Aporofobia

  • 22-05-2017

No deja de llamar la atención la cantidad de síndromes que padecemos los seres humanos y que muestran nuestra complejidad y diversidad. Fobias personalísimas como a las multitudes (enoclofobia) o la repulsión que produce a ciertas personas figuras geométricas muy juntas (tripofobia), son ejemplos que no dejan de sorprender por su particularidad. Pero lo que más asombra son esas fobias que vivimos de manera grupal y que a pesar de la educación y estadios de desarrollo que hayamos adquirido, se manifiestan de manera brutalmente salvaje, mostrando a ese lobo que los hombres llevamos dentro.

La xenofobia es una de ellas. Un rechazo a quienes no son parte del grupo y que estaría anclado en nuestro cerebro como una marca indeleble de aquellos tiempos en que la supervivencia era la regla. La biología evolutiva entrega ciertos elementos para entender que es la educación la que nos ha permitido relacionarnos con los extraños de manera pacífica y sana y establecer todos juntos ese contrato social al que hemos ido poblando de derechos humanos. Sin embargo, y a pesar de que nunca antes los hombres como raza pudimos sensibilizarnos tanto con lo que les sucede a otros, la sombra del rechazo nos acecha. Así, aunque resulta difícil entender el discurso xenófobo, luego de todo lo vivido en el siglo XX, como si no hubiese bastado ver a los judíos de la Alemania nazi ni a los bosnios y croatas hace apenas 20 años en la llamada Guerras de Yugoslavia, los rebrotes desaniman y nos hacen decaer en la esperanza ganada de un mundo solidario y en paz.

Lo que se ha descubierto sin embargo, es que no es xenofobia precisamente lo que vemos hoy en el discurso globalizado, sino que un odio llamado aporofobia, y que tiene como manifestación el rechazo a los pobres. Son ellos, los deprivados, los que despiertan la mayor repulsión social, incluso familiar. “El rechazo al pobre, implica siempre una actitud de superioridad y suele incluir la culpabilización de la víctima”, explica la destacada filósofa española Adela Cortina, quien ha publicado recientemente un libro que lleva por título Aporofobia, rechazo al pobre (Ed. Paidós), y que explica desde el discurso de Trump en contra de los mexicanos pobres, el de Marie Le Pen en contra de la inmigración pobre y el de ciertos sectores en Chile recelosos de los extranjeros pobres. Se les decora con una nacionalidad pero lo que está en la raíz de todo esto no es más que la aversión respecto de quienes no han demostrado las capacidades mínimas para desenvolverse en la sociedad capitalista donde el exitismo es la tarjeta de entrada.

Nos asombramos del discurso del millonario presidente estadounidense y sin embargo, no caemos en la cuenta que uno de cada cinco chilenos considera que la flojera es causa de la pobreza en nuestro país. Es decir, que quienes en Chile no se han subido al carro de la prosperidad económica es porque no han querido hacerlo, de puro flojos que son, ignorando la multiplicidad de causas que la condicionan.

Nos reímos de la pretensión del presidente del rubio flequillo cuando se refiere al extenso muro que busca construir para separar a ambas naciones, pasando por alto la segregación social que se constata en Chile entre las comunas ricas y las pobres.

Lo cierto es que los pobres molestan y más aun si son de otro color y hablan otra lengua. Porque si fueran ricos, se les celebraría su originalidad, como sucede con los extranjeros europeos o gringos a quienes no nos cansamos de festejar su infinita ingenuidad a la hora entender nuestras bromas de doble sentido o la dificultad para comprender nuestra rápido hablar.

Son los pobres, extranjeros o no, los que nos asquean, los que sobran de la ecuación neoliberal y respecto de quienes habrá que vacunarse con fuertes dosis de educación en Derechos Humanos si es que aspiramos a una paz social. Una instrucción que debemos exigir tanto en la escuela como en la casa, para que no nos siga pareciendo natural que cada invierno mueran 40 compatriotas de frío, 40 pobres que salen de nuestra visión para el alivio de esta aporofobia que nos consume de manera silenciosa.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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