Una de las experiencias preciosas de la vida ocurre cuando nos encontramos con escrituras que marcan nuestro camino; que nos enseñan, incitan y motivan a reflexionar y crear. Porque, al fin y al cabo, el lenguaje, entendido en un sentido amplio como una semiosis que involucra todas las formas de creación de significado y comunicación, forma parte de toda la acción humana. Nuestro accionar está en sintonía con nuestro pensamiento. Nuestro pensamiento se desarrolla y expande en la lengua.
En este marco, hoy nos abocamos a la revitalización de nuestra principal lengua originaria: el mapudungun, a partir del libro de la periodista Karina Palma, titulado ¿Pérdida o Recuperación del Mapudungun?
El contacto entre la cultura mapuche y los colonizadores, y luego con la emergente nación chilena, estuvo marcado por la violencia, la reivindicación de derechos avasallados, el interés sobre los bienes y las propiedades; sobre la tierra y sus frutos. Tras la llegada de los colonizadores, hubo un tiempo de muerte y sometimiento para gran parte del mundo indígena. Pero después de una guerra de 100 años, el pueblo guerrero mapuche no pudo ser sometido por los españoles. Así, se estableció un período de paz y diálogo, iniciado con el Parlamento de Quilín en 1641, donde se fija el río Biobío como línea fronteriza entre la nación mapuche y el reino de Chile. De este modo, los españoles prometieron a los mapuche autonomía y soberanía sobre sus tierras y recursos. Sin embargo, no hay que idealizar, ya que, señala Karina Palma en su investigación, “el precio que pagaron por dicha paz fue la pérdida de todo el territorio que dominaban desde el Biobío al norte. Allí se crearon los pueblos de indios, donde vivía la población indígena que servía como mano de obra barata y era explotada por la elite en la minería o en los grandes latifundios” (Palma, 2017:34). Pese a ello, los parlamentos funcionaron como tratados que permitieron una comunicación pacífica entre dos culturas diversas entre sí, motivada por el equilibrio militar entre españoles y mapuche, lo que impidió la sujeción total de estos últimos por la fuerza. El historiador Pablo Mariman señala que si bien estas formas de entendimiento no estuvieron exentas de conflictos, la estabilidad volvía a reestablecerse con nuevos tratados y parlamentos. Más de una veintena de parlamentos se celebraron entre españoles y mapuche, los que eran bilingües (Palma, 2017).
Luego de la independencia, tuvieron lugar dos parlamentos, en 1823 y 1825. Este último, firmado en Tapiwe durante el período de Ramón Freire, señala Mariman, legitimó la frontera del Biobío y generó un pacto de unión y respeto, “cuya validez jurídica no fue interrumpida, pues no existe supresión de estos acuerdos. En ese sentido, la (…) posterior reducción de los territorio tiene un vacío jurídico que, además de romper con los derechos universales de los pueblos, choca con el propio estado de derecho nacional” (Mariman, 2012, La República y los Mapuche).
Después de la segunda mitad del siglo XIX, el Estado de Chile inició la ocupación del Wallmapu, transgrediendo los propios tratados que contrajo, probablemente motivado por intereses sobre esta rica tierra que hoy es ampliamente explotada en manos de forestales. Lo suyo hizo Argentina con la Conquista del desierto….
Son varios los tratados internacionales que apuntan al respeto de la diversidad cultural y lingüística de los pueblos. En términos generales, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales establece que la educación “debe capacitar a todas las personas para participar efectivamente en una sociedad libre, favorecer la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y entre todos los grupos raciales, étnicos o religiosos”. Igualmente, la Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural afirma que la diversidad cultural es tan necesaria para el género humano como la diversidad biológica para los organismos vivos. En este sentido, constituye el patrimonio común de la humanidad y debe ser reconocida y consolidada en beneficio de las generaciones presentes y futuras.
Asimismo, Chile se adscribe a la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas, que califica como deber de los Estados garantizar, proteger y promover las lenguas y tradiciones de los pueblos originarios, y al Convenio 169 de la OIT (Organización Mundial del Trabajo) sobre los pueblos indígenas y tribales, que declara que “deberá enseñarse a los niños de los pueblos interesados a leer y a escribir en su propia lengua indígena o en la lengua que más comúnmente se hable en el grupo a que pertenezcan (…) Cuando ello no sea viable, las autoridades competentes deberán celebrar consultas con esos pueblos con miras a la adopción de medidas que permitan alcanzar este objetivo y deberán adoptarse disposiciones para preservar las lenguas indígenas de los pueblos interesados y promover el desarrollo y la práctica de las mismas”. Este convenio es el único instrumento jurídico internacional vinculante en materia de reivindicación de la diversidad cultural y responsabilidad en la recuperación y protección de los idiomas de las culturas originarias.
