Señor Director:
Frente a tanta charlatanería anticientífica y pseudocientífica que nos envuelve –y que goza impunemente de tribuna plenamente abierta en nuestros medios de comunicación: prensa escrita, radio y canales de televisión– , como la de “adivinos” que predicen terremotos, la de personas que dicen habitar en casas embrujadas, la de mentalistas que otean augurios en los posos de té o en el humo de los cigarros, la de astrólogos que pretenden leer nuestro destino escrito en el cosmos, la de psíquicas que aseguran comunicarse con los espíritus y “asisten” en las investigaciones policiales de homicidios y personas desaparecidas, etcétera, resulta refrescante para el pensamiento ilustrado y saludable para la educación de nuestras jóvenes generaciones la edición en nuestro ambiente cultural de libros redactados por verdaderos hombres de ciencia, como este de José Maza Sancho, astrónomo y académico de la U de Chile: Somos polvo de estrellas (Planeta, 2017). Obra que, además, posee el mérito de que está escrita en un lenguaje ni abstruso ni complejo, muy apropiado para su propósito divulgatorio de la ciencia cosmológica.
El autor lo declara explícitamente: “En este libro intentaré una mayor cercanía con el lector y lo interpelaré en primera persona. Es tan típico de nuestro carácter decir las cosas en tercera persona o en voz pasiva. “El telescopio se inventó en 1608”; es como si el telescopio se hubiese inventado a sí mismo. Aquí procuraré ser tan cercano como la escritura permite”.
El fin, buscado por esta cercanía, es que el lector continúe por su cuenta indagando en la materia tratada, estimularlo a que siga explorando a través de otras fuentes. El autor refleja con esto su vena pedagógica.
José Maza nos cuenta la historia de la evolución del universo desde el Big Bang hasta la formación de nuestro planeta, nos da a conocer las ideas antiguas y modernas que los hombres han forjado sobre el cosmos, nos habla de importantes descubrimientos cientificos, nos enseña que nuestros organismos están ligados a las estrellas. Su libro es una ventana abierta a la maravillosa realidad del universo.
La lectura de sus páginas evoca la de los interesantes libros escritos por Carl Sagan (José Maza lo cita un par de veces), quién también se dio a la tarea –no siempre fácil– de poner la ciencia al alcance del ciudadano común.
En el capítulo sobre el Big Bang dice Maza que antes de esta explosión inicial ocurrida hace trece mil ochocientos millones de años no había nada, que en este evento se crea el tiempo y el espacio. “No existe ‘antes del Big Bang’ porque el tiempo empieza en ese instante. Esto es algo difícil de entender desde el sentido común. Una manera de visualizar qué significa que el tiempo empieza en el Big Bang se grafica en el siguiente ejemplo. Supongamos que el tiempo transcurriera de una manera equivalente a como es en la Tierra viajar hacia el norte. Mañana estaremos ‘más al norte’ y ayer estuvimos ‘más al sur’. Viajando hacia atrás en el tiempo llegaríamos finalmente al polo sur. Cuando estemos ahí, solo podremos viajar hacia el norte, en cualquier dirección será ‘hacia el norte’; no hay al sur del polo sur. De igual manera no hay ‘antes del Big Bang’. Todas las líneas de tiempo nos llevan para después del Big Bang. Por ello el Big Bang no tiene causa, pues las causas son anteriors a los efectos y no hay antes de él” (pp. 66 – 7).
Podemos decir, entonces, que el Big Bang es la causa primera de todo lo existente. Arrinconadas por la tremenda evidencia científica con que hoy se cuenta a este respecto, las cosmovisiones religiosas (principalmente el cristianismo) insisten en meter a la fuerza a Dios por la ventana postulándolo como una Inteligencia creadora que dio el puntapié inicial a la historia del universo. Como si hubiese impulsado el Big Bang diseñando todo lo que vino a continuación, o algo por el estilo. Sin embargo –esto no lo dice Maza en su libro; lo digo yo–, el Big Bang entendido como causa primera es un postulado simple y que se refiere a un fenómeno natural totalmente descrito por la ciencia, como ya se hace en este libro sobre astronomía. La concepción de un Dios como una Inteligencia creadora resulta ser demasiado compleja, demasiado improbable desde el punto de vista racional y científico (si existía antes del Big Bang, inicio del tiempo y del espacio, ¿cómo llegó, de donde surgió?), por lo que este postulado es muy costoso como explicación del origen del cosmos.
“Nuestro cuerpo –nos enseña Maza– está constituído principalmente por moléculas de agua que tienen dos átomos de hidrógeno provenientes del Big Bang (…) Los átomos de calcio de nuestros huesos fueron fabricados hace seis mil u ocho mil millones de años en el interior de una estrella en el brazo de Orión o Carina (…) Tal como en algunas prendas de vestir encontramos indicaciones que ponen ‘Fabricado en Chile’, pero con telas extranjeras o componentes de origen externo, igualmente en cada uno de nosotros debería haber un letrero que diga: ‘Hecho en la Tierra’, pero con componentes del exterior, ‘Hecho con material extraplanetario’, con material extrasolar. En nuestra constitución íntima somos todos de origen extraterrestre” (p. 129). De aquí el título de esta obra, los humanos somos “polvo de estrellas”.
Para aquellos que suponen (a propósito de charlatanería pseudocientífica) que los extraterrestres cada cierto tiempo nos visitan y nos observan desde sus naves posadas en nuestra atmósfera, o que el origen de nuestra especie humana proviene de una raza avanzada de alienígenas que se mezcló con nuestros antepasados prehumanos, José Maza tiene una precisa respuesta: como somos “material estelar”, como estamos esencial e indisolublemente vinculados con el cosmos, no hay que apuntar tan alto nuestra credulidad para encontrar un extraterrestre: basta con que nos miremos al espejo.
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