Terminaron los Juegos Olímpicos de Río 2016 y aunque el evento ha dejado postales memorables y actuaciones gloriosas lo cierto es que la representación chilena ha tenido una mala presentación como equipo y sólo destacaron, como ya se anticipaba, algunas actuaciones individuales. Con el medallero en cero y los resultados en la mano surgen muchas críticas y apelativos para la actuación nacional en la justa deportiva. Algunos prefieren apuntar, erróneamente, sus dardos contra los atletas y otros prefieren atribuir nuestro fracaso a una historia de errores y derrotas.
En esta línea, ha sido el mismo presidente del comité olímpico chileno, Neven Ilic, quien se atrevió a catalogarla como una muestra de la ausencia total de una cultura deportiva en el país. Entonces frente a la contundente explicación de una alta autoridad, cabe al menos cuestionar las palabras e intentar ir más profundo en el análisis. O al menos tratar de entender a qué se refieren con este dicho, tan comúnmente repetido en nuestro país, cada vez que fracasamos en nuestros objetivos.
La cultura deportiva es el conjunto de prácticas, conocimientos, y comportamientos físicos que los diferentes grupos sociales utilizan para distinguirse, comunicarse o para alcanzar sus necesidades colectivas en la materia. Esto incluye por supuesto, la historia deportiva de un país y los diferentes métodos y enfoques destinados a la ejercitación física de sus integrantes. También se conforma por el número total de participaciones nacionales e internacionales, triunfos y derrotas que son el reflejo permanente de la forma de pensar y trabajar a nivel local.
Por consiguiente, resulta imposible no tener una cultura deportiva. ¡Por supuesto que tenemos una cultura deportiva! Una elitista, impuesta, sin aspiraciones, deficiente y con muy pocos logros que destacar. Somos lo que hemos recorrido y construido como sociedad y hay responsabilidades importantes en el camino que no pueden soslayarse. Para entender nuestra herencia es inevitable hacer un pequeño recorrido por la historia nacional.
La práctica de deportes en Chile, fuera de las actividades y juegos de los pueblos originarios, se remonta a la segunda mitad del siglo XIX. Su aparición se inicia en las ciudades porteñas como fruto de la influencia de la inmigración europea y en un intento por reproducir las tendencias socio-culturales del viejo continente, particularmente las británicas. Así, no fue extraño que los primeros registros de prácticas deportivas se encuentren en ciudades como Valparaíso, Viña del Mar, Iquique o Talcahuano y que las primeras disciplinas practicadas fueran las carreras a la inglesa y el cricket. El deporte llegó ligado a la elite extranjera y rápidamente se sumaría a ella la clase alta nacional. Esta tendencia dio lugar a la conformación de exclusivos clubes y círculos sociales dedicados a la práctica de esos deportes. Inaccesibles para muchos e incluso prohibidos para ciertos segmentos de la población.
A fines del mismo siglo, comienzan a aparecer en escena otros deportes como el fútbol, el tenis o el atletismo y nuevos grupos comienzan a sumarse a su práctica de forma masiva. En este periodo y durante el inicio del siglo XX surgen los primeros clubes deportivos de raíces populares, los cuales vendrán a constituirse como una importante forma de expresión y representación para esos sectores inicialmente marginados. Estos nuevos espacios permitieron extender la práctica deportiva y poner fin a lo que, hasta entonces, era únicamente un privilegio de los ricos.
Sin embargo y pese a la popularización de los deportes en el país, recién en la década de 1920 existirá un reconocimiento del Estado a la actividad. En estos años se crean los primeros organismos estatales encargados de la promoción del deporte y actividad física en el país. Por ejemplo, en 1923 se forma la Comisión Nacional de Educación Física, que fue la primera institución encargada de promover la práctica de la actividad física entre la población escolar y por ende se encontraba ligada al área educativa. Al mismo tiempo, las disciplinas que generaron mayor adhesión social comienzan a desarrollar un proceso de profesionalismo. En el caso del fútbol, se forman los primeros clubes profesionales y a comienzos de la década de los treinta, se desarrolla el primer campeonato oficial. Algo parecido pasaba con disciplinas, como el boxeo, el tenis y el ciclismo.
Con la llegada del profesionalismo el deporte se irá convirtiendo en un espectáculo de masas destinado principalmente a la afición de sectores medios y populares. La gente comienza a asistir a los estadios como espectadores, lo que modifica su relación con el juego y la práctica de ciertos deportes comienza a descender por considerarse prerrogativa de los expertos. En este periodo surge también la prensa especializada en la materia y las primeras publicaciones deportivas en el país que terminarán teniendo una tremenda responsabilidad en el subdesarrollo de algunas disciplinas.
