Tras una prolongada vida de lucha por los pobres y los oprimidos, Monseñor Óscar Romero, emblemático sacerdote salvadoreño, estaba en la mira de los poderosos. Sus constantes manifiestos públicos rechazando enérgicamente la represión que vivía su país y llamando la atención de la Iglesia para hacerla para los pobres hacían de Romero un personaje controversial y polémico.
Un 23 de marzo de 1980, un día antes de su deceso, Monseñor Romero pronunciaba una homilía que probablemente fue la que le costó la vida. “La Iglesia defensora de los derechos de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese a la represión!”.
Fue en ese escenario que, a sus 62 años, murió asesinado mientras oficiaba una misa en la capilla del Hospital de la Divina Providencia. La bala de un francotirador impactaba justo en su corazón y de esa forma terminaba la vida de uno de los sacerdotes más admirados por los teólogos de la liberación.
Radio y Diario Universidad de Chile conversó, a 37 años de su fallecimiento, con Víctor Manuel Valle, embajador de El Salvador en Chile.
¿Cómo es leído, desde la realidad política y social de El Salvador, el legado de una figura histórica como la de Monseñor Romero?
Yo creo que Monseñor Romero es visto actualmente como una figura cuya vida, lucha y muerte lo elevan a la condición de mártir y profeta de la paz. Mártir de la paz por el hecho de que él denunciaba las injusticias y representaba a los que no tenían voz. Preconizaba una sociedad con justicia y, por lo tanto, con paz. Y por eso precisamente los enemigos de la paz, la justicia y la dignidad humana, perpetraron este asesinato que hoy cumple 37 años.
¿Se esclarecieron las circunstancias del asesinato de Romero? ¿Quién lo ordenó? ¿Quién lo ejecutó?
Ha habido varios procesos que nos han llevado a sacar conclusiones muy contundentes. Uno de ellos es el informe de la Comisión de la Verdad, que se creó para esclarecer atrocidades cometidas durante el conflicto armado. El grupo de notables personas que constituyeron la Comisión llegaron a la conclusión de que el autor intelectual de este asesinato fue el ahora difunto Mayor Roberto d’Aubuisson y, por supuesto, un equipo de operadores. La conclusión es que ellos actuaron como parte de un esquema que estaba previamente organizado desde las autoridades o desde los grupos irregulares que representaban a la derecha salvadoreña, que actuaban con militares en retiro, con civiles conservadores y de extrema derecha y que constituyeron lo que en esa época se llamó Escuadrones de la Muerte.
La presencia de Monseñor Romero coincide con un momento en el que en América Latina estaban en disputa dos tipos de Iglesia Católica. Es evidente que el tipo de Iglesia Católica que representaba Romero en general no prevaleció en América Latina frente a la otra, representada por Juan Pablo II. ¿Cuál fue la relación de Romero con la Iglesia Católica y con Juan Pablo II? Existen rumores de que el Papa no lo quería.
Uno puede opinar de eso desde la posición de observador. Desconozco las interioridades de la Iglesia, pero a lo largo de la historia se notan en las Iglesias varias tendencias. Cuando surge en América Latina la Teología de la Liberación vienen algunos dirigentes y miembros de la Iglesia conservadora que se oponían a esa posición. En el Episcopado y en el Consejo de Obispos de El Salvador se daban esas diferencias. Imagino que la creencia generalizada de que Juan Pablo II no favorecía del Monseñor y posteriormente no favoreció el proceso de beatificación, por lo que tiene un asidero con la realidad. Tanto así que cuando el actual Papa llega a su papado es cuando el proceso de beatificación es puesto como primera prioridad y, en poco tiempo, el 23 de mayo de 2015, la Iglesia elevó a Monseñor Romero a su condición de beato de la Iglesia y ahora está en proceso de canonización.
En la Iglesia se da esa diferente visión sobre las personas y sobre los hechos y Monseñor Romero es visto así, desde dos perspectivas. Yo creería que a lo largo del tiempo se ha ido viendo que Monseñor Romero cada vez cuenta con más simpatía en el interior de la Iglesia, de la sociedad salvadoreña y de la sociedad latinoamericana, porque se ha visto que sus profecías y mensajes tenían un asidero con la realidad y la historia y que sus proclamas en favor de la justicia y la dignidad siguen teniendo vigencia.
Hay un camino recorrido para la beatificación. ¿Cuál es la información respecto al estado de ese proceso? ¿Cuándo El Salvador podrá tener un nuevo santo?
Monseñor Romero es, ante todo, una figura universal. Los pueblos de América Latina lo han proclamado San Romero de América. Si seguimos la enseñanza de aquel viejo adagio que dice que la voz del pueblo es la voz de Dios, entonces la voz del pueblo ha proclamado a Monseñor San Romero. Sin embargo, por la vía de las instituciones hay un proceso legítimo de canonización que comienza con el de beatificación. Ese estadio ya lo ganó. Ahora, la información de dominio público es que El Vaticano está emitiendo señales para dar a entender que el proceso de canonización sigue firme y en marcha y que están a punto de cumplir ciertos requisitos internos de la Iglesia, como el de verificar un milagro adjudicado a la intercesión de Monseñor Romero.
Romero se ha convertido en un personaje reivindicado por el Estado. Cómo se conmemora hoy el aniversario en El Salvador. ¿De qué manera se pone en escena política y simbólicamente su reivindicación?
Yo diría que en muchos países habrá muchas conmemoraciones. En El Salvador, a medida que pasa el tiempo, Monseñor Romero se eleva a la condición de un verdadero prócer del país. Es el prócer del siglo XXI y desde el gobierno, la sociedad civil y la Iglesia, se tienen organizados muchos eventos conmemorativos por un aniversario que en sus momento fue trágico, pero que a lo largo del tiempo se ha visto que fue el instante en el que se sembraron semillas de esperanza para El Salvador, porque el mensaje del Monseñor Romero sigue teniendo vigencia, sigue teniendo cada vez más adeptos y, como en alguna ocasión se dijo, su voz, la que pretendía ser la voz de los sin voz, con el paso del tiempo se ha agigantado.