El terrorismo de todos los días

  • 21-08-2017

Verdaderamente, es muy saludable para la convivencia universal el repudio tan generalizado que han merecido los atentados terroristas ejecutados en Barcelona que tuvieron por consecuencia la muerte de unas quince personas, mientras caían heridos otras decenas de transeúntes que simplemente paseaban por uno de los lugares más turísticos de España y de la propia Europa. El Estado Islámico nuevamente golpea al mundo con sus desquiciados actos que, ciertamente, no tienen justificación o atenuante alguno, salvo si se comprobara la corta edad de algunos de sus hechores.

Como se sabe, el terrorismo ha acompañado toda la historia de la humanidad y es muy poco probable que haya países que estén exentos de riesgo al respecto. Como tampoco parece probable que los servicios de inteligencia y las policías logren impedir tales ataques. Este tipo de atentados, justamente, busca intimidar colectivamente a la especie humana y, en su cobardía, prefieren descargar su horror hacia las personas más inocentes. Matar a los niños y a los ancianos, si fuera preciso. Ese es, en realidad,  su modus operandi: de allí que resulte tan difícil cualquier prevención.

Emocionante resulta, por lo mismo, aquella respuesta expresada en los mensajes que miles de catalanes dejaron en el sitio de estos lamentables sucesos de la Cataluña. Esto es al advertirle de distintas formas a los terroristas de que “no les vamos a tener miedo, pero tampoco odio”  por sus acciones. Porque, en efecto, la única respuesta sensata que puede tener el mundo frente a estos actos, y que nos pone a resguardo de venganzas como las que conciben Trump y otros gobernantes de pocas luces e irresponsables que podrían generar más tragedias, todavía,  que las ya conocidas.

En este sentido, es propio que la reacción policial frente a los ejecutores de estos actos suela ser muy dura y hasta despiadada, aunque lo más juicioso sería actuar con firmeza, pero con prudencia. Los victimarios, ciertamente también son sujetos cuyos derechos humanos deben ser respetados, justamente para oponer diferencia con los que eligen el camino de la violencia extrema y cruel. En este sentido, la historia nos demuestra que el revanchismo y las “cazas de brujas” que suelen desatarse después de estos deleznables episodios terroristas, solo terminan por atizar el odio y provocar nuevas desgracias.

Cuando ocurren estos hechos conviene que todos reflexionemos muy sinceramente sobre las explicaciones (no las justificaciones) que alimentan los actos terroristas. De esta forma es que al condenar estos atentados sin vacilación alguna es útil que tengamos también en cuenta el terrorismo practicado constantemente por los Estados Unidos y otras naciones imperiales cuando descargan sus armas de destrucción masiva, invaden naciones y someten a los vencidos mediante  la tortura sistemática, las ejecuciones sumarias, y tantas otras barbaridades que se practican cotidianamente en  zonas del mundo en que justamente han surgido organizaciones como las de los yihadistas o del Isis. Represiones que en su momento explicaron también el terrorismo ejercido por la ETA, en la propia España,  y de los católicos del IRA, en Irlanda.

Provocaciones que siempre han ido de la mano con la codicia por apoderarse de los recursos naturales de los países más pobres o indefensos y que barrieron con regímenes como el de Irak Libia y otros, causando mucho más estragos, destrucción y muertes que los que se supone provocaban en aquellos gobiernos contra sus habitantes. Cuando la mentira y la calumnia finalmente se han comprobado como los verdaderos detonantes de  estas guerras de ocupación y han llevado a muchos gobiernos como el nuestro a consentir con los despropósitos imperiales. Que ayer tuvieron como blanco a la Revolución Cubana y hoy busca en América Latina someter a Venezuela, por ejemplo. Así como en Estados Unidos, no lo olvidemos, se formara a aquellos cuadros militares que fueron derribando los legítimos gobiernos democráticos del cono sur de nuestra Región.

Lo reiteramos: no podemos tener vacilaciones ante la condena universal del terrorismo y en solidaridad con el pueblo catalán. Pero no nos olvidemos que aquí mismo, en nuestro país, el régimen de Pinochet se consumó con un brutal ataque terrorista a La Moneda. Que por muchos años nuestros “valientes soldados” ejercieron el terrorismo de Estado (el más cobarde de todos). Mataron e hicieron desaparecer a miles de personas; degeneraron a nuestros jueces y tribunales, implantaron una Constitución ilegítima hasta hoy en su origen y contenido. Consumando, además, un modelo económico y social que provoca decenas de miles de muertos todos los años a causa de la pobreza,  la discriminación y un número severo de abusos que hoy se sigue cometiendo en  nombre de nuestra supuesta democracia.

Cada vida humana vale lo mismo que las otras, pero las cifras de muertos y heridos que hoy espantan al mundo por el atentado de Barcelona no deben nublarnos ojos respecto de los miles de mapuches caídos en la Araucanía en nuestro largo historial represivo y xenófobo, en los miles de pacientes que mueren todos los años a la espera de ser atendidos por nuestros hospitales, en los cientos de niños torturados y asesinados por el Servicio Nacional de Menores dependiente de nuestro Gobierno. En las decenas de detenidos desaparecidos cuyo paradero todavía es ocultado por aquellos terroristas de la Dina y la CNI recluidos, para colmo,  en una cárcel de lujo.

Víctimas todas que suman infinitamente más solo en nuestro país que los muertos por actos terroristas en todo el mundo, aunque nuestras autoridades tengan la hipocresía de condolerse hoy con España. Sin siquiera contar a los cientos de miles de seres humanos que mueren víctimas de la pobreza y de la enfermedad en medio de la opulencia en que viven los grandes empresarios y políticos de casi toda la Tierra. Y que hoy rasgan vestiduras por lo acontecido en Barcelona y exigen más mano dura todavía para no ver amenazados sus intereses. Como, a escala nacional,  los propietarios de nuestras isapres o AFPs que duplican o triplican sus utilidades de un año para otro a expensas de las cotizaciones previsionales y de salud obligadas a pagar a nuestros trabajadores. Con el consentimiento transversal, claro,  de nuestra clase política.

Lo que tenemos es, en realidad,  un mundo desquiciado y terrorífico en sus estructuras, en la corrupción de sus gobernantes y por la muerte silenciosa de esos millones de muertos a consecuencia de la inequidad en todo el mundo. O por la misma muerte, incluso,  de esos más de 60 mil estadounidenses muertos solo en el 2016 por el sobreconsumo de drogas, según cifras de la propia Casa Blanca, y  que tan solo en un año superan la de todos los muertos de este país en las dos décadas de la guerra de Vietnam.  O las propias víctimas de la que se conoce como la epidemia de opioides,  que causa estragos en los países más ricos del mundo que trafican y consumen estupefacientes cada vez más caros, sofisticados y letales.

Ciertamente que nos conmueve la muerte de personas inocentes que dejan devastadas siempre a sus familias y a los corazones más sensibles del mundo. Pero al mismo tiempo, nos irrita que el terrorismo cotidiano pase casi inadvertido a tantos millones de seres humanos de todo el Planeta, y al mismo tiempo les dé oportunidad de soslayar su terrorífica imagen a los más tenebrosos causantes del dolor humano.  Los terroristas “de cuello y corbata”, indudablemente.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

Presione Escape para Salir o haga clic en la X