La mañana del sábado, en un café de Punta Arenas, al compás de música ambiental, funciona la televisión, muda, mostrando imágenes en directo de los cambios ministeriales.
Le pido a mi compañero de mesa que observemos pues en pantalla, está ocurriendo un insólito despelote. Por mucho que criticaron a Eduardo Sepúlveda y sus antecesores, en la producción de actos en La Moneda ese día, la ausencia de un profesional, un metteur en scene, se lloraba a mares.
El desorden el estrado de de entrantes y salientes, llega a un punto culminante, al terminar la ceremonia oficial. Faltó la persona que cerrara la transmisión en directo.
Lo primero que divisó el telespectador fue una señora atravesando precipitadamente la sala en forma diagonal, pero en primerísimo plano, agitando una carpeta en mano. Por otro costado, surgía una dama masticando algo que no era chicle sino, al parecer un canapé del cóctel que presumo estaban sirviendo en la sala contigua.
Nadie cortaba la transmisión todavía. Por suerte nadie comentaba algo off the record.
En medio de todo esto, dos adultos jóvenes, sin corbata como si estuviesen en día viernes de oficinas públicas y otro en mangas de camisa, conversaban así a la manera del rato en que “salgamos al patio a fumar”.
Hay un revuelo de gente que ingresa y sale; abrazos por doquier. Sonrisas nerviosas. Nicolás Eyzaguirre se rasca la cabeza, ignoro si sonríe o es un tic. Mario Fernández, muy conversador, diligente, como si su presencia no fuese cuestionada. Ximena Rincón sonríe a todos y sus correligionarios donde me encuentro, mueven la cabeza dudosos si la penquista podrá recuperar un escaño el 2017.
La Presidenta, va de un lado a otro, como la nave cuyo timón trata de mantener en medio de la máquina que produce olas, como en algunas piscinas. Esta máquina es manipulada desde el interior del Palacio Toesca y desde el exterior. Unos con el fin de que la doctora pueda seguir nadando y otros por su naufragio.
Punto culminante, quedan pocas personas en la sala. Un muchacho de jeans y polera manga corta, rojo furioso, cuando Pindy, cruza ante las cámaras, seguramente para desmontar equipos o llevarse el podio.
¿Dónde estaban los edecanes? ¿Los encargados del protocolo?
No se escucha padre. La formalidad a estas alturas es lo de menos, piensan en Palacio.
¿En que difieren las caras nuevas de las antiguas, salvo la de Pablo Squella, ex atleta olímpico, un deportista que reemplaza a una psicóloga? En nada, no siembran ni mayor ni menor confianza.
Mientras, aunque usted no lo crea, hay dinosaurios que telefonean a militares en retiro, estimulándolos a contagiar a los activos a hacer algo ante tanto caos. Un viejo periodista, llama desde la casa de un colega, nada menos que a Álvaro Corbalán. El dueño de casa, espantado, me comenta: “Lo único que faltó es que usara mi celular”.