En lo relativo a la labor del Estado, será hasta la década de 1950 donde la promoción del deporte comience a ser concebida como una parte del desarrollo nacional logrando alejarse del rol únicamente higiénico y lúdico concebido en sus orígenes. Producto de ello, los organismos encargados contarán desde entonces con recursos propios y entre sus objetivos estarían el mejoramiento de la infraestructura deportiva nacional, el fomento de la práctica deportiva recreativa y el apoyo a deportistas de alto rendimiento en competencias internacionales.
Los avances fueron lentos y muchos consideraban que el tema no era relevante para el crecimiento de la nación. Las cosas se mantendrían así hasta mediados de la década de los sesenta, cuando el deporte comenzará al fin a ser entendido como un componente fundamental del desarrollo y la inclusión social. Así lo dejaban plasmado los programas de gobierno de los presidentes Eduardo Frei Montalva (1964-1970) y Salvador Allende (1970-1973) que contemplaron importantes iniciativas en esa dirección como el ambicioso plan de “Deporte para todos” que buscaba garantizar el derecho y la práctica deportiva para toda la población en todos los niveles.
Sin embargo, este desarrollo se verá violentamente interrumpido con la instalación de la Dictadura militar entre 1973 y 1990. Durante este periodo se instaló el subsidio como único eje de la participación del Estado en la materia y los apoyos llegaban solamente a los deportistas que no contradijeran las reglas, guardaran silencio o que ideológicamente representaran los valores del dictador. En adelante, gran parte de las posibilidades de desarrollo del deporte se trasladaron a la dinámica del mercado y al desempeño de las organizaciones privadas. Lo público dejó de serlo y muchos espacios deportivos fueron destruidos o destinados a otros usos. La práctica deportiva descendió exponencialmente y no hubo progresos significativos durante este largo y violento episodio.
Con la restauración de la “democracia” muchos pensamos que las cosas cambiarían y que el deporte ocuparía un lugar importante en la necesaria reconstrucción del tejido social y en el desarrollo y la salud de la población. Sin embargo, las preocupaciones y ocupaciones fueron otras y aunque los gobiernos que siguieron intentaron modificar la institucionalidad en la materia, lo hicieron sin mucho éxito ni decisión. El marco legal preestablecido, la desidia, la falta de buenos programas, la ausencia de capacidades, la corrupción y el desprecio hacia la actividad terminaron imponiéndose y afectando su correcto desarrollo. Igualmente, gracias a las presiones sociales y de los propios deportistas, se fue creando forzosamente un marco institucional que derivó en la conformación del rimbombante Ministerio del deporte. Hoy esta organización es la encargada de llevar a la práctica las políticas deportivas “diseñadas e implementadas” por el gobierno de turno. Hasta la fecha su accionar es muy cuestionable y lo que es peor, no se ve desde la autoridad un proyecto claro para avanzar ni para regresarle a los deportes el sitial que con esfuerzo y tiempo habían logrado ganarse.
En la revisión histórica, las autoridades políticas y las diversas asociaciones o federaciones deportivas son los responsables directos del fracaso deportivo nacional. Ellas han descuidado u olvidado su trabajo fundamental en la promoción y formación deportiva de los niños y jóvenes chilenos. Han construido un sistema basado únicamente en los “apoyos económicos” y no han invertido nada en desarrollar capacidades y evolucionar organizadamente. Además han impuesto un modelo educativo que desprecia el deporte, las artes y todo lo que no huele a dinero. Pretenden tenernos encerrados con miedo, idiotizados con tecnología y televisión barata. Nos quitaron los espacios para practicar deporte y los reemplazaron por centros comerciales y comida chatarra. Tenemos una infraestructura insuficiente y de medio pelo, pero es más fácil echarle la culpa a los deportistas o a nuestra quietud alarmante.
En nuestro país el deporte y la actividad física atraviesan una tremenda contradicción. Por un lado es uno de los fenómenos que concita mayor expectación nacional (palpable en la extensa cobertura que le otorgan los medios de comunicación), pero por otra parte su población destaca por ser de las más sedentarias del mundo, por presentar elevados índices de sobrepeso y obesidad infantil y por carecer de grandes logros en la alta competencia internacional.
Los chilenos tenemos muchos pendientes y en el deporte no es distinto. Porque hasta hoy no hemos sido capaces de discutir profundamente el país que queremos y no tenemos acuerdos sobre materias fundamentales para la vida en comunidad. Somos una sociedad fallida que heredó un pasado elitista y sobrevivió una dictadura banal y mediocre que poco o nada hizo por el crecimiento de las áreas que mayor relevancia tienen para el desarrollo del intelecto y el cuerpo, y que sin duda derivan en una mejor calidad de vida para la población. Ese enorme daño no ha sido reparado y nos tiene en un nivel de retraso preocupante.
