Baja de tasa de interés y reactivación económica

reducir la tasa, unido a la creciente actividad en EEUU y un menor valor del peso por el aumento de su liquidez, puede incrementar su devaluación, encareciendo las importaciones y afectando el consumo de dichos productos -relevantes en la canasta promedio-, aunque, al mismo tiempo, mejore las expectativas de resultados de los exportadores y no obstante que un menor poder adquisitivo de la moneda nacional tienda, por otra parte, a incrementar el malestar social.

reducir la tasa, unido a la creciente actividad en EEUU y un menor valor del peso por el aumento de su liquidez, puede incrementar su devaluación, encareciendo las importaciones y afectando el consumo de dichos productos -relevantes en la canasta promedio-, aunque, al mismo tiempo, mejore las expectativas de resultados de los exportadores y no obstante que un menor poder adquisitivo de la moneda nacional tienda, por otra parte, a incrementar el malestar social.

Luego del decepcionante Indicador Mensual de la Actividad Económica (Imacec) de octubre, el que anotó una variación negativa de 0,4% del PIB, economistas de diferentes sectores, especialmente el financiero, han comenzado a apuntar en la dirección de una probable baja de tasas por parte del Banco Central en su próxima reunión de política monetaria.

Y aunque el decrecimiento de octubre es el peor resultado desde la crisis subprime, en 2009, los pro y contras de una decisión de esa naturaleza hacen del tema una determinación cuyas consecuencias son múltiples y variadas, razón por la que su materialización es de complejo pronostico.

En efecto, la baja de tasas de interés es una herramienta tradicional para cuando la actividad económica cae, en la medida que dinero más barato, estimula, de una parte, el gasto, endeudamiento o inversión en proyectos que rentan más que la tasa, y desincentiva el ahorro, puesto que, respecto de la inflación, éste puede terminar siendo negativo para quien posterga su consumo presente.

Sin embargo, una baja de tasas ahora, en momentos en los que se prevé una eventual alza en EEUU este mes o el próximo, tendería a empujar la salida de dólares del país debido al acortamiento del diferencial de tasas. Baste recordar que los fondos de inversión privados en Chile administran más de US$ 17 mil millones.

Así, reducir la tasa, unido a la creciente actividad en EEUU y un menor valor del peso por el aumento de su liquidez, puede incrementar su devaluación, encareciendo las importaciones y afectando el consumo de dichos productos -relevantes en la canasta promedio-, aunque, al mismo tiempo, mejore las expectativas de resultados de los exportadores y no obstante que un menor poder adquisitivo de la moneda nacional tienda, por otra parte, a incrementar el malestar social.

Es cierto que Chile ha dejado de tener las presiones inflacionarias que hicieron recomendable mantener desde diciembre de 2015 la tasa de instancia en los niveles actuales de 3,5%, una cifra, por lo demás, solo levemente superior a la inflación media actual. Y si su nivel fue expansivo durante algunos meses, en otros apenas se ajustó al IPC, lo que, con tasas cercanas a cero en los países desarrollados, era, al menos, mejor que lo que se podía conseguir en esas naciones.

No habría que olvidar que entre los principales productos de importación está el petróleo y derivados (unos US$ 13 mil millones), el cual recientemente ha subido de precio -llegando sobre US$ 50 el barril- tras el acuerdo de reducción de la producción de la OPEP. La mezcla de un dólar más alto y un petróleo -que se compra en esa divisa- subiendo, implicaría también “importar” inflación, poniendo al Central, más temprano que tarde, nuevamente en tensión para defender el valor de nuestra moneda.

Diversos departamentos de estudios de bancos comerciales han instado al Central a una reducción de las tasas, previendo que el IPC de los próximos meses pudiera ubicarse por debajo de la mitad de la banda de tolerancia del BC (3%). Sin embargo, estas proyecciones parecen más resultado del interés del sector por incrementar su actividad que ha observado baja de utilidades (-10% en el primer semestre) ante su mayor gasto en provisiones por riesgo de créditos, menores préstamos y caída de sus perspectivas por parte de clasificadoras de riesgo, desde “estable” a “negativo”.

Probablemente otras presiones para reducir la tasa continuarán -especialmente en año electoral, donde un aumento del consumo y del gasto puede mejorar las malas expectativas de los votantes- y especialmente porque es probable que el Imacec de noviembre venga igualmente malo, auspiciado por los efectos del paro de tres semanas de los empleados públicos, que también afectó el crecimiento del mes pasado. En octubre, la caída se explicó básicamente por los dos días menos de actividad del mes en 2016, respecto de igual lapso de 2015, pero, en parte, por la huelga y, desde luego, la brusca caída de la minería.

Aunque algunos consejeros del Banco Central creen en reducir la tasa para ayudar a impulsar un crecimiento interno, lo relevante es analizar la composición de esta caída, mayormente explicada por la baja actividad minera, pero cuyo impacto en la demanda interna no es relevante -que no sea el gasto de los trabajadores del sector en las ciudades del norte, donde los arriendos ya se redujeron sobre 15%- al tiempo que, el endeudamiento de las familias está en su techo, por lo que una disminución de tasas no estimularía necesariamente mayor consumo, aun si ella alcanzara al 0,5% como se ha insinuado. La disminución en la colocación de créditos en la banca, desde hace ya varios meses, es una demostración de este efecto.

Más importante que la tasa son los actuales precios de oferta del mercado, que siguen mostrando la baja productividad país; el tipo de cambio al alza, inducido por el término del ciclo minero y que encarece las internaciones; y el citado nivel de endeudamiento familiar y de las empresas, que ha recomendado reducir costos y demanda, en tiempos en los que, además, el empleo se percibe frágil y volátil.

De allí que el Central posiblemente evite la adopción de medidas que luego son difíciles de retrotraer y decida, por prudencia, mantener la tasa en 3,5% durante este año y, hasta marzo del próximo, a la espera de más señales que provengan, tanto de los cambios político económicos que se esperan en EEUU, y en Europa, cómo de la evolución de la economía china, en particular, y del Asia, en general.

El bajo ritmo de crecimiento actual –ubicado en un pobre 1,6%- parece más vinculado a errores de política económica, a nuestra estructura productiva, casi monoproductiva, aporreada por el fin del ciclo del cobre, el que, aunque ha subido en las últimas semanas, no volverá muy pronto a niveles de US$ 3 la libra, y a una aún baja productividad industrial y de servicios -que con un dólar más alto podrían competir-, que a problemas de una demanda que, por lo demás, ha seguido pesimista. Todas razones de más para que el BC siga asegurando la convergencia de la inflación hacia los niveles meta, manteniendo la tasa y, en consecuencia, el interés de las personas por ahorrar, más que por gastar.

 





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