La migración es un fenómeno que ha acompañado toda la historia de la humanidad, aunque su naturaleza ha ido cambiando conforme el paso del tiempo. Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), existen en la actualidad cuatro principales direcciones migratorias: sur-norte, sur-sur, norte-sur y norte-norte. En términos generales y con base en la clasificación del Banco Mundial, el norte es la región de los países de ingresos altos y el sur la de los países de ingresos bajos y medianos. La mayoría de los migrantes internacionales proceden del sur, que se caracteriza por una población mucho más pobre, numerosa y joven que aquella del norte global. En 2010, los desplazamientos sur-norte se estimaron en 45% del total de migraciones; los desplazamientos sur-sur en 35%, norte-norte en 17% y norte-sur en 3% (OIM, 2013).
Además de la lectura estadística, los matices entre las clasificaciones resaltan al contemplar tanto el origen como el destino de los migrantes internacionales en las cuatro direcciones de la migración. De ahí que existan flujos significativos en magnitud y antigüedad, como el corredor que va entre Centro América, México y Estados Unidos —incluso con vías directas entre poblados y ciudades, como de Puebla a Manhattan—, y otros más novedosos o menos explorados —como los de profesionales calificados—, tanto desde el sur hacia el norte, como del norte al sur. Por supuesto, las definiciones de norte y sur tienen limitaciones desde el punto de vista de sus indicadores y planos analíticos, principalmente porque la frontera entre una y otra da cabida a una diversidad e interseccionalidad importante de flujos y categorías de migrante.
La manera de pensar las migraciones internacionales sugiere una gran cantidad de posibilidades. Tenemos, entre otras, migración y desarrollo, migración y mercado laboral, el brain drain o fuga de cerebros, fuga y crisis de los cuidados, ciudadanía transnacional, emociones y experiencia migratoria, migración y género, familia y migración, familia transnacional entre otros. Esta última articulación resulta especialmente importante al momento de vincular contextos sociales, decisiones migratorias y maneras de vivir en la migración, las cuales generalmente poco tienen que ver con habitar un territorio, sino más bien con vivir en simultaneidad.
Justamente, el alza exponencial que ha tenido el fenómeno migratorio en las últimas décadas es resultado de los avances en las tecnologías del transporte y la información, así como de su abaratamiento. Esto, en gran medida, es lo que ha facilitado que los migrantes continúen en contacto con sus comunidades de origen, familiares y amigos, y tracen lo que la literatura ha denominado comunidades, campos, circuitos o espacios sociales transnacionales. Todos son conceptos que apuntan a la descripción de una realidad novedosa en cuanto a su simultaneidad. Dentro de este contexto surge la familia transnacional, con mayor magnitud y visibilidad.
Una familia transnacional consiste en maneras de vivir en común y construir lazos afectivos cuando uno o una parte de los integrantes de la unidad se encuentran separados por grandes distancias territoriales, generalmente asociadas a naciones. En ella existen intercambios recurrentes de carácter material y simbólico (como remesas, fotografías, dibujos, regalos), así como un haz de obligaciones recíprocas y relaciones de desigualdad.
Si lo miramos desde un punto de vista sociológico y también político, esta nueva manera de vivir lo cotidiano y construir vínculos sociales abre un cuestionamiento a la idea de Estado-nación como contenedor de las relaciones sociales, además de la supuesta generación de un sentimiento de pertenencia. Conceptos centrales de la teoría social —ciudadanía, identidad, territorialidad y otros— se ponen en aprietos cuando se explora la dimensión transnacional que acompaña los procesos migratorios.
La familia transnacional, como expresión microsocial del fenómeno, deja también varias interrogantes: ¿cómo se ven afectadas las trayectorias subjetivas y familiares a la luz de condiciones socioeconómicas, sociohistóricas, políticas, étnicas y ecológicas que incitan a la migración?, ¿cuáles son estos cambios contextuales y su proyección en el tiempo?, ¿de qué manera los sujetos se las arreglan para subsistir y cómo gestionan las presiones comunitarias en torno a los modos de hacer familia?, ¿cuál es el papel que juegan las comunidades de origen, las organizaciones políticas y las instituciones económicas en los ajustes familiares y su despliegue en lo cotidiano?, ¿cómo ocurre la explotación —productiva y reproductiva— del migrante al migrante y del nativo al migrante?, ¿cómo se construye intimidad en la ausencia?
El Chile de hoy, si es que es posible hablar de un solo Chile, debiese preguntarse no sólo por las maneras de integrar a los sujetos migrantes – hombres, mujeres, niñas, niños y adolescentes- y a sus descendencias nacidas en Chile: también chilenos. Un punto de partida, a veces olvidado, es que detrás de los sujetos migrantes existen redes familiares y comunitarias que se mantienen y potencian a través de la migración. Ello traza una agenda política nueva, que esboza los temas de reunificación, voluntades de permanencia, asistencia y subsidios familiares, becas escolares y sistema de pensiones, por mencionar algunos.
(*)La autora es doctora en sociología de la Universidad Libre de Berlín. Docente de la Escuela de Sociología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.