¿Una contracorriente histórica?


Martes 6 de diciembre 2016 11:30 hrs.


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Señor Director:

Un malestar recorre al mundo y ese malestar se va expresando de manera explícita: Gran Bretaña, Estados Unidos, Italia y Austria.

Lo que tiene en común este proceso, en países diversos y en procesos también diferentes, es la protesta de los dañados por el sistema globalizador neoliberal, centralizado en la dominación jurídica y política de los intereses de las transnacionales por sobre las naciones; la dominación de los intereses especulativos por sobre los intereses del trabajo; la dominación de la prepotencia corrompida por sobre la honestidad de las mayorías; el desconocimiento de los derechos ciudadanos en favor de los intereses corporativos; en la pérdida de dignidad de los países que se inclinan ante los poderes mundiales; en la connivencia cómplice de las élites nacionales ante el poder globalizado; en el abandono del pueblo y el encapsulamiento cupular de la política; en la precarización del trabajo y la disminución neta de los puestos laborales en el mundo; la segmentación social, el asalto a los bienes y recursos públicos; el enfermizo individualismo cultural; los costos crecientes de los hijos; la mercantilización de la salud, la educación y la justicia; el avaricioso provecho de toda función trivial (uso del agua, de las calles, de los espacios públicos, como parques, riveras, espacios deportivos, recreacionales, etc.); por el abuso financiero en los intereses, multas y amarres en paquete crediticios.

En fin, se podría llenar páginas con las situaciones abusivas, inequitativas o aberrantemente asimétricas del modelo globalizador, y todas, como cada una de ellas,  han ido dejando legiones de llamados “perdedores”, seres despreciados por la cultura del modelo y que hasta ahora han podido hacinar en un rincón de la sociedad bajo la bota del endeudamiento y la tortura del sobrevivir.

Pero han visto una oportunidad en Trump, que dice que va a ocuparse del trabajo en su propio mercado; que va a fomentar el gasto interno, que va a fomentar la economía real y no la de Wall Street. También vieron su oportunidad los británicos de la parte industrial, que ha visto decaer la producción de bienes a mano de una economía puramente de servicios financieros; esos ex obreros, esa ex clase media en descomposición, tomaron la palabra y dijeron No a la Unión Europea y al liderazgo genuflexo de Londres. Ellos piden que se ocupen de ellos y no de las finanzas de los magnates ni de los accionistas o cotizantes de los fondos extranjeros. Los italianos han manifestado ahora igual parecer; no quieren más sumisión imperial al dinero; desean instalar políticas propias, que les permitan crear trabajo y distribución. Ahora Austria está diciendo que no más arrasar con los recursos del mundo, sin responsabilidad ni consecuencia. Ahora piden gobiernos atentos a las personas, al bienestar y al medio ambiente.

La Globalización como paradigma neoliberal, como patente de corso para las grandes corporaciones y licencia de pillaje de parte de los “vencedores” para con los “perdedores”, está llegando a su vencimiento. La ciudadanía se está defendiendo con lo único que les resta: el voto.

Ese poder es inmensamente importante para reajustar este desbarajuste universal, pero hay países-como es el caso de Chile-  en que la ciudadanía ha sufrido una agresión tan sistemática a sus derechos que la mayoría ha concluido que esos derechos han sido borrados, conculcados desde la dictadura y nunca más serán recuperados; esto porque sus luchas por espacios de libertad han sido defraudadas de manera feroz, con todo tipo de agresiones y corrupciones. La palabra de un político vale tanto como la de un criminal; el poder es visto como un Ogro, ya no filantrópico –como señalaba Octavio Paz- si no como un Ogro antropofágico,  como el dios Saturno que devora a sus hijos. Y lo triste es que esta sistemática defraudación de la fe pública ha llevado a hacer prevalecer en el pueblo un ánimo de repliegue, de incredulidad morbosa, de patología social del desinterés, de una especie de anomia profunda. Pero como las élites son tan perversamente antidemocráticas, se sienten cómodos en esta situación de  legitimación fraudulenta, minimalista, sustentada en un electorado cupular, que define un real sistema  censitario.

Chile ha caído en un estado de postración democrática, y esto hace muy complejo despertar del sueño de la desesperanza a un pueblo manipulado hasta la médula por un sistema que podemos llamar de seducción integralmente siniestro, pues otorga una ilusión desde el consumo y luego castiga desde la coerción por la deuda. Y en esa esperanza castrada se va emasculando la voluntad de ser ciudadano y percibir más bien en todo esto una especie de carcajada satánica que atemoriza y doblega.

Los europeos tienen más armas  y más vitalidad humana que la que posee un pueblo castrado como el nuestro; desde allá puede salir el aliento de una nueva historia, pues desde acá no se ve más que gamonalismo y esclavitud.

¡Fuerza pueblo de Europa! y deseamos que la mano oblicua de Trump  autodestruya los poderes que él ayudo a crear  y, sin querer, levante un nuevo espíritu de rebeldía nacional y popular entre los “perdedores” del imperio del Norte.

El camino es culebrero ¿pero es un camino posible?

El contenido vertido en esta Carta al director es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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