¿Cómo es posible que en Chile 25 varones hayan asesinado a sus parejas en lo que llevamos del 2017? Es evidente que cuando hablamos de femicidio y otras formas de violencia contra las mujeres no hablamos de casos aislados. Pero ¿cómo se forma un violento? y ¿Por qué una mujer se queda junto a él a pesar de los maltratos y el riesgo a su vida? Son preguntas que seguramente tienen respuestas específicas en cada caso, pero que probablemente comparten ciertos elementos.
Por décadas el cine, y luego la televisión y otros medios audiovisuales, han ayudado a formar violentos. La objetivación de la mujer como objeto sexual quizá sea la manera más directa -sacando a la mujer de su condición de sujeto de derecho y transformándola en un objeto cuyo único sentido es el placer masculino-, pero también hay una influencia en los modelos que vemos representados en pantalla: “El chico rudo”, “La joven casta”, “La mujer perdida”, “El héroe” y tantos otros arquetipos que han tenido un efecto en la manera en que creamos y normalizamos nuestras relaciones no sólo sociales, sino también afectivas.
Por eso vale la pena destacar cuando una producción audiovisual es capaz de meterse con estas construcciones e ir más allá de las apariencias y de eso se trata exactamente Big Little Lies, la mini serie que HBO estrenó en febrero, creada por David E. Kelley, dirigida por Jean-Marc Vallée y que está basada en la novela homónima de Liane Moriarty.
Las premiadas actrices Nicole Kidman y Reese Witherspoon producen -entre otros- la miniserie y la protagonizan junto a Shailene Woodley (heroína de la saga “Divergente”) y la musa de David Lynch, Laura Dern. Todas interpretan a madres de niños pequeños que comparten aula en el colegio de la comunidad de Monterrey en California. Son bellas y activas -y excepto por el personaje de Woodley, que es la misteriosa recién llegada- compiten por aparentar una vida perfecta en todos los sentidos.
Desde el primero de sus siete capítulos la construcción del relato instala dos tiempos narrativos. Uno es el presente en donde se está investigando un crimen violento e interrogando a los testigos y otro es el pasado reciente que llevó a ese crimen. Los testimonios van dando cuenta de la relación entre estas mujeres y la relevancia de la imagen y el rumor en esta comunidad. Con el pasar los capítulos vamos armando las piezas del puzzle, sin relevarse hasta el final víctima y victimario del crimen en cuestión.
Además de la brillante puesta en escena, las notables actuaciones y la exquisita banda sonora lo que me resulta más relevante de Big Little Lies es su retrato de la violencia doméstica en este contexto. En general cuando este tema es tocado en la pantalla el maltrato contra las mujeres se representa entre personas con menos acceso y mayor precariedad social, pero acá se trata de una pareja millonaria y hermosa, envidiada por todos por su “vida perfecta”.
Lo interesante es que vemos el proceso de la violencia, su desarrollo y su ciclo y las excusas que ponen ambos personajes para continuar en esta relación. Más allá de lo que se pudiera pensar, los personajes tienen mucha consciencia de lo perverso de su trato y, sin embargo, continúan allí contándose los cuentos que necesitan para hacerlo. Los efectos del violento sobre su familia y su comunidad están puestos en Big Litlle Lies como engranaje dramático que -desde la oscuridad- moviliza la acción y la relación entre los personajes, lo que nos da una perspectiva más compleja de los efectos de la violencia y de cómo esta se perpetua y se reproduce.
Big Little Lies también releva la importancia de los lazos entre mujeres, del espacio potente que significa para la contención y la protección, y lo interesante es que hace todo eso en el formato de una serie de gran factura y que no parece pretender ser pedagógica, y aún así, nos enseña muchísimo de una realidad que necesitamos aprender y controlar con urgencia.