El domingo 16 de abril la sociedad turca acudió a las urnas, para definir, mediante un referéndum convocado por el presidente Recep Tayyip Erdogan, si los electores, cercanos a los 55 millones habilitados para votar, otorgaban mayores poderes al Ejecutivo mediante 18 reformas constitucionales o simplemente negaban la posibilidad de un cambio profundo en el sistema político turco vigente desde 1924.
Los resultados de esta convocatoria favorecieron estrechamente al Sí, con un 51,4% de los votos escrutados y una participación del 85%, permitiendo así la consolidación de un régimen autocrático que tendrá a Erdogan con la posibilidad de gobernar Turquía hasta 2034. Las reformas aprobadas van desde suprimir el cargo de Primer Ministro – pasando de un sistema parlamentario a uno presidencial, dotando al mandatario de poderes omnímodos en materia de nombrar a sus ministros, ejercer una fuerte influencia sobre el Poder Judicial al tener prerrogativas para nombrar al 50% de los componentes el Alto Consejo de Jueces y Fiscales, lo que implica el gestionar la contratación y desvinculación de los funcionarios que laboran en el sistema judicial. Igualmente se eliminan los tribunales militares y se limita el mandato presidencial a dos períodos de cinco años cada uno.
Término de 93 Años de Kemalismo
El presidente turco solicitó a los países extranjeros y en especial a la Unión Euroepa (UE) que respeten los resultados del referéndum, al mismo tiempo que los dos principales partidos de la oposición han exigido un nuevo recuento de votos tras denunciar fraude en el proceso de votación y la manipulación de los votos destinado a dar un Sí a los cambios constitucionales o un No a esos cambios. El Partido Republicano del Pueblo (CHP) y el Partido de la Democracia de los Pueblos (HDP) han denunciado la acción abierta e ilegal de injerencia del oficialismo en la contienda mediante el abuso de recursos públicos favorables al gobierno de Erdogan y por tanto inclinar la balanza al Sí.
La oposición afirma que el triunfo de Recep Tayyip Erdogan supone convertir aún más a Turquía en una autocracia, debido a los poderes casi absolutos que asumiría el Ejecutivo. Los kurdos, por su parte, afirman que este paso de presidente a una figura más parecida a los sultanes otomanos, significaría la pérdida de los derechos de su pueblo y la consolidación de una guerra civil. Previo al referéndum, los partidarios del Sí daban como argumento, para votar favorablemente, el otorgar mayores poderes a Erdogan daría más estabilidad al país, aumentaría el crecimiento económico, al igual que los niveles de seguridad que ha significado la merma de los ingresos del turismo en este país.
Estos cambios a la Constitución y a su sistema político, aprobadas en el referéndum del pasado domingo 16 de abril – que entrarán en vigencia en 2019 – son las más profundas en ese país desde que en 1924 el denominado padre de la Nación Turca: Mustafá Kemal Atatürk, estableció el sistema parlamentario, que ha regido desde entonces con los intervalos surgidos de los golpes militares turcos: el primero de ellos en 1960. El segundo en 1971 denominado el “Golpe del memorándum” contra el presidente Suleiman Demirel. El tercero de los levantamientos de las Fuerzas armadas se vivió el año 1980 que otorgó enormes poderes al Ejército Turco convirtiéndose, además de un actor político fundamental, en un agente económico relevante.
El cuarto golpe de Estado se vivió en 1997 cuando el Ejército obligó al Primer Ministro Necmettin Erbakan a dimitir. El propio Recep Tayyip Erdogan fue detenido en aquella ocasión. Finalmente el quinto Golpe Militar lo vivió Turquía en Julio del 2016 convirtiéndose en la oportunidad de Erdogan de ejecutar una gran purga al interior del Ejército, la Policía y en general en los poderes del Estado Turco, afianzando el poder y la deriva autocrática de su gobierno.
El referéndum que tuvo como resultado el triunfo del oficialista Partido de la Justicia y Desarrollo (AKP por sus siglas en turco) contó con una amplia adhesión en sus bastiones de las regiones de Anatolia y el Mar Negro. En las localidades que lindan con el Mar Egeo, el Mar Mediterráneo y en las zonas surorientales donde predomina la población kurda, el triunfo del No se impuso, mostrando un país dividido; lo mismo pasó en las grandes ciudades como Estambul, Esmirna y Ankara, donde el No, aventajó al Si por menos de un punto. Turquía, tras el triunfo estrecho del Sí, se muestra al mundo claramente dividida entre quienes apuestan por un Presidente con poderes de una Monarquía Absoluta y aquellos que ven un peligro para el futuro de esta nación el consolidar una especie de sultanato, que los puede alejar de un sistema democrático y, por tanto, ver más lejana la posibilidad de acceder a ser parte de la UE.