Pero que la institucionalidad sea fallida y corrupta, no exime a los deportistas de ser sujetos a evaluaciones. Porque las mediciones en deporte son necesarias y fundamentales para demostrar los avances y corregir las metodologías de trabajo. Por eso deportivamente hay análisis que sí podemos y debemos hacer. Cuando un atleta en vez de mejorar retrocede, cuando hay notorias deficiencias de entrenamiento, cuando los tiempos son más bajos en comparación a lo obtenido inicialmente y cuando los objetivos personales (pensar en medallas era algo descabellado) tampoco se cumplen, entonces sí hay un fracaso de la metodología empleada y el plan desarrollado en ese ciclo olímpico. En este punto debemos ser críticos y se deben evaluar con exigencia a los deportistas y entrenadores. No para condenar a nadie, sino para cambiar lo mal hecho y encontrar metodologías más eficientes para nuestros atletas y que les permitan superarse y mejorar ostensiblemente su rendimiento.
Bien sabemos que los resultados de nuestros atletas (los buenos y los malos) son gracias a los esfuerzos individuales y familiares de los deportistas. Quizá en el éxito puedan contar con otros apoyos económicos, pero ese largo e incierto trayecto lo realizan solos o solas. El acompañamiento no existe porque no hay una estructura sólida para promover la masificación de la práctica deportiva, la detección temprana del talento y el mejoramiento tangible de las habilidades iniciales. Por eso es erróneo hablar del fracaso o éxito de un atleta. Lo que puede evaluarse es el trabajo institucional, el método utilizado, el sistema de entrenamiento, el calendario elegido y los resultados finales de ese conjunto de factores.
Como ejemplo miremos a Jamaica, un país de menos de tres millones de habitantes, que ganó en las recientes olimpiadas 11 medallas (5 de oro sólo en las pruebas de velocidad). Atribuirle ese resultado únicamente al componente racial sería menospreciar profundamente el esfuerzo y trabajo de ese pequeño país. El origen de ese éxito se explica mejor en los campeonatos nacionales donde todos tienen espacio y donde los atletas profesionales conviven con los más pequeños sirviéndoles de ejemplo para la imitación, que es una de las mayores virtudes de un buen deportista. También en la masificación del atletismo y otros deportes, en su instauración en todos los colegios como parte del programa de formación escolar y en el esfuerzo por poner a sus atletas de alto rendimiento a competir y entrenar con los mejores del mundo. De esa forma han logrado especializarse y competir al mayor nivel invirtiendo mucho menos que los países desarrollados. Esto es bien fácil, si tengo muchos jóvenes practicando deporte y programas de calidad formativa tendré mayores opciones para que los organismos encargados puedan seleccionar talento y perfeccionarlo. Así de simple.
Pero en oposición, en Chile la educación física al interior del sistema escolar constituye una de las áreas pedagógicas con menor carga horaria. No existen campeonatos nacionales en muchas disciplinas (ni siquiera en las más populares), no hay entrenadores ni capacitación alternativa, a los deportistas se les ve muy poco pues andan sin tiempo consiguiendo recursos por todos lados y así, nuestros niños y jóvenes se van quedando en el camino sin oportunidades reales de desarrollar su talento. Además los establecimientos escolares no poseen la infraestructura básica ni cuentan con acceso a otros espacios públicos para entrenarse. Tampoco existen vías institucionalizadas ni programas eficaces para la detección y proyección de talentos. Finalmente, tampoco hemos sabido aprovechar los avances tecnológicos pues sabemos que hoy es posible hacer estudios que ayuden a determinar en qué disciplinas podemos obtener mayores éxitos como país y que se traduzcan así, en una mayor inversión y capacitación en esas especialidades. Ese fue el camino elegido por Colombia y que también ha dado evidentes muestras de efectividad en los últimos juegos.
Así, los malos resultados de la actualidad se encuentran directamente relacionados a la certeza de haber hecho mal la tarea, sin planificación, sin rumbo claro y sin la calidad mínima necesaria para mejorar en el tiempo. Por eso también es que el deporte no ha logrado instalarse con fuerte arraigo en la cultura nacional y sigue ocupando un lugar subordinado en la escala de prioridades de la agenda pública. Para modificarlo debemos discutir, transformar y avanzar sólidamente. Merecemos pensar y decidir el futuro que queremos para el deporte en Chile, revisar los planes escolares, la institucionalidad deportiva y su efectividad, darle correcto uso a las instalaciones y sacar de ellas el máximo provecho posible. Hay que crear centros formativos en cada región del país, con correcto mantenimiento y dotados de entrenadores bien capacitados y dispuestos. En el área administrativa será fundamental construir un marco legal que separe a los corruptos e impida que el mal trabajo individual puedan dañar las estructuras colectivas. Basta de evitar responsabilidades o paralizarse ante ellas. Al menos, ya es evidente que nuestra cultura deportiva debe tener una intervención pública mucho más decidida y eficaz que la que ha tenido hasta hoy. Refundarnos como país es inaplazable y es responsabilidad de todos.