El último partido de Chile en la zona de grupos lo enfrentaba al seleccionado panameño en la ciudad de Filadelfia. El reto no sólo era obtener la clasificación sino también elevar el nivel de juego y mostrar algunos de los atributos que la llevaron a convertirse en la mejor selección de América. Y si bien se obtuvo el triunfo, se jugó mejor que el rival y se metieron cuatro goles (4-2), queda la sensación de que otra vez el funcionamiento colectivo fue bajo y que contra un rival de mayor jerarquía hubiera sido imposible imponerse. Pese al esfuerzo y a las evidentes correcciones todavía estamos muy lejos.
Panamá no debía suponer ningún problema pero terminó complicando por sus virtudes y por los desaciertos propios. Esta vez la buena productividad ofensiva contrastó con los errores defensivos, la falta de intensidad en la marca y la evidente falta de concentración de Claudio Bravo. No se trata de atacar a uno de los mejores arqueros del mundo sino de asumir que por circunstancias completamente comprensibles, no se encuentra en su mejor momento. Todos los goles recibidos durante el torneo han contado con su complicidad y eso debe afectar el rendimiento grupal. El cuerpo técnico tiene el reto de levantar el animo y servir de soporte para que Bravo pueda elevar su nivel y devolver la seguridad acostumbrada.
Se clasificó a cuartos de final pero el objetivo no alcanzó para recomponer el juego, ganar confianza ni para mirar con optimismo lo que vendrá. Siguen las dudas y pese al logro se ve difícil reeditar el título obtenido en Santiago. De todas formas queremos destacar que las exigencias han crecido y que cuando se critica a la selección actual o se le pide más es porque se reconocen las capacidades y los alcances de ellas. Nadie quiere tirar todo a la basura porque son nueve años de trabajar muy duro. El lugar que hoy ocupa la selección se lo ha ganado con esfuerzo y nadie quiere volver al anterior. Hoy nos quejamos porque el equipo no juega con la velocidad, intensidad y precisión acostumbrada pero clasificamos a todo. Antes, íbamos de fracaso en fracaso y colgándonos del travesaño incluso.
Además hay cosas que advierten una mejoría. Los cuatro goles de Eduardo Vargas y Alexis Sánchez levantan optimismo pues se recupera la efectividad de los dos delanteros más productivos del proceso selectivo. Del mismo modo el alza de juego de Marcelo Díaz y Charles Aranguiz es alentadora. Su rendimiento es un indicador infalible del nivel de juego de todo el equipo, pues por ellos pasan una gran cantidad balones y son el enlace entre la recuperación y la creación. Si los dos andan bien seguramente la selección elevará sus posibilidades de triunfo porque todos sus compañeros se verán fortalecidos.
Los cuartos de final nos enfrentarán al seleccionado mexicano contra el que se ha jugado muy recientemente. En ese partido amistoso la Selección fue muy superior en el juego pero la incapacidad para definir las opciones construidas y los errores en zona defensiva terminaron favoreciendo al rival, que con un gol bastante fortuito, se quedó con el partido. Igual se deben sacar lecciones porque con la presión alta y el juego intenso los mexicanos se vieron mal y fueron ampliamente superados. En todo caso esta vez todo debe ser diferente pues la instancia, la urgencia y la presión modifican radicalmente el escenario.
México juega bien pero tiene poca jerarquía individual. Ojo, posee jugadores realmente talentosos pero por diferentes factores su desarrollo en el extranjero no les permite brillar en grandes equipos, obtener continuidad ni elevar su nivel gracias a la alta competencia. La única excepción es Rafael Márquez que brilló en las buenas épocas del Barcelona y aunque aún mantiene un buen nivel, su edad y estado de forma han mermado su juego. En todo caso la defensa es fuerte y posee un excelente juego aéreo que se fortalece con una salida generalmente limpia y el apoyo de cualquiera de sus destacados arqueros.
En el medio se ve un equipo bien organizado, muy sacrificado en el esfuerzo físico y con buen pie. Allí destacan particularmente Héctor Herrera y Andrés Guardado. Por otra parte juegan con uno de contención muy fijo que corta y pelea pero no entrega muy bien (Jesús Molina). Ahí debe presionar el equipo de Pizzi y sacar ventaja porque México apuesta a superar a sus rivales sumando mucha gente en ese sector con el apoyo constante de los laterales. Ganar el medio campo y determinar el ritmo y posesión del balón será entonces fundamental para los chilenos si quieren imponerse.
En la delantera los mexicanos poseen hombres robustos, oportunistas y goleadores (Javier Hernández, Raúl Jiménez u Oribe Peralta) que van muy bien acompañados por habilidosos y rápidos extremos (Hirving Lozano y Javier Aquino). Los laterales chilenos deberán estar particularmente atentos y sumarse al ataque todo lo que sea posible para obligar el regreso de los extremos mexicanos. Así los obligará salir de la zona en la que mayor daño hacen y los ocupará en labores defensivas. De este modo el aparato ofensivo mexicano se debilita y se vuelve vulnerable al depender únicamente de la efectividad de un aislado centro delantero.
Ya se terminó la fase grupal y ahora no hay espacio para errores ni derrotas. Ojalá la selección encuentre su mejor versión y pueda imponerse a su exigente rival con claridad. Se acabaron las pruebas y ahora hay que presentar el equipo más competitivo posible. No hay excusas que valgan. Mucha suerte para los nuestros y sobre todo buen fútbol.