Por su parte, la Declaración Universal de Derechos Lingüísticos 1996 (DUDL), redactada por organizaciones no gubernamentales en conjunto con UNESCO, concibe a todas las lenguas como patrimonio de la humanidad, independiente de su valor instrumental (Palma, 2017).
Los derechos humanos debieran garantizar la diversidad cultural. Escribe Elisa Loncon: “resolver el problema pasa por adoptar un modelo educativo con un paradigma diferente; ya no aquel donde la diversidad es tratada como un problema sino como un aporte y riqueza necesarios para proyectar la sociedad diversa y plural” (En Palma, 2017).
En la contracara de estos tratados, datos de UNESCO indican que muchas lenguas indígenas están en peligro, que en promedio se pierden 10 lenguas cada año.
¿Cómo direccionar las prácticas pedagógicas hacia el verdadero respeto de la diversidad cultural?
Afortunadamente, existen diversas iniciativas: “El interés por aprender mapudungun es mucho mayor que el que existía en el pasado. Esto se ve reflejado principalmente entre los jóvenes mapuche, quienes organizan sus propios talleres o, si es posible, toman ramos ligados al tema en sus universidades. Por otro lado, existe también una gran cantidad de cursos autogestionados que se imparten de forma autónoma y a los que asisten personas de diferentes edades” (Palma, 2017: 83). Dentro de los talleres de mapudungun más emblemáticos de la capital se encuentra el grupo Kom Kim. También encontramos el trabajo de la Femae, Federación de Estudiantes Mapuche, organizando talleres e internados lingüísticos.
Existe otra propuesta proveniente de los pueblos que se fundamentó en dos principios. En primer lugar, que “la educación intercultural debía ser para todos los pueblos originarios, independiente de la cantidad de matrícula indígena que tuviera un establecimiento (…) Segundo, que los pueblos tuvieran una posibilidad de definir curricularmente contenidos acordes a sus culturas” (58) Tras intentos frustrados de ingresar el proyecto durante el mandato de Piñera, el año 2014 este proyecto fue presentado al Congreso. A principios de 2016, la Corte Suprema emitió un informe, señalando que el proyecto no contaba con las bases jurídicas para aprobarlo, según la Constitución vigente. Resultaba inviable, porque carecemos de una ley que reconozca los derechos lingüísticos, como sí la poseen Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, México y Colombia. En el proyecto de ley, el objetivo era: “valorar, revitalizar y fomentar el uso de las lenguas originarias, evaluar los procesos de implementación y seguimiento de los proyectos lingüísticos culturales, además de promover y patrocinar la producción y/o difusión de los textos de normalización lingüística”. (En Palma, 2017: 60)
El lenguaje es en sí mismo un sistema dinámico, vital. Sabemos también que toda vida trae consigo procesos de destrucción, fragmentación y descomposición. Este tejido, su complejidad, permite entender que si bien el lenguaje es constituyente de identidad, esta relación es algo más compleja; pues se puede perder la lengua, pero no el sentimiento identitario. Así es el caso de tantos mapuche que se identifican y reconocen como tales pero que desconocen su lengua, y donde este despojo de la lengua y la cultura, a su vez, constituye identidad; aunque exista una visión de mundo particular que se pierde, que sólo la lengua expresa. Como escribió Franz Fanon, impulsor del movimiento intelectual por la descolonización: “Hablar. Esto significa emplear una cierta sintaxis, poseer a morfología de ésta o aquella lengua, pero, fundamentalmente, es asumir una cultura, soportar el peso de una civilización” (Fanon, Piel negra máscaras blancas).
En el contexto de un pueblo que ha vivido siglos de despojo de sus tierras, de su cultura y de su lengua, “la revitalización y permanencia hacia el futuro está directamente relacionada con las iniciativas que surjan tanto del Estado como del propio pueblo y la sociedad en su conjunto” (Palma, 2017: 44). Citando el cierre de la investigación de Karina Palma, “el impulso para que el mapudungun se vuelva una lengua funcional en el espacio público, debe partir por el propio pueblo. Pues bien, ya ha comenzado y las primeras semillas están brotando (146). Plantas que crecen entremedio de terrenos yermos, en el contexto de hablantes que ven relegadas a la esfera de lo privado su lenguaje, manifestación de su visión de mundo.
Podríamos decir, como dice Parra en su Discurso del Bío Bío (Discursos de sobremesa, 2006, escrito en enero de 1996, con motivo de la recepción del doctorado honoris causa de la Universidad de Concepción):
“EN RESUMEN
en síntesis
en buen romance:
Muchos los problemas
Una la solución:
Economía Mapuche de Subsistencia”
Diremos, como dice el juglar de la obra Parlamento, de Tryo Teatro Banda (escrita e interpretada por Francisco Sánchez y dirigida por Andrés del Bosque): los chilenos y los mapuche nos merecemos una conversación; una sobre la extensión y diversidad de la tierra y de las palabras.