, sometido a una dictadura feroz, que asesinaba a quienes quisieran emigrar y dejar la pobreza.

Los datos duros indican que en 1989 la RDA -además de cercenar libertades- se encontraba entre los diez países más industrializados del mundo, y garantizaba el empleo, la vivienda, la salud, la educación, la cultura y las pensiones.

Al escritor judío italiano Primo Levy -sobreviviente de Auschwitz- le preguntaron una vez por qué él rechazaba condenar a la Unión Soviética del mismo modo que condenaba a la Alemania nazi. Levy respondió que mientras el propósito explícito del fascismo es la explotación, el racismo, el genocidio y la barbarie, el propósito explícito del socialismo es exactamente lo contrario. Stalin era una perversión del socialismo; Hitler, la esencia del fascismo.

Pronto veremos cómo será el funeral de Lucía Hiriart de Pinochet. Seguramente será secreto, pero jamás austero. No hace falta que ella muera para saber cómo su esposo, ella y su familia robaron -y siguen robando- y corrompieron a Chile.

No comparar, entonces: no hubo CEMA-Chiles en la vida de Margot Honecker sino lucha revolucionaria. A lo más, su pecado fue negarse obstinadamente a aceptar que el embrujo capitalista fue mucho más potente que el ideal socialista, y que el día que hubo que hacer un muro, ya estaba todo sellado.

El contenido vertido en esta Carta al director es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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