Amigas y amigos, no suelo escribir sobre mis viajes -sean estos oficiales o no-, pero lo que viví durante mis siete días en Palestina necesito transmitírselos, no sólo por transparencia, sino por un simple y profundo sentido de solidaridad, de responsabilidad, de justicia y de humanidad.
Quiero partir diciendo que lo que aprendí de ese lejano país no fue sólo de la versión “oficial” de las autoridades y de algunos líderes políticos, fue principalmente de lo que ví con mis propios ojos y lo que pude conversar con mujeres y hombres amantes de su tierra, de su patria y de su milenaria cultura.
El pueblo Palestino ha sido víctima de la dominación extranjera desde la antigüedad hasta nuestros días, y hoy en pleno siglo XXI siguen siendo colonizados y oprimidos, esta vez por el Estado de un pueblo que debiese ser hermano, el Estado de Israel.
Cuarenta y nueve años de ocupación han transformado al Estado de Israel en una Etnocracia, un Estado terrorista que busca el desplazamiento y exterminio de palestinos, hombres, mujeres, ancianos, niños y bebés de los territorios que contempla el proyecto sionista. Y aunque les parezca a algunos exageradas mis palabras, son los mismos líderes sionistas quienes han explicitado estos objetivos, ya en 1948 David Ben Gurion decía “Debemos utilizar el terror, el asesinato, la intimidación, la confiscación y el corte de todos los servicios sociales para deshacernos de la población palestina”, o el General Shlomo Lahat quien señalaba “Nosotros debemos matar a los palestinos, a menos que ellos acepten vivir como esclavos”. Pero una cosa es escuchar o leer estas frases y darnos cuenta de inmediato de su brutalidad, y otra muy distinta es verlas en realidad.
Una semana en Ramalla, Hebron, Beit Lehem, Bir Zeit, Al Taibe, Beit Jalá, etc. sirvió para darme cuenta que todos y cada uno de los días que viven los Palestinos, está cruzado por una bala en el cuerpo a un adolescente, demoliciones de viviendas comandadas por el ejército israelí en el propio territorio palestino, allanamientos masivos a las casas durante la noche, provocaciones y humillaciones, entre otras atrocidades que permiten la existencia de 600 mil colonos a la fecha.
La violencia y el miedo que genera intencionadamente el Estado de Israel contra el pueblo palestino es pan de cada día. Tan solo la noche del martes 26 de Julio, a tan sólo algunos centenares de metros del hotel donde hospedamos en Ramallah, las fuerzas de ocupación demolieron 11 viviendas palestinas, sin previo aviso y sin mediar provocación alguna; El miércoles ametrallaron a un ciudadano palestino en Hebrón previo a demoler su hogar; el jueves no pudo asistir a la reunión que teníamos como delegación el diputado Fayez AL Saca de Belén porque a su hijo le habían disparado a matar soldados israelíes y lo habían herido, afortunadamente sin riesgo vital. Y así todos los días durante más de 60 años.
Para qué hablar del dolor de las familias, particularmente nos tocó compartir con los padres y hermanos del niño Mohammad Abu Khdeir, ellos nos recibieron en su casa y nos contaron cómo su pequeño de tan sólo 14 años fue secuestrado y asesinado el 2014 por colonos judíos, quienes lo golpearon, lo obligaron a beber gasolina y luego lo quemaron vivo. Y aunque se nos apretó el pecho y la garganta al escucharlos, nos admirámos de la fuerza y coraje de la familia para seguir adelante, luchando incansablemente por verdad y justicia en un país donde la impunidad es el pan de cada día, como una forma de resistir hasta alcanzar la libertad.
Pero la violencia que vive el pueblo palestino no sólo es esa violencia que lleva a la destrucción de una vida o un hogar, es la violencia de la ocupación que transgrede el derecho de soberanía y autodeterminación de los pueblos, el derecho al libre desplazamiento. Con 550 puntos de control y 700 km de muro el territorio palestino no sólo lo han reducido a un 12%, sino que lo han fragmentado para dividirlos, para aislarlos, para ahogarlos en una verdadera cárcel de cielo abierto y no permitirles hacer su vida normal, desarrollar su economía, su cultura, su actividad política. Esta realidad es quizás la más clara demostración que al Estado de Israel no le interesa ni acepta convivir con un Estado Palestino, y que mientras habla de su interés en reconocerlo, todos los días avanza por el camino de impedir su nacimiento.
