Educación, memoria y política

  • 16-11-2016

Se podría cambiar el orden de las palabras. Elijo el que me parece más coherente atendiendo las discusiones que se dieron hace unos días, en la Universidad de Valparaíso, durante el Foro Ciudadano 2016. Me refiero, en particular, a la mesa sobre Memoria y DD.HH. y a las actividades realizadas en ese ámbito, a lo largo del año, coordinadas por Ximena Faúndez.

Me gustaría retomar algunas reflexiones que surgieron tanto en los talleres de agosto como en el cierre del año. Y como vislumbro que no alcanzará con una columna, voy anunciando que habrá otras. Lo que es también un intento de responder a una pregunta de Eliana Vidal, representante de la Agrupación de ex Presas y ex Presos Políticos de la Quinta Región: ¿existe un método para encarar la educación sobre pasado reciente?

No son exactamente sus palabras, desde ya pido disculpas porque cito de memoria, pero retomo la inquietud que es también la de muchas personas. La respuesta, una respuesta posible, puede resultar desalentadora… o alentadora… según como se mire.

En principio, no. No existe un método. Existen muchos. Sobre todo: lo que existe es una diversidad de experiencias que pueden ayudarnos a pensar y ofrecernos pautas mínimas a tener en cuenta para que cada cual encuentre su método, en función del contexto en el que está inserto, de las características de cada grupo de niños y/o adolescentes con el que se propone trabajar y en función de sus propios objetivos. Subrayo: sus propios objetivos, además de otros que pueden ser los de una escuela, un sitio de memoria, un centro cultural, etc.

En efecto, la pregunta del “para qué” (¿para qué educar?) admite, en estos temas también, respuestas generales sobre las que podemos intentar ponernos de acuerdo y respuestas particulares que harán la diferencia entre un educador y otro.

Quizás una pauta mínima podría ser algo modesto: la coherencia entre objetivos y métodos. Me refiero al hecho de que si la idea es fomentar una ciudadanía crítica y participativa, que el educador permita a los educandos ser críticos y participativos en el proceso mismo de aprendizaje. Si la idea es –como se discutió el jueves pasado en la Universidad de Valparaíso– estrechar, recrear lazos sociales, que el educador pueda generar las condiciones para que esos vínculos florezcan gracias al tipo de actividad que propone. Si la idea es –en última instancia y dicho a lo bruto– promover un mundo mejor, que algo de ese mundo mejor se viva ahí, con esos niños, con esos jóvenes, llegado el caso con esos adultos (es necesario formar formadores) y en la interacción con ese educador.

Como se viene discutiendo en Valparaíso y en otros lugares, la cuestión de qué ocurre con los más pequeños tiene, desde el punto de vista de los cuidados que se imponen, desafíos apremiantes.

Algunas pautas parecen claras. No avasallar, no imponer, no abrumar. No prolongar, mediante un mal manejo de la información y contenidos inadecuados, el daño que otros infligieron –por capas– a toda la sociedad.

Por ende, también, no reducir, no limitar la educación sobre pasado reciente a una historia de la represión, de la persecución y la muerte. Ser capaces de pensar la relación entre esa muerte y tantas vidas. Volver visibles esas vidas (su belleza, su alegría, sus anhelos; llegado el caso, sus tensiones, sus contradicciones). Pensar la pluralidad de temáticas, de problemáticas que implica la expresión: “pasado reciente”. Y otras: “educación en DD.HH.”, “pedagogía de la memoria”.

Sobre el particular, se puede remitir a los trabajos de Carla Peñaloza, profesora, investigadora y coordinadora del diplomado en educación, memoria y derechos humanos de la Universidad de Chile. Tenemos, además, en diversas universidades chilenas, instancias de reflexión y propuesta. Pero también espacios de educación desarrollados por sitios de memoria, centros culturales, entre otros.

Particularmente interesante resulta, desde Argentina, el aporte de Sandra Raggio, en el marco del programa Jóvenes y Memoria: uno de los puntos claves es que los jóvenes logran asumir un rol protagónico en su proceso de aprendizaje. Ese y otros programas llaman la atención sobre la necesidad de articular los tiempos, las distintas violencias de Estado (de ayer y de hoy), la permanencia de ciertos problemas; y, en el caso de las experiencias argentinas con los más pequeños, se subraya (los maestros subrayan) el carácter gradual de la educación y la necesidad de poner al niño al centro de la propuesta, trabajando con información y materiales acordes a su edad, a sus necesidades.

En esos días en que Eliana Vidal hizo su pregunta sobre el método, aportó un impresionante elemento de respuesta cuando mencionó la existencia de un cuento uruguayo. Un cuento que un padre, preso político, escribió para explicarle a su hijita los motivos de su prisión. “En la selva hay mucho por hacer” de Mauricio Gatti. Por su parte, Evelyn Palma –que ha trabajado el abordaje del pasado reciente con niños en escuelas primarias chilenas– mencionó y luego facilitó un cortometraje hecho a partir de ese cuento por Walter Tournier (está en internet y se encuentra con facilidad).

Es un material relevante. Quizás no sea hoy el más adaptado para niños pequeños porque tiene una carga emotiva muy fuerte. Habría que ver. Siempre dependerá de los niños. Pero puede ser un material indicado para niños más grandes porque la infancia no es una sola. Cabe pensarla en franjas etarias y también en función de las realidades concretas –entre otras, socioeconómicas– de los niños.

En relación al corto, se podrá criticar tal o cual aspecto estético, la elección de la música, etc. Sin embargo, contiene un elemento que suele estar ausente en la mayoría de los materiales concebidos para chicos y jóvenes sobre estos temas: el pasado anterior y la identidad de los personajes que alguna vez fueron perseguidos.

El relato se inicia poniendo el foco en lo que esos animalitos, que viven en la selva, hacen día tras día, antes de ser apresados: cómo trabajan, cómo se ayudan unos a otros, cómo esa colaboración es necesaria para que todos puedan estar mejor y no solamente los más fuertes.

Educación, memoria y política. ¿Por qué política? Porque políticas fueron las razones que algunos tuvieron para realizar un golpe de Estado y políticos fueron los motivos que antes, durante y después de las dictaduras, otros tuvieron (tienen) para no aceptar de brazos cruzados las normas de los poderosos.

Ahora bien, al mencionar este cuento uruguayo, no estoy diciendo que haya que reproducirlo al infinito. Tampoco sería suficiente retomar los cuentos argentinos con los que se aborda hoy estas cuestiones en las escuelas primarias. Se puede usar todo eso y además retomar y/o producir recursos propios. Pero el punto es otro y en esto pareciera haber acuerdo por parte de los educadores que trabajan estas cuestiones: los materiales que se usan no son un fin en sí mismos. Lo que importa es lo que permiten generar.

Por eso, cabe también concebir un tipo de material y de actividad que no tenga, en apariencia, relación directa con las temáticas que se intenta abordar. Esto puede servir en los contextos donde hay mucha reticencia a la hora de hacerse cargo de nuestros legados, pero también ahí donde se busca poner el acento en problemas y actitudes más que en contextos históricos específicos. A ese tema dedicaré la próxima columna.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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