Esta referéndum mostró a un Erdogan decidido a consolidar su férreo control político de la sociedad turca, como también entregar un mensaje a Europa tras los acontecimientos que lo enfrentaron con algunos gobiernos del viejo continente y que prohibieron a funcionarios tucos realizar acciones proselitistas en capitales como Berlín, Zúrich y en ciudades como Rotterdam. “Este domingo es el día que nuestro pueblo va a dar una lección a aquellos países europeos que querían intimidarnos” sostuvo Erdogan, haciendo referencia, a los 54 años de espera de Turquía en sus intentos de ser aceptado como miembro de pleno derecho de la UE. Ingreso que no sólo se ve complejo y casi imposible, ante la oleada de islamofobía que sacude a Europa, sino también porque Erdogan ha prometido llevar a consulta ciudadana la posibilidad de reimplantar la pena de muerte en Turquía, que cuenta con el rechazo absoluto de la UE.
El triunfo del AKP en el referéndum es también una señal para el gobierno estadounidense, que tiene a Turquía como uno de sus socios más importantes en Oriente Medio y que ve con temor un acercamiento de Erdogan a la Federación Rusa, sobre todo tras las acusaciones del gobierno de Ankara respecto a que Washington protege y apoya a Fethullah Gulén –teólogo y multimillonario turco ex aliado del propio Erdogan- quien reside en Estados Unidos y sindicado por el gobierno turco como el promotor del Golpe de Estado de julio de 2016 a partir de su influencia en el aparato estatal de Turquía. Los Gülenistas, según el gobierno turco, son los causantes de gran parte de los males y ello debe cesar de manera tal que su líder sea extraditado, juzgado en territorio tuco y sus seguidores cesados de todo cargo público, como ha sucedido con cerca de 100 mil turcos, entre ellos profesores, militares, policías, miembros de la Federación de fútbol, funcionarios del Ministerio del Interior, jueces, fiscales, entre otros. Todos ellos acusados de seguir a este clérigo que propugna el diálogo interreligioso y que cuenta para ello con el beneplácito de Israel y El Vaticano.
Del Kemalismo al Sultanato Erdoganista
Las reformas aprobadas este domingo 16 de abril, (que entran en vigencia en 2019), son la puerta de entrada a la posibilidad que Erdogan, que en ese entonces tendrá 65 años pueda ampliar su período presidencial hasta 2034, con todos los poderes que ha tenido en mente desde que en 2014 se comenzó a plantear la posibilidad de modificar el sistema político parlamentario turco vigente desde 1924. Estrategia que ha guiado las acciones doctrinarias del partido de gobierno en el último lustro, como la forma de afianzar aún con más fuerza el poder político junto a las alianzas económicas y militares que ha logrado forjar en quince años de presencia omnímoda en la vida política turca.
Hoy, la Turquía del cuarto lustro del siglo XXI es testigo de los esfuerzos políticos de Erdogan – y prueba de ello es su referéndum como herramienta de afianzamiento- destinados a modificar esencialmente su base doctrinaria y que han marcado 93 años de lo que se conoce como la Turquía moderna. Pasar del Kemalismo al Neotomanismo, a pesar que analistas internacionales hablan de cierta superación de esta noción del resurgir de las visiones imperiales, pese a que esta doctrina no sólo está más vigente que nunca – a pesar de todas las tensiones que subyacen en el escenario regional donde se sitúa Turquía – sino que ha recibido un espaldarazo y una bocanada de aire de enorme importancia con el triunfo en las urnas en la convocatoria al referéndum del domingo 16 de abril.
Prueba de esta idea, que se encuentra en el seno del neotomanismo respecto del plano estratégico en política exterior- y que supone (a lo menos en plano teórico) llevar a cabo la política de cero problemas con los vecinos– se visualiza en su acercamiento tanto a la Federación Rusa como a la República Islámica de Irán, bajo la premisa que estas potencias son fundamentales para consolidar un proceso de estabilidad en la región de Oriente Medio. Sostuve, meses previos al Golpe de Estado de Julio del año 2016 que “La realidad geoestratégica en Oriente medio y sus efectos en materia de refugiados y participación militar de potencias occidentales en la zona efectivamente tensiona el Neo-Otomanismo en sus aristas de “Profundidad Estratégica y Cero Problemas con los vecinos” lo cual resulta una ficción en una región donde las alianzas se tejen en función de intereses, objetivos y realidades disímiles” Una ficción, que el afán de política pragmática que quiere ejercer Erdogan lo lleva a mover sus fichas en todas dirección, con el claro objetivo de consolidar un liderazgo interno y proyectarse como la única voz turca capaz de situar a su país en una especie de balanza regional.
