Jorge González: Un nudo en la garganta

El ex líder de Los Prisioneros se despidió de los escenarios con una estremecedora aparición en la Cumbre del Rock Chileno.

El ex líder de Los Prisioneros se despidió de los escenarios con una estremecedora aparición en la Cumbre del Rock Chileno.

Hace poco más de 15 años, en noviembre del 2001, Jorge González enfrentaba a un estadio Nacional enfervorizado y repleto hasta las banderas, como se decía antes. Era el regreso de Los Prisioneros y González, sobre un escenario junto a la tribuna preferencial, ofreció una de sus mejores versiones: irónico, divertido, vibrante, mordaz. Anoche, sobre la misma cancha y ahora en un escenario ubicado sobre la cabecera sur, el cantante fue el protagonista estelar de la Cumbre del Rock Chileno. La jornada se inició a las once de la mañana y siguió hasta la madrugada con casi cuarenta bandas y solistas, pero la postal será una sola: el último concierto de su vida.

Sin embargo, este Jorge González es una figura lejana a aquella enérgica de principios de siglo. Las consecuencias del infarto isquémico cerebeloso que se le detectó en febrero de 2015 son demasiado patentes. Durante toda la presentación permaneció sentado, con ciertas dificultades para hablar y parte de su cuerpo inmóvil. Cuando se puso en pie para despedirse, lo hizo con dificultad y ayudado por sus hijos. Durante un pasaje del concierto marcaba el pulso con su pie derecho, pero su mano izquierda se aferraba rígida al asiento. Al principio su mirada era tensa y concentrada, pero hacia el final, como alentado por el clamor de 35 mil personas, pareció soltarse un poco. Y claro, en lugar de un trío eléctrico, ahora presentó sus canciones en formato acústico, junto a la banda que lo ha acompañado en los últimos años.

Pero Jorge González sigue siendo Jorge González. No le dio mayor atención a la innecesaria aparición del ministro Ernesto Ottone para entregarle la Orden al Mérito Pablo Neruda y mantiene suficiente humor como para cantar unas líneas de “Knockin’ on heaven’s door”. Además, en lugar de acudir a lo conocido, sacudió la nostalgia de su repertorio y se basó en canciones de sus dos últimos discos (Trenes y Libro), con incrustaciones como la “Cumbia triste” que grabó en 1997 y un par de títulos de su debut solista. “Mi casa en el árbol”, en una versión particularmente conmovedora, y la inquietante “Hombre”, con versos como “Mátenme, por favor / Córteme la vida sin perdón / Duérmame, oiga usted / No quiero fiestas, solo quiero morir”.

También hubo espacio para el catálogo de Los Prisioneros: esa subvalorada canción llamada “Brigada de negro”, además de “Amiga mía”, “Tren al sur” y “El baile de los que sobran”, que desataron el coro masivo en Ñuñoa. Tres de esas canciones también sonaron en aquellas jornadas de 2001, en una atmósfera de festejo y de reencuentro. Esta vez, en cambio, se cantaron en una noche muy diferente. Se cantaron como una despedida y con un nudo en la garganta.





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