Confesiones de Santiván: recuerdos literarios de comienzos de siglo

Esta nueva edición del Premio Nacional de Literatura 1952, publicada por la Universidad Austral de Chile, nos permite conocer los reveses de la incipiente actividad literaria y periodística en los primeros años del siglo veinte. Cuando los espacios comenzaban a abrirse y la literatura dejó de ser una ocupación de las élites y se expandió a la naciente clase media ilustrada.

Esta nueva edición del Premio Nacional de Literatura 1952, publicada por la Universidad Austral de Chile, nos permite conocer los reveses de la incipiente actividad literaria y periodística en los primeros años del siglo veinte. Cuando los espacios comenzaban a abrirse y la literatura dejó de ser una ocupación de las élites y se expandió a la naciente clase media ilustrada.

Afortunadamente, en el último tiempo hemos visto que los que valoran la literatura chilena de la primera mitad del siglo XX no son pocos. Y no son pocas las editoriales nacionales que han vuelto la mirada al pasado para entregarnos esas lecturas que estaban ahí, al parecer abandonadas u olvidadas (o ambas). Pero de pronto, gracias a esas iniciativas, cobran vida y encuentran a nuevos lectores. Obras que, en muchos casos, renovarán y amplificarán los valores que se le atribuyeron en su época. Sin embargo, no todos los escritores y sus obras resisten el paso del tiempo. Contextos, modas y técnicas condicionan su evaluación, les imponen otras medidas y puntos de vista. Y si a eso sumamos el desplazamiento de los autores nacionales en los planes escolares de lectura, “el manto de olvido” comienza a solidificarse como una pesada capa de concreto.

Fernando Santiván (Arauco, 1886–Valdivia, 1973, y cuyo nombre civil era Fernando Santibáñez Puga. Premio Nacional de Literatura 1952), pertenece a esa larga lista de escritores chilenos ignorados por las nuevas generaciones. Ahora vuelve en gloria y majestad en “Confesiones de Santiván (Recuerdos literarios)”, obra publicada por primera vez bajo el sello de la editorial Zig-Zag en 1958, continuando la senda autobiográfica del escritor iniciada en 1955 con “Memorias de un Tolstoyano, relato que da cuenta de su experiencia en la mítica Colonia Tolstoyana, el experimento anarquista que fundara en San Bernardo a fines de 1904 junto a Augusto D´Halmar y Julio Ortiz de Zárate.

Y es quizá ése, para muchos su libro más recordado, el que terminará casi anulando para los lectores su gran producción novelística, iniciada tempranamente en 1909 con “Palpitaciones de vida, conjunto de cuentos en los que se refirió al campo y la ciudad. Al año siguiente tendría su primer éxito de ventas: “Ansia”, novela ganadora del Concurso del Centenario en la que plasmaría las pellejerías al inicio de su camino como escritor y la vida de los que buscaban ser reconocidos como creadores en un Santiago carente de toda recepción artística; y a la que luego se sumarían las novelas “El Crisol” (1913); “La Hechizada” (1916); “Roble, Blume y cia.” (1923) y “Bárbara” (1963).

En esta nueva edición, las valiosas “confesiones” de Santiván nos permiten conocer los reveses de esa incipiente actividad en los primeros años del siglo veinte, cuando los espacios comenzaban a abrirse y la literatura dejó de ser una ocupación de las élites y se expandió a la naciente clase media ilustrada. Junto a esa importante apertura, Santiván pronto comprendió que para tener una “escena literaria” local, era necesario crear lectores que consumieran esas obras. Y para eso, la incursión en la prensa sería de suma importancia en su afán por convertirse en escritor profesional, lo que le permitiría hacerse un nombre, publicar y ser leído en el medio más popular y masivo de la época. Y en ese afán, también fundó una revista especializada en literatura que dio a conocer a los nuevos escritores nacionales y hasta se aventuró en la apertura de una librería, “el arte para él era un oficio sagrado”, escribió el crítico Ricardo Latcham en el prólogo de las obras completas de Santiván publicadas por editorial Zig-Zag en 1965. Y en esa cruzada, el novato escritor advirtió también que para lograr la figuración literaria que anhelaba era necesario aliarse con la élite política y económica, así trenza amistad con Inés Echeverría (Iris), y Mariana Cox (Shade), mujeres atentas a los nuevos talentos y quienes, además, serían los vasos comunicantes con la alta sociedad santiaguina consumidora de cultura.

Ahí están sus evocaciones a un joven Pedro Prado (“su conversación inquietaba, porque se reducía a una serie no interrumpida de comienzos de ideas que nunca tenían terminación”); a Mariano Latorre (“amigo de infancia, compañero de pequeñas aventuras, todo nos unía fraternalmente: confidencias, proyectos, similitud de vocación”); a Hernán Díaz Arrieta, Alone, (“Las palabras parecían salir de las profundidades oscuras de su ser (…). Su voz extraña era como el ruido del agua de un canal al pasar bajo un puente, estrangulada por las oquedades húmedas de las arcadas”); o una cercana y emotiva semblanza del pintor Benito Rebolledo (Pintor de la luz), autor del cuadro “que representaba a un grupo de proxenetas  de arrabal (…), que atraían a los transeúntes desde la puerta entornada del antro miserable, con gestos procaces y torpes miradas de lujuria… Aquel cuadro provocó escándalo. Fue aseado en un carretón por las calles de Santiago, arrastrado por amigos obreros”. Entre otros tantos personajes que desfilan por sus amenas páginas.

De esta forma, comprendemos que “Fernando Santiván representa una de las figuras «puente» entre la élite dominante y los distintos sectores que se disputan el control de la cultura”, afirma Ana Traverso en el Prefacio, “un puente que intentó aprender el lenguaje de los obreros y de la clase alta, con el fin de ampliar el circuito del arte y la cultura”. Así, Santiván se anota como uno de los precursores de lo que hoy llamamos un “gestor cultural”: siempre dispuesto a generar iniciativas y proyectos culturales que divulgaran la creación nacional, entre los que destaca la revista Pluma y Lápiz y la realización de los célebres Juegos Florales de 1914, certamen en el que una joven Gabriela Mistral fue galardonada con el máximo trofeo: Flor Natural, Medalla de Oro y una Corona de Laurel por su obra “Sonetos de la muerte”, un conjunto de poemas desgarradores inspirados en un inesperado y doloroso fallecimiento de un ser querido. Entonces, comprendemos que el trabajo de Santiván se desarrolla en una escena literaria naciente, cuyos cultores de las letras “aspiran a ser escritores profesionales, y, por ende, a insertarse en la estructura económica de la sociedad o confirmar el prejuicio del sujeto improductivo (con connotaciones de loco, bohemio, anarquista, neurasténico, borracho, decadente, enfermo, como apunta [Ángel] Rama) y, finalmente, fracasado”, anota Traverso.

Esta nueva edición de “Confesiones de Santiván (Recuerdos literarios)”, publicada en un cuidado e impecable volumen por la Universidad Austral de Chile, junto a representar un aporte al conocimiento de un actor determinante de la prensa y la literatura chilena, es también un acto de justicia literaria (si es que dicha “justicia” existe) con quien, además, fuera uno de los impulsores de aquella universidad, de la que llegó a ser su primer secretario general. De esta forma, texto y contexto se unen en este libro imprescindible en la construcción y rescate de la siempre necesaria tradición literaria nacional.

Portada Santiván

Confesiones de Santiván
(Recuerdos literarios)
Fernando Santiván
Ediciones Universidad Austral de Chile. 379 páginas.





Presione Escape para Salir o haga clic en la X