Para quienes somos periodistas y comunicadores, y hemos tenido la magnífica oportunidad de conocer otros países de la Tierra, realmente nos avergüenza como muchos medios de comunicación, tanto nacionales como extranjeros, deforman cotidianamente la realidad y se hacen parte de las más siniestras operaciones internacionales para mentir y promover la desestabilización de la economía y el orden institucional de algunos países.
Ya se sabe cómo históricamente se calumnió a Cuba, por ejemplo, así como antes se desfiguró lo que sucedía en un Vietnam atacado criminalmente con más bombas e incursiones aéreas que todas las que se habían descargado en Europa con las Primera y Segunda Guerra.
Hoy, la comunidad europea, el Pontífice Católico y muchas figuras del mundo reconocen los logros de la revolución castrista y el alto nivel de vida de los cubamos en relación a los países de su entorno y pese al implacable bloqueo impuesto por los Estados Unidos. En la actualidad, nadie puede negar que el pueblo cubano superó el analfabetismo, es el primero en educación y salud en el continente y que, hasta en el deporte llegó a constituirse en una potencia mundial. Todo el mundo se sorprendió al observar a los millones de cubanos que salieron en todo el país a entregarle su adiós y último tributo a Fidel Castro. ¡Cómo se quisieran otros gobernantes del mundo y de nuestra Región tener este privilegio!, cuando la mayoría sale desacreditado con apenas 4, 6 o 10 años de gobierno…
Recién ahora se reconocen los horrores de las invasiones norteamericanas en los más diversos países de la Tierra, los millares de muertos y ciudades destruidas en la conquista de pozos petroleros, como en el propósito de posicionarse de sus riquezas básicas. En todo el orbe se reconoce en Donald Trump al nuevo Führer del mundo, salvo por aquellos regímenes como el nuestro genuflexos ante el dominio imperial y a las mentiras de la gran prensa, o de las cadenas televisivas que mienten sistemáticamente y destacan a periodistas o animadores de televisión sobornados o que demuestran su más completa ignorancia.
A Evo Morales lo denigraron desde el principio y ahora se sabe que es una de las naciones del continente que más crece y progresa. Lo mismo que se hizo contra Ecuador y antes con todos los regímenes que se propusieron cambios, cuanto liberarse del yugo imperial. Desde aquella emblemática Revolución Mexicana, pasando por la nicaragüense y otras. Así como en el Asia y en el África las potencias imperiales levantaron gobiernos títeres y genocidas y, hasta hoy, apoyan a los gobiernos de Israel y de Marruecos que violan sistemáticamente los DDHH y se burlan de las disposiciones de las Naciones Unidas y de tantas instituciones multinacionales.
En Chile, vale la pena siempre advertirle a las nuevas generaciones que la conspiración y los crímenes del pinochetismo y de otros dictadores de América Latina fueron largamente avalados por la Casa Blanca y el Pentágono. Que fue en Estados Unidos o en Panamá donde el Gran Gendarme Universal instruyó a los torturadores, siempre financiando a los grupos opositores dispuestos para conspirar contra la democracia y el progreso social que siempre son para los Estados Unidos sus principales enemigos. Incluso en su propio territorio donde, no olvidemos, ultimaron a un Abraham Lincoln, a un Martin Luther King o a los propios hermanos Kennedy por oponerse a la discriminación racial y buscar un trato algo más armónico con las naciones del mundo.
Hoy, por lo mismo, el acoso es contra el régimen venezolano, al cual incluso se le intentó abortar sus elecciones para elegir a una nueva Asamblea Constituyente. Una instancia democrática que aquí en Chile ha sido pospuesta por más de 27 años por quienes algún día la prometieron o exigieron. Todo en favor, por supuesto, de la institucionalidad heredada de la Dictadura, sus sistemas electorales viciados y un Tribunal Constitucional donde pueden llegar a morir todas los intentos reformistas en uno de los países más desiguales del planeta y que registra una abstención electoral del 60 por cierto. Sabemos, asimismo, que ya nada nos diferencia de los niveles de corrupción que imperan en aquellos países benditos por los Estados Unidos y por las empresas transnacionales que ejercen su soberanía en toda nuestra geografía regional.
Para mentir y desacreditar al Presidente Maduro se llega a todos los extremos. El diario El País de España, devenido ahora en una publicación de derecha, ilustra con fotos falsas sus informaciones sobre lo que ocurre en Caracas y suma muertos que le imputa al Gobierno cuando en realidad son ultimados por los opositores más ultras que tienen visa abierta y recursos para pasearse por todas partes. Pero con lo que pasamos más vergüenza es con aquellos canales de televisión nuestros que destacan comentaristas completamente sesgados o ignorantes, sin perjuicio del derecho que le asiste legítimamente a El Mercurio y otros medios a criticar y condenar la Revolución Chavista.
En efecto, cualquiera puede adoptar la posición que desee sobre todos los temas o fenómenos de nuestra realidad o respecto de lo que acontece en otros lugares, pero otra cosa es faltar sistemáticamente a la ética, ocultando, por ejemplo, una concentración multitudinaria en apoyo a una nueva Constituyente en Venezuela. O criticar la abstención electoral que se produjo allí, cuando aquí alcanza peores niveles y la pobreza duplica las cifras oficiales, según un reciente estudio de la Fundación SOL. Todo un descaro para descalificar como impropia una reforma constitucional en Venezuela, cuando aquí se ha legitimado hasta hoy la que resultara de aquella consulta de 1980, tan espuria como todo lo que representaba el Régimen Militar que nos la legó.
Para comer pescado hay que tener cuidado con las espinas; para predicar la moral y escudriñar en la paja ajena, hay que sacarse la viga de los ojos que impide observar las cosas con honestidad. Aunque sea sin objetividad, atributo que ciertamente no existe en el periodismo, cuando todos tenemos el derecho a observar y comentar según nuestros propios puntos de vista.
¿Con qué consecuencia puede la OEA, un organismo instalado en Washington, criticar a Venezuela, cuando siempre han hecho de comparsa de Washington y del Departamento de Estado?. ¿Con que autoridad moral puede nuestra Cancillería criticar la situación de los Derechos Humanos allí, mientras calla respecto de lo que sucede en una de las dictaduras más antiguas y criminales como la China, que hasta hace poco ordenaba tirar a los ríos, a las mujeres recién nacidas a objeto de controlar la natalidad? ¿Con qué cinismo pueden nuestros gobiernos abogar condenar a otras naciones cuando aquí se persigue a los mapuches, se militariza la Araucanía, se aplica una vergonzosa Ley “antiterrorista” y se reprime a los opositores que salen a las calles a protestar?
Y, para colmo, ¿con qué cara ufanarnos de que somos democráticos, cuando las principales leyes son convenidas y redactadas, incluso, por los más poderosos empresarios del país? Por quienes sabemos que sobornan a los parlamentarios, financian sus campañas electorales y asaltan el erario nacional con boletas falsas y evasiones tributarias.
¡Vaya que hay que ser descarados!