Después del triunfo reciente del “Brexit” en el referéndum en el Reino Unido, que le valió la salida a este Estado de la Unión Europea (UE), los analistas internacionales han intensificado y profundizado notoriamente el debate acerca de los alcances de fenómenos políticos marcados por un nacionalismo de índole xenófobo, racista y antiinmigratorio. Si bien, esta situación se ha venido generando desde hace unos años, lo acontecido en el país isleño ha alcanzado los ribetes más dramáticos para la comunidad internacional, principalmente por las consecuencias que le implicarían tanto interna como externamente su salida de la UE, considerando que se trata de la quinta economía en el orbe.
Más allá de las repercusiones en estas aristas, la alerta se ha centrado en la consolidación y triunfo político del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), colectividad caracterizada por su ideología conservadora, reacia a los vínculos con Europa y partidaria de aplicar estrictas restricciones al flujo inmigratorio. En ese sentido, y pese a la reciente renuncia de su líder Nigel Farage, el discurso político del UKIP ha conseguido permear aceleradamente en la población británica de menos recursos económicos, la que se ha sentido decepcionada tanto de conservadores como de laboristas, puesto que perciben que se han distanciado y desintonizado de las demandas y necesidades de la mayoría de la sociedad.
Por cierto, que el atractivo generado por este peligroso discurso populista, xenófobo y anti inmigratorio ha estado presente en diversos Estados europeos, en los cuales los principales y tradicionales partidos políticos han perdido aceleradamente su credibilidad y legitimidad ante la sociedad. Uno de los ejemplos por antonomasia, es el caso de Francia. Durante los últimos años, el Frente Nacional (FN) liderado por Marine Le Pen ha experimentado un crecimiento electoral acelerado, reflejado en los cerca de 7 millones de votos que obtuvo en las elecciones regionales de 2015, donde inclusive muchos analistas sostienen las altas probabilidades que tiene la candidata ultraderechista de pasar a segunda vuelta el año próximo. Asimismo, el aumento de quienes defienden limitar y restringir las tasas de inmigración en Francia, se constituye en el escenario social y político ideal para las aspiraciones del FN para alcanzar el poder.
De manera más notoria que el caso francés, es el aumento en la adhesión a ideas antieuropeas es Austria. En los recientes comicios, el Partido Liberal de Austria (de extrema derecha y liderado por Norbert Hofer) estuvo a tan sólo 30 mil votos de haber alcanzado el triunfo, el cual fue obtenido por el independiente apoyado por el Partido Verde Alexander Van der Bellen. Ante este escenario, la Corte Constitucional austriaca decidió anular los resultados de las elecciones celebradas en Mayo, lo que puede ser una oportunidad histórica para la extrema derecha de alcanzar el poder, después de haber participado en un gobierno de coalición a fines de la década del noventa. Esta postura política, que fuese secundaria hace aproximadamente 16 años, ha obtenido un protagonismo que ha alertado a la comunidad europea e internacional, debido a la magnitud que pudiera tener un posible efecto dominó en el corto y mediano plazo hacia el resto de los Estados europeos.
A este fenómeno no ha estado ajena Suecia, cuya situación ha estado marcada por la crisis experimentada en la credibilidad hacia socialdemócratas y moderados, lo que fue aprovechado por los ultraderechistas de Demócratas de Suecia, quiénes alcanzaron en 2014 cerca del 13 por ciento, constituyéndose como la tercera fuerza parlamentaria en el país escandinavo. Este hecho, representó un peligro tanto para los partidos tradicionales que vieron mermados sus resultados electorales, como también un creciente escenario en el que las ideas y el discurso político anti inmigratorio y xenófobo toma mayor fuerza. Esto último, preocupa en ciudades que históricamente se han caracterizado por su diversidad cultural como Estocolmo.
Tal como este mensaje ha calado en latitudes como Grecia, Holanda, Hungría y Polonia, los movimientos xenófobos toman mayor fuerza en sociedades cuya población más pobre y joven perciben que sus gobernantes no han sido capaces de sintonizar y satisfacer con sus más elementales necesidades. En consecuencia, esto ha puesto en jaque la legitimidad que la UE tuviera en su génesis, basada en una integración multidimensional capaz de superar las fisuras y cicatrices ocasionadas por la Segunda Guerra Mundial. Muchos perciben que el actual modelo comunitario ha distado del original, puesto que consideran que las relaciones entre sus Estados miembros han sido asimétricas y que no han sido capaces de satisfacer las expectativas iniciales.
En tal sentido, cabe cuestionarse la responsabilidad que han tenido los gobiernos europeos en el no cumplimiento de la promesa de unidad europea tanto para el conjunto de la UE, como para los asuntos y necesidades domésticas. Estas circunstancias, han sido caldo de cultivo para el auge de estas ideas populistas, ultraderechistas y racistas en Europa. Pareciera, que los gobernantes no le tomaron el real peso al descontento de sus sociedades, subestimando que las consecuencias de la profunda crisis política y económica fuesen propicias para el surgimiento de una oleada de estos movimientos, que por cierto, en su esencia son profundamente antidemocráticos. Indudablemente, que el peligro que reviste los pensamientos anti inmigratorios y xenófobos, deben ser tomados con un mayor peso por parte de las sociedades no sólo europeas y estadounidenses, sino que a nivel mundial. De no hacerlo, se continuará intensificando el significado de esta amenaza: una consecuencia de una promesa fallida.