Ese Neo-Otomanismo toma para si esa visión del Panturianismo que Atatürk desdeñaba (versión turca de otros proyectos expansionistas que conoce la historia, basado en argumentos étnicos como el sionismo, el pangermanismo o el paneslavismo). Hablar entonces de cero problemas en esa realidad, resulta una falsedad. Algo imposible de llevar a la realidad, sobre todo porque los gobiernos del AKP han tenido como objetivo, el recuperar el papel de Turquía como potencia regional, sustentado históricamente en lo que fue el Imperio Otomano que extendía su dominio desde parte del Magreb, el Golfo Pérsico y desde La Meca hasta los Balcanes y el Cáucaso. El cero problema con los vecinos se presenta así, más como un discurso de buenas intenciones, que la posibilidad cierta de llevarlo a cabo sobre todo tras los actuales acontecimientos que visualizan una Turquía con afanes claramente expansionistas con relación a los kurdos, a Siria, a Irak y el papel cumplido como aliado de regímenes extremistas como el saudí y el sionista.
Turquía es hoy un país que marcha hacia la conformación de un Estado policial, autoritario y tremendamente sectario: con el cierre de periódicos, la represión a la minoría kurda, la instalación de una política donde sólo cabe el AKP. La supresión llevada a cabo contra cualquier tipo de disidencia, sobre todo partir del atentado de bandera falsa de Ankara en octubre de 2015, el posterior al Golpe de Estado de julio de 2016 y la fuerte represión a cientos de miles de turcos acusados de Gülenistas, confirman la deriva autocrática de Erdogan, que pone el sello de “legal” con su triunfo electoral.
Una deriva autoritaria que se nutre también de un papel intervencionista en el plano externo. En la participación turca en la agresión contra Siria. En su decisión de controlar la zona con población kurda de este país levantino tratando de crear una zona de exclusión aérea e ingresando tropas sin autorización del gobierno sirio. Su apoyo sostenido en múltiples campos a los grupos salafistas que operan tanto en Siria como en Irak (donde también Turquía ha intervenido violando la soberanía iraquí).
Turquía es miembro de la OTAN desde 1952, ahí ha cumplido un papel de punta de lanza, no sólo contra la Federación Rusa, sino como ejecutor de políticas hostiles contra todas aquellas sociedades sujetas a los poderes hegemónicos de esta Alianza Militar. Turquía posee el segundo ejército más grande de la OTAN, sólo detrás de Estados Unidos y ello no es casualidad sino parte de una estrategia mayor en oriente medio con relación a irán y Rusia, principalmente.
Turquía, bajo Erdogan, ha cumplido un papel relevante en materia de control de cientos de miles de refugiados bajo el acuerdo tejido con la Unión Europea. Convenio que le ha reportado miles de millones de dólares y la posibilidad de usar, como moneda de cambio a estos hombres, mujeres y niños que huyen de países en guerra, en su política de litigios con Europa y su exigencia de ingresar al club europeo. Unamos a ello su abandono de la causa palestina, en función de su acercamiento y acuerdos con Israel y la conformación de una triada valedora del terror en la zona junto a Tel Aviv y Riad.
Tras el triunfo de Erdogan en el referéndum de cambio constitucional y del sistema político mediante 18 reformas constitucionales se nos presenta el sello del nuevo renacer imperial otomano. Erdogan ofrece hoy una radicalización de la línea discursiva que planteaba el Neo-Otomanismo presentado por el ex Canciller (2009-2014) y ex Primer Ministro Ahmet Davutoglu (2014-2016) obviando en esta nueva visión post referéndum, aquella idea utópica de cero problemas con los vecinos y los deseos, ya no ocultos de recuperar su antigua zona de influencia, bajo el concepto que signa al Neo-Otomanismo: el de la Profundidad Estratégica.
Todo lo mencionado son muestras más que elocuentes de la misión que cree desempeñar Recep Tayyip Erdogan en la región, en su objetivo de reflotar el antiguo esplendor otomano bajo la guía de un Sultán investido de plenos poderes. Ello, a partir de la aprobación de un referéndum que le da las herramientas políticas y legales a Erdogan, para afianzar su poder hasta 2034, afirmando su báculo de poder en dos ejes: represión interna y agresión externa.
Este domingo 16 de abril hemos sido testigo de la rúbrica legal, que transita desde el Kemalismo al Neo Otomanismo, de un régimen parlamentario a un presidencial, de una democracia representativa (con todas las limitaciones que puede ofrecer) hacia la conformación de un sultanato del siglo XXI.