El muy tardío e insuficiente Plan de Reconocimiento y Desarrollo de la Araucanía es una iniciativa del gobierno de Michelle Bachelet que naturalmente no va a contar con el apoyo del pueblo mapuche y sus organizaciones, como tampoco representará un avance muy importante en el logro de la paz en los territorios ancestrales de nuestro pueblo fundacional.
A pesar de los cinco siglos en que los mapuches han sido discriminados y acosados por los colonizadores de ayer o del presente, su heroica y conmovedora resistencia gana reconocimiento universal, como la creciente comprensión y adhesión de nuestro país. Los chilenos empiezan a descubrir, por fin, la historia real del genocidio descargado sistemáticamente por nuestros gobernantes para desconocer la legítima propiedad de los mapuches al sur del BIo BIo, la que fuera reconocida por el Tratado de Quilín y, luego, por los fundadores de nuestra República. Cuando nos sacudimos de las mentiras históricas que pretendieron que reconociéramos como héroes a aquellos genocidas de la mal llamada Pacificación de la Araucanía, que despojara a los mapuches de sus tierras, los dejaran confinados en “reducciones” y asesinaran a miles de integrantes de una etnia que hasta hoy se niega a morir, renunciar a su cultura y a sus derechos humanos. Cuando personajes como Vicuña Mackenna y otros se referían a los mapuches como una raza salvaje, de vil naturaleza que había que exterminar por el terror o someterlos a una cruel domesticación.
Más de doscientos años en que el Estado chileno asumió respecto del pueblo mapuche una política de exterminio que ha superado en ferocidad al de la de los conquistadores españoles y actualmente causa estupor en un mundo que ha arreglado definitivamente muchos conflictos de esta naturaleza, permitiendo que los pueblos nativos puedan convivir en paz con los que llegaron después a sus dominios.
Es vergonzoso que nuestro país haya preferido el camino de someter a nuestros pueblos indígenas en vez de convivir con ellos y tenerlos como aliados, después de su reconocida acción para liberarnos del dominio español. Por el contrario, lo que han querido nuestros gobiernos y ejércitos es someter forzadamente a nuestra nacionalidad a pueblos que tienen mayor data de identidad que nosotros. Toda vez que sabemos, y ya es reconocido por todos los historiadores y antropólogos, que en Chile primero tuvimos estado antes que nación. Y siempre se ejerció la fuerza, más que la razón, a lo largo de toda nuestra trayectoria de país independiente. De lo que dan cuenta nuestros constantes e insensatos conflictos internos como con nuestros países vecinos.
Aunque ya tenemos pueblos autóctonos hechos desaparecer totalmente en el norte y sur del país, los mapuches se resisten al cometido de nuestros sucesivos gobiernos y, aunque su población se haya reducido dramáticamente en tamaño e influencia, su lucha logra por fin un amplio reconocimiento universal. Muy poco efectivas fueron las inmigraciones europeas traídas a Chile para poblar sus territorios y “mejorar la raza”, como se decía y se escribía para justificar el terrorismo de estado ejercido sin tregua en la Araucanía en contra de sus comunidades.
Por el contrario, si después de la masacre de Cornelio Saavedra y, como siempre, de nuestros ejércitos y policías, pareció que los mapuches se sometían y renunciaban a sus costumbres e identidad, ahora se aprecia cómo el mapudungun vuelve a florecer y, con éste, las costumbres de un pueblo que mucho nos marcó culturalmente, según lo advierten lingüistas. Así como que para algunos etnógrafos y estudiosos del ADN, más del 70 por ciento de todos nosotros porta genes y rasgos indígenas.
Pero debemos ser muy claros, al respecto: los mapuches ya no solo se conformarán con nuestra declaración de estado plurinacional. Es así como luchan ahora por su autonomía y por el reconocimiento de un territorio propio dentro de nuestra geografía, lo que es perfectamente posible de conciliar como ocurre en otros países del mundo. Pero todo indica que si ello no es alcanzado próximamente su lucha derive inexorablemente hacia su plena independencia respecto de nuestro actual Estado, tendencia que se viene imponiendo en el mundo cuando los países dominadores de niegan a aceptar los derechos de los otros, de las minorías. Tal como podría sucede con el conflicto con los catalanes en España o como aconteciera con tantos pueblos que estuvieron invisibilizados bajo la Unión Soviética y que hoy constituyen territorios completamente soberanos.
Hace algunos meses, en una interesante conversación que tuve con uno de los líderes e intelectuales mapuche, éste me reconocía que a sus padres solo les conformaba el reconocimiento de parte del Estado chileno, mientras que hoy ellos, sus hijos, no quieren por ciero nada menos que la autonomía de sus regiones, así como exigen formas de autogobierno efectivo, junto con recuperar las tierras arrebatadas por las forestales y los nuevos colonos de la zona. Sin embargo, me agregaba, que ya hay combatientes en la Araucanía (niños y adolescentes) que aspiran ahora a su plena independencia, en la desconfianza ya total que tienen del huinca y del estado chileno.
Lo evidente es el fracaso de aquellas acciones para militarizar la Araucanía, encarcelar y matar a sus líderes o compensar con algunos paliativos la justa ira de todo un pueblo que gana adeptos al interior de la población chilena. Ahora parece muy tarde, presidenta Bachelet. Como en tantas otras causas ya no hay más remedio que alentar la movilización social e, incluso, las más radicales acciones de quienes son violentados constantemente por la llamada violencia institucionalizada o las falsas promesas de la política. Perdió, usted, una magnifica posibilidad de hacer historia y romper con la continuidad y el peso de la noche. Pero, sabemos, que tarde o más temprano, Chile ganará con el reconocimiento pleno de los derechos indígenas. Para lo que se hace preciso que sea derrotado nuestro estado autoritario y discriminador.
No es extraño, por lo mismo, que el Pontífice católico haya escogido viajar hasta la Araucanía en su próximo viaje a Chile; ciertamente en el ánimo de reconocer los horribles despropósitos de una Iglesia que alentó o silenció el avasallamiento de nuestros pueblos indígenas, aunque tantos sacerdotes se hayan destacado desde el inicio de la conquista española hasta el presente como redentores auténticos de su condición humana.