Apuntamos con el dedo, designamos casi sin lenguaje lo que asalta ostensible como como una situación nueva ante nuestros ojos, desconocida para nuestra experiencia. Comparable en perversión con las torturas de la dictadura. Una atrocidad que no logramos nombrar. Ahí, cerca, en nuestra inmediación, ocurrió una atrocidad que nos roza y perturba. El perpetrador, aquel monstruo capaz de entrar en la cuenca de los ojos y desorbitarlos, ha estado frente a la puerta de nuestros hogares.
Nabila Rifo fue golpeada hasta que la dejaron agónica, le sacaron sus ojos, en ese estado la dejaron abandonada en la calle, pasó un mes en estado de coma, su cara fue reconstruida con tornillos, quedó ciega. Si decimos Nabila, todo Chile sabe de qué hablamos porque es el nombre que ha adoptado la más brutal forma de tomar conciencia que la violencia contra las mujeres debe ser combatida activamente pues aún nos acecha. Ni una menos, es lo que dijimos para rechazar el horrendo crimen en Argentina de la joven Lucía Pérez. Ni una menos, y también, ni una violentada más, nunca más.
Nabila es también el caso que puso freno al indigno trato que los medios de comunicación otorgan a situaciones que conmocionan y que les ayudan a sus intereses económicos. Y Nabila, es el caso judicial que no deja indiferente a nadie.
Parece no bastar que a Mauricio Ortega, único acusado, se lo haya condenado a 18 años de cárcel. Fue condenado, efectivamente, pero su pena pudo ser 8 años más larga. La indignación que desató el fallo de la Corte Suprema no es sólo por la rebaja de 8 años sino que más bien por el argumento para tal rebaja: que el ataque no habría sido con la intención de matar a Nabila, aunque haya estado al borde de la muerte y haya sobrevivido sólo por la intervención médica. Mientras el fallo señala que “no quedó demostrado cabalmente la intención de matar”, el voto de minoría dice que constituyó “una acción objetivamente idónea para provocar la muerte de una persona” y la fiscalía declara que “nuestra convicción siempre fue que se atentó contra la vida de Nabila Rifo con el objetivo de causarle la muerte”.
Lo cierto es que la justicia no siempre coincide con la opinión pública o con el sentido común, como en este caso, pero al acusado se lo condenó, es decir, se lo encontró culpable.
Es cierto también que inquietan ciertas aristas del caso. Las circunstancias de violencia, ¿permitían la precisa operación de extraer los ojos de Nabila? ¿se podía realizar tal operación usando como instrumento unas llaves de auto? ¿Habrá otros involucrados que la investigación no descubrió? Estas dudas afloran en el fallo del tribunal de Coyhaique, las que fueron planteadas con extraordinaria valentía en el voto de minoría. Tal vez esas dudas hayan estado presentes también durante el juicio en la Corte Suprema y hayan sido absorbidas en un fallo cuyos alcances no comprendemos cabalmente.
Nabila quedará como la palabra que nombra todo eso. Pero también es la palabra dulce, de reminiscencia árabe, que dicen significar lo noble y honorable. La “flor de vida”, que luce y brilla. Dicen que también fue el nombre del barco de una princesa y significa “el mundo es tuyo”. Que Nabila es irónicamente, la iluminada.
Pero no olvidemos: Nabila es una mujer de Coyhaique, a quién hemos conocido y escuchado tardíamente, y tal vez, con la ayuda de muchos, logre reconstruir una vida que no incluya más violencia. Nunca más.