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Los duros de la democracia


Viernes 9 de septiembre 2016 7:37 hrs.


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Pareciera que no aprenden. Pero no es una explicación plausible de buenas a primera. Algo debe haber detrás de esto que, pese al rechazo a las instituciones por su descrédito, a la baja estima de los dirigentes de todas las áreas -religiosa, política, económica-, los líderes no escuchan.  O, al menos, parecen no escuchar, ya que continúan actuando como si nada ocurriera.  Lo más que hacen es aceptar errores en autocríticas calcadas.  Como si los delitos no fueran más que eso, errores, faltas menores, o las prescripciones borrarán el actuar doloso.

Ahora ya se desató la fiebre electoral.  Los candidatos empiezan a abundar o, al menos, a hacer sentir su voz manifestando el deseo de presentarse para ser electos.  Y uno se pregunta: ¿Con qué pretenden encantar a la gente? Porque son los mismos de siempre.  Las propuestas no cambian demasiado o hay que ser muy ingenuo para creer que una persona que pasó por La Moneda y esquivó las grandes reformas que el país necesitaba, ahora esté dispuesto a llevarlas a cabo.

Por lo tanto, algo debe haber tras todo esto. Porque, además, existe el agravante que la masa de votante va a la baja. Si en la última elección presidencial votó el 40% del padrón electoral, no sería extraño que el porcentaje siguiera bajando. Y una demostración de ello la tendremos en la elección municipal del próximo 23 de octubre. Donde, seguramente, la tendencia seguirá demostrándose decreciente como ocurre desde hace algunos años.

¿Qué pasa entonces? Porque en democracia, se supone que los electores son los que marcan la pauta.  Y la respuesta parece ser más bien simple.  Los políticos profesionales juegan a la segura.  Lo que significa ocuparse solo del voto duro.  De ese 40% que va a las urnas.  Se trata de militantes partidarios o personajes conservadores, en el sentido de ver el devenir político como un ejercicio obligatorio, más que como un derecho a incidir en el destino del país. Y como nadie cuestionará que los que voten sean cada vez menos y no verán la disminución como un elemento relevante, los políticos no tienen para qué preocuparse.

Hasta ahora, los candidatos más o menos seguros son los ex presidentes Piñera y Lagos. A los que hay que sumar a Enríquez Ominami (MEO), que ha anunciado su intención de volver a tratar de llegar a La Moneda. Los tres arrastran una pesada carga de descrédito que, evidentemente, no pesa para el voto duro. Piñera, como un empresario político -una de las cinco fortunas más importantes del país-, cuya administración se distinguió por un cúmulo de conflictos de intereses.  Empezando por los de él mismo. Bastas recordar que poco antes del cierre de la campaña en cuya elección resultó vencedor, se vio obligado a ir a un juicio abreviado y pagar U$300 mil por haber utilizado información privilegiada en una negociación de acciones de la línea aérea LAN, una de sus áreas de inversión. Obviamente, el negocio le reportó mucho más que la suma que pagó para evitar un juicio que habría molestado en medio de la campaña presidencial. No está de más recordar que varios de sus colaboradores más cercanos, empresarios todos, fueron designados en cargos directamente relacionados con sus negocios. A los que, obviamente, volvieron después de dejar el ministerio o algún otro puesto cuya obligación era dictar normas en su área de interés o, directamente, fiscalizar el sector. Para nombrar solo uno de los múltiples casos, basta con recordar al ministro Luis Mayol, que de la presidencia de la Sociedad Nacional de Agricultura pasó al Ministerio de Agricultura.

Ricardo Lagos, eminente dirigente socialista y también militante del Partido por la Democracia PPD, ambos engendros regido hoy por una sensibilidad socialdemócrata, seguramente también será protegido por el voto duro. Y lo será porque conviene  a intereses particulares o para votar en contra de Piñera.  En este punto parece necesario señalar que la oposición o apoyo a uno u otro está determinada más por los intereses pecuniarios personales que por la adscripción a ideologías políticas que tienden a desaparecer.

Lagos explotará una imagen de estadista que, a nivel internacional, le es ampliamente reconocida. Sin embargo, en el plano local, su actividad como jefe de Estado estuvo signada por un estímulo muy marcado a la empresa privada y al empequeñecimiento de un Estado subsidiario que él, pese a su declarada adscripción al socialismo, no fue capaz -o no quiso- enmendar.

¿Cómo beneficiaría el voto duro a MEO? En un ámbito electoral tan pequeño Enríquez Ominami podría hacer daño más que resultar vencedor. Y eso le permitiría posicionarse para una nueva aventura en cuatro años más. Obviamente, previo a eso tendrá que explicar lo que él llama “errores”, pero que, en realidad, son delitos relativos al financiamiento fraudulento de su gestión política.  Algo similar a los delitos cometidos por su padre adoptivo, Carlos Ominami, pero que cuando se le intentó juzgar habían prescrito.  Y él utilizó esa circunstancia para excusarse.  Como si la prescripción borrara el delito.

En resumen, la democracia chilena pronto dará otra muestra de agotamiento. Y serán muy pocos los interesados en subsanar sus deficiencias. A no ser que los electores tomen conciencia del mal y hagan sentir su descuerdo -tal como en las calles, donde siembran flores de un día-, en las urnas. Porque sería interesante ver que en la democracia chilena más del 60% de los electores emiten un voto de repudio al sistema. Mientras no lo hagan, los políticos seguirán aprovechando la granjería que les dan los pocos que llegan a votar.