Señor Director:

Acabamos de saber que la industria del azúcar pagó para culpar a las grasas del riesgo cardiaco. Esto se suma al ya conocido proceder de las industrias del tabaco, de los fármacos, de los químicos, y de tantas otras a nivel mundial, muchas de ellas con grave daño a la salud pública mundial.

En el caso de Chile, hemos tomado conocimiento que somos un país muchísimo más corrupto que lo que suponíamos hasta hace poco. Incluyendo la elaboración de leyes dictadas por los grupos de poder directamente involucrados.

Es decir, la Fe Pública es un eufemismo mundial y nacional.

En el caso del azúcar el engaño lo hicieron tres científicos de la prestigiosa Universidad de Harvard y fue publicado por la prestigiosa revista médica New England Journal of Medicine.

Es decir, la palabra prestigio, empieza a significar que quien lo posee, es quien tiene la capacidad económica de comprarlo.

Pero más allá de ello, la capacidad de lectura y escucha crítica de los científicos del mundo, queda cuestionada. De otro modo no se explica que deban transcurrir 49 años para que aparezca la verdad.

Otro punto a tener en cuenta: a raíz que se hizo público el fraude, se aconseja basarse en los informes de la ONU y similares. ¿En que basan sus informes estos organismos? ¿En fuentes distintas a las pagadas para mentir? Si así fuera, ¿no deberían, junto con plantear puntos de vista distintos, haber llamado la atención acerca de las diferencias encontradas y promovido investigaciones que aclararan el origen y explicaciones de las diferencias?

En fin, es esencial elevar el nivel ético del mundo del poder y del mundo de las ciencias, también el nivel científico de este último mundo.

¿Cómo? ¿Con quiénes?

Difíciles respuestas

Alberto Estévez