La derrota por 1 a 0 de la Selección Chilena sub 20 contra el representativo colombiano, selló la eliminación del Sudamericano y nos dejó, una vez más, sin un mundial de la categoría. Otra oportunidad perdida para que nuestros jugadores enfrenten a los mejores del mundo y vayan acumulando experiencias enriquecedoras en su formación deportiva. Sin duda que esta ausencia condicionará la preparación de una generación completa y producirá un daño invaluable al fútbol nacional.
Es cierto que no se puede (ni debe) hablar de fracaso en las etapas formativas y que los jugadores de esta edad no merecen ser estigmatizados ni evaluados únicamente en base a los resultados. Sin embargo, lo mostrado en Ecuador fue alarmante y precario. No era difícil advertir la falta de trabajo y preparación del equipo. Sin propuestas ofensivas claras, sin coordinación defensiva, sin opciones en los balones detenidos y con decisiones técnicas incomprensibles. Una “selección” de jugadores que jamás jugaron ni lucharon como equipo. De esta manera, todo lo positivo que uno puede advertir en la selección mayor acá estuvo ausente. Una propuesta sin actitud, llena de egoísmo, sin respuestas futbolísticas frente a la derrota, sin rebeldía ante la adversidad, sin dolor, sin gracia.
La participación chilena es preocupante porque los jugadores en este nivel ya deberían haber completado una instrucción adecuada y mostrar algunas virtudes que permitan avizorar su próxima inserción al nivel superior. Evidentemente eso no ha sucedido con los nuestros. La mayor sorpresa fue ver la cantidad de deficiencias técnicas y tácticas de nuestros jugadores, lo que denota la ausencia absoluta de programas formativos serios en el país. Si bien podemos reconocer que desde el aspecto físico, el joven futbolista chileno ha mejorado y equilibrado las diferencias históricas al menos en Latinoamérica, hay muchos aspectos del juego en los que siguen siendo muy inocentes, deficientes o derechamente malos. Sobre todo porque antes del torneo, el cuerpo técnico encabezado por Héctor Robles, dijo que irían a ganar el campeonato y que habían tenido toda la preparación necesaria para lograrlo.
Hoy, a la luz de los resultados, tiene un enorme sentido cuestionarse el trabajo realizado y las personas escogidas para llevarlo a cabo. No se trata de condenar a nadie, pero la Selección Nacional no puede permitirse no evaluar y medir lo que se prometió y lo que en verdad se obtuvo. Al final Chile fue último en su grupo y también fue el que peor jugó a lo largo del torneo. Eso es relevante y merece atención inmediata.
El asunto de las responsabilidades
Y como casi siempre las culpas son compartidas. El consejo de presidentes del fútbol profesional impuso erróneamente, la inclusión de un jugador sub 20 de forma obligatoria durante los partidos del torneo local. Se dijo que ese espacio ayudaría a consolidar a los más jóvenes y a destapar los talentos de categorías inferiores. Pero olvidaron que los jóvenes no deben jugar por compromiso o para cumplir una regla, sino porque han cumplido una etapa de aprendizaje que les garantice tener adquiridos los fundamentos para pelear un espacio en el profesionalismo. El resultado obtenido revela la inoperancia de la medida y la necesidad de encontrar otras opciones más efectivas. En resumidas cuentas, lo que sucede hoy es que los responsables de formar no lo hacen bien y de este modo muchos jugadores llegan a los veinte años sin tener adquiridas aún las competencias para resolver los problemas derivados del juego y del estilo de vida de un deportistas de alto rendimiento.
Entonces, para lograr modificar el escenario debemos comprender ciertos detalles que explican y modelan la realidad de nuestro fútbol. Hoy, debido a la falta de espacios deportivos , la ausencia de recursos económicos para acceder a ellos o por las múltiples distracciones creadas por nuestra sociedad, los jóvenes chilenos juegan mucho menos fútbol que antes. Por esto, seguir pensando en una formación “natural” resulta imposible y la existencia de un programa serio y competente que articule la formación de los jugadores, a todos los niveles, se vuelve fundamental. Sin eso, incluso más allá de las condiciones naturales de los jugadores, el proceso sería muy lento, deficiente o nulo.
Mejorar los resultados en el fútbol juvenil es un desafío que va mucho más allá de las autoridades del área y los clubes profesionales. Para crecer sería pertinente avanzar en la creación de un plan de educación física escolar que enseñe habilidades y destrezas deportivas a nuestros niños. Además habría que crear diversos y accesibles proyectos de alto rendimiento en fútbol, que permitan mejorar la detección temprana del talento y ponerla a disposición de los diferentes equipos y competencias. Las instituciones deportivas, a su vez, deberían acompañar y garantizar la correcta formación de los jóvenes con programas pedagógicos que les brinden opciones reales de desarrollar su talento. Finalmente ayudaría mucho dejar de ver el fútbol formativo como si fuera solamente un paso para la primera división y asumir que la idea central en esta etapa, debe ser otorgarles a los futbolistas buenas experiencias deportivas que fortalezcan su aprendizaje. Para ello también resultará fundamental contar con entrenadores competentes que disfruten el compromiso de enseñar y educar buenos deportistas.
Mención final para la prensa especializada. Una vez más en su afán exitista y privilegiando las ventas, intentaron convencernos de que estos chicos eran los mejores y que acá estaba el recambio tantas veces solicitado en la selección adulta. Incluso comparaban a unos y otros, encontrando similitudes, augurando un promisorio futuro e inventando o exagerando rumores de traspasos y negocios. Entonces parecía que “la generación dorada” era eterna y la cantera chilena inagotable. De nuevo fueron fieles a esa mala costumbre de elevar a la categoría de héroe a cualquiera que se pone la camiseta roja sin darse cuenta de que en ello traspasan esperanzas y frustraciones que dañan. Siguen tan ansiosos de triunfos que prefieren engañarse antes que reconocer nuestras limitaciones. El análisis no admite engaño y es bastante simple: tenemos un campeonato de nivel precario, invertimos muy poco en divisiones menores y como país tenemos una paupérrima educación física.
Pero como nos gusta lo torcido, seguro que ahora buscarán y encontrarán culpables. Un chivo expiatorio al que echarle la culpa y evitar responsabilidades. Porque eso siempre resulta más fácil que reconocer los errores propios y de nuestra organización. Y no sólo resulta más fácil, además aporta infinitas excusas para no cambiar nada y seguir haciendo todo mal.