Recuerdo con profunda admiración a un beduino del cerro Jabr Al Baba, quien lucha todos los días por mantener viva su actividad de sobrevivencia económica ancestral, el pastoreo de corderos, pero mucho más que eso, lucha y resiste para que el proceso de colonización sionista no llegue a ocupar sus territorios, consciente de que son claves para que Israel logre avanzar hacia el Mar Muerto. Héroes como él son los que más erizan los pelos.
La resistencia del pueblo palestino es un acto de profundo amor a la patria, a la familia y la justicia. Su capacidad de resiliencia ante tanta brutalidad es impresionante, cuesta creer que a pesar de tanto sufrimiento, siguen sonriendo, amando, festejando, se siguen casando y teniendo hijos. El amor y la alegría son la base de su resiliencia para sobrevivir ante tanta brutalidad.
Pero me entristece saber que no se sorprenden con tanta visita diplomática y de organismos de ddhh, y es que hace años los ven llegar, irse y volver sin que pase nada. Porque a pesar de que según el Derecho Internacional, la ocupación Israelí constituye un crimen de guerra, a pesar de que se le ha pedido por parte de la ONU, UE y otros organismos internacionales terminar con la ocupación ilegal, Israel no da pie atrás y nadie hace nada, nadie sanciona.
Quizás por eso sorprende tanto que no tengan ejército por decisión propia, “sólo queremos la Paz” dicen. Y aquellos que han decidido resistir y defenderse de los ataques mediante el uso de la fuerza (en el caso de Hamas en Gaza) usan cohetes, frente a misiles y tanques de guerra con tecnología made in Israel.
Con todo esto, queda suficientemente claro que el conflicto Palestino-Israelí no constituye una guerra, sino un genocidio. Tampoco es un conflicto religioso, es político. El mismo pueblo Palestino, y no sólo las autoridades nacionales están conscientes de aquello. No es por la imposibilidad de que Judíos, musulmanes y cristianos puedan convivir en un mismo territorio, de hecho en Palestina conviven en armonía y así lo han hecho siempre. El conflicto es político-territorial, se usa la Biblia como herramienta de dominación, como dijo Hanan Asrawi “un documento para definir temas de geopilítica en pleno siglo XXI”. El proyecto sionista, amparado y subsidiado por EE-UU con más de 3.600 millones de dólares al año, busca apropiarse de territorios y recursos naturales estratégicos para incrementar su poder económico-comercial y político.
Así el proceso de colonización avanza gracias a los recursos de EE-UU, la potencia armamentista del Estado de Israel y un inteligente plan de asentamientos ilegales y construcción y extensión permanente de muro con supuestos fines de “seguridad”. La ocupación ilegal no sólo se va apropiando de territorios palestinos para construir viviendas y ciudades, sino para apropiarse del agua e importantes riquezas naturales.
¿Qué diría Dios de tanta masacre en su nombre?, ¿qué diría Dios de las miles de muertes de niños y niñas inocentes perpetradas con la biblia en mano?. Yo no creo en Dios ni necesito creer para tener conciencia de lo que es correcto y lo que no, lo que sorprende es que a los creyentes no les tiemble la mano antes de asesinar y acometer crímenes de lesa humanidad en el nombre de Dios. Queda claro que este conflicto no es religioso, intereses económicos, geopolíticos están detrás de este terrorismo de Estado, no podría ser de otra manera, así ha sido siempre la historia, clases dominantes operan mediante el control de las armas y la ideología para conseguir mantener y ampliar su poder.
Esto no se trata de antisemitismo, no tengo nada contra los judíos, en lo absoluto. Lo que condeno tajantemente es la impunidad de un proyecto sionista que transgrede todo derecho internacional, que busca día a día oprimir y exterminar a un pueblo hermano, y creo que nadie en el mundo que se diga democrático, y que respete los DDHH puede hacer menos que condenar tal brutalidad.
Desde Chile, esperamos sumarnos a todas aquellas voces en el mundo, cristianos, judíos, palestinos, ateos, musulmanes que claman por el fin de la ocupación del Estado de Israel, por la liberación y autodeterminación de Palestina y la Paz entre los pueblos, para que de una vez por todas, pueda florecer sin límites la sonrisa y la luz contenida de miles de niños y niñas que nos piden desde la distancia, no dejarlos solos.