“Yo tengo un doctorado en paciencia”, señaló la Presidenta Bachelet en una pauta de entrega de viviendas haciendo un símil con la espera de pobladores por conseguir sus casas, justo en momentos en que se conocía que el polémico -hasta entonces- ministro del Interior, Jorge Burgos, presentaba su renuncia al cargo argumentando razones personales, que sin embargo son evidentemente políticas. Tanto estirar el elástico por meses, por fin se había cortado.
Esa improvisada expresión presidencial daba pie para pensar que era ella quien había terminado con una situación que habría colmado su paciencia: su mala relación con el jefe de Gabinete, que en innumerables ocasiones no apoyó el programa y se dio gustitos personales una y otra vez, que parecían situarlo más cerca de la oposición que de la agenda de gobierno. El ala conservadora de la Nueva Mayoría había encontrado en Burgos un excelente aliado que desde el realismo casi rozaba la renuncia, parafraseando al slogan surgido en el bullado Cónclave oficialista en que se definió cómo se abordarían las reformas en medio de la desaceleración económica.
Pero no. Fue el ahora ex ministro el que se cansó porque estaba estresado y le bajaron las defensas (situación que sufre la mayoría de los trabajadores chilenos, pero que no puede darse el lujo de renunciar a su trabajo) y se fue de La Moneda, dejando a su haber una Agenda Corta Antidelincuencia que transgrede, incluso, las libertades fundamentales, un cuestionamiento “personal” a la causal de violación en el proyecto de aborto terapeútico y su opción contraria a la Asamblea Constituyente, expresada apenas desembarcaba en Palacio.
Extraño momento político elegido por Burgos, justo cuando el Ejecutivo había decidido impulsar una reforma constitucional para salvar la Reforma Laboral tras el traspié del fallo del Tribunal Constitucional, que habría tenido que conducir el equipo político que él lideraba. O cuando la Presidenta y su gobierno enfrentan una nueva baja en la popularidad, y el caso Caval vuelve a instalarse en La Moneda. O tal vez por eso mismo, fue éste el momento elegido.
Su ausencia de la ceremonia de promulgación del Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género la semana pasada y su silencio en el caso de la querella contra la revista Qué Pasa, con la cual no habría estado de acuerdo, dieron algunas luces de que el elástico estaba llegando a su mayor nivel de estiramiento después de 13 meses de permanente tensión.
Por minutos (antes de que se conociera el nombre del nuevo ministro) pareció que se generaba la oportunidad para que la Presidenta dejara de tener paciencia con el sector de la Nueva Mayoría que persistentemente apuesta por una gradualidad que termina diluyendo las reformas (como el Frankenstein en que se convirtió la Laboral, incluso antes de que la derecha lo llevara al TC); con una parte de la clase política que se opone a terminar con sus privilegios y democratizar el acceso a la dirigencia de nuevos actores como mujeres y jóvenes; o con aquellos políticos que representan a los poderes fácticos, en vez del interés ciudadano.
La reciente querella penal por injurias y calumnias presentada por la Presidenta en su calidad de ciudadana (en un imposible desdoblamiento), a pesar de que finalmente fue un error político lleno de imprecisiones que volvió a instalar en La Moneda la pesadilla del caso Caval, parecía una señal de que a la Presidenta se le había acabado la paciencia, en ese caso con un medio de comunicación que –según su parecer- había dañado su honra.
Pero no. La salida del ex ministro -que el jefe de senadores demócrata cristianos Andrés Zaldívar (uno de los ministros del Interior damnificados en el primer gobierno de Bachelet) se apuró en especificar que no fue una decisión de la Presidenta, sino una petición de Burgos de quedar en libertad de acción- no se convirtió en una oportunidad para nombrar a una persona cercana a ella que genere la afinidad y sintonía que no logró con el anterior jefe de gabinete (ni con el propio Zaldívar ni con Belisario Velasco).
El nuevo ministro del Interior elegido por Bachelet, seguramente de una terna presentada por el partido Demócrata Cristiano o por algunos parlamentarios decés que estuvieron reunidos la noche anterior a la renuncia, es conservador, supernumerario del Opus Dei y hombre de Gutenberg Martínez, que lidera el reaccionario sector de los guatones al interior de la Democracia Cristiana. Con 50 años de militancia en la DC, Mario Fernández, “el Peta”, se instala como jefe de gabinete en La Moneda tras haber sido ministro de Defensa en el gobierno de Lagos, embajador en Alemania y Uruguay, ministro del Tribunal Constitucional.
Fue justamente en ese órgano contramayoritario, que Fernández no dudó en aliarse con la derecha para declarar inorgánico e inconstitucional el proyecto de ley que permitía la distribución de la pastilla del día después, objetó tres artículos sobre consulta indígena del Convenio 169 de la OIT por inconstitucionalidad y en su momento se opuso al divorcio.
Se ha señalado que Burgos y Fernández tienen un perfil similar. Siendo así, es bastante poco probable que la Presidenta logre sintonía política con este hombre de Gutenberg instalado en La Moneda, que tiene un marcado cariz conservador: puede que el remedio resulte peor que la enfermedad. Consultado sobre la llamada agenda valórica del programa, Fernández dijo apoyar el proyecto de aborto terapéutico impulsado por el gobierno. Difícilmente podría decir otra cosa recién incorporado al cargo, aunque su pasado lo condene.
Aunque la paciencia presidencial eventualmente se colmara, Bachelet decidió hacer un guiño a la vieja guardia de la Concertación con cuyos principales personeros (como Insulza), Fernández tiene buenos vínculos y a la propia DC, que permanentemente insinúa la posibilidad de un quiebre del que considera que es un mero pacto electoral en vez de una alianza política: la Nueva Mayoría.
Cuesta entender, eso sí, que la actual Presidenta de la Democracia Cristiana, Carolina Goic, que representa un sector más progresista de la DC haya avalado el nombre de Fernández. Y cuesta más aún creer que finalmente quien más sonría con el cambio sea el propio Gutenberg Martínez, que es el gran ganador de